¡Para y escucha la música!
por Adília Belotti em STUM WORLDAtualizado em 02/04/2008 13:00:38
Traducción de Teresa - [email protected]
“Hemos llegado a un punto en que ya no conseguimos separar el valor de las cosas de lo que ellas cuestan”, me espeta Margot indignada. “Mira este artículo de Vida Simples”, continúa ella, “¡uno de los mayores violinistas del mundo, Joshua Bell, toca seis piezas clásicas en el metro de Washington, en los EUA, y sencillamente nadie se da cuenta de lo que está escuchando!”
Voy en pos. Y el artículo de Vida Simples de hecho me hace sentir curiosa.
¡Además de estar considerado un fenómeno musical, Joshua Bell es también joven, guapo, enrollado y atrevido! Por eso aceptó el desafío que el periódico Washington Post le propuso y fue a situarse en plena estación del metro, con pantalones vaqueros y camiseta, tal como cualquiera de esos músicos de la calle por los que pasamos sin ver… ni oír: cestillo de monedas delante, violín al hombro.
¿Quién iba a imaginar que el violín del muchacho, tan igual a cualquier otro en el metro, era el legendario Gibson ex Huberman, una obra de arte hecha por el maestro italiano Antonio Stradivarius, en 1713, que vale millones de dólares? Sí ¿quién se atrevería a imaginarlo?
El objetivo del experimento conducido por el Washington Post era contestar a la pregunta: “En un lugar corriente, en un momento cualquiera, inconveniente tal vez, ¿podrían las personas reconocer lo Bello?” ¿Se puede identificar lo genial, lo sublime, si está perdido en medio de lo “común”?
Eran casi las ocho de la mañana cuando el gran violinista empezó a tocar en la estación, cuya acústica, por cierto, fue generosa con las armonías que brotaban de las cuerdas del instrumento perfecto. Joshua Bello no tocó nada “popular”, la idea del periódico era que las personas oyesen tan sólo obras-primas consagradas por el tiempo, los más bellos sonidos creados por el genio humano, aquellos que impregnan las paredes de piedra de las más antiguas catedrales y resuenan en las grandes salas de concierto del mundo. Él tocó “Chaconne”, de Johann Sebastian Bach, considerada una de las piezas para violín más difíciles jamás escritas… ¡y una de las más bellas! Después tocó el “Ave María” de Franz Schubert, “Estrellita”, de Manuel Ponce, una pieza de Jules Massenet, otra más de Bach.
¡Y la inmensa mayoría de las personas que pasaron por la estación ni siquiera oyó! Pasaban por el músico como si fuese un fantasma. Más tarde, mirando el vídeo, Joshua Bell, riendo, dijo que estaba espantado con el hecho de que las personas pasaban como si él fuese invisible porque, al fin y al cabo, “¡cuando menos, estaba haciendo bastante ruido!”
Nadie se paró. Todos llevaban prisa para llegar al trabajo. ¡Pasaron, sin ver, por el músico que la semana anterior había tocado en Boston para una platea maravillada que había desembolsado como mínimo, $150!
Nadie, no. Un hombre se paró, atónito, perplejo. Horas más tarde diría al periodista que le preguntaba si algo raro le había llamado la atención por la mañana, en la estación: “Sí, había un violinista que tocaba.” “¿Nunca antes habías visto a un violinista tocar en la estación?” “No como aquel”, respondió el hombre… una chica reconoció al violinista famoso… ¡y nada más!
Más de mil personas pasaron por Joshua Bell aquel día. La belleza sucumbió al estrés, al arrullo sin encanto de la correría diaria, a lo cotidiano ajado de la vida en las ciudades, a la anestesia de la rutina.
Es curioso, los niños que pasaron por el violinista maravilloso, se pararon. Aunque arrastrados por los adultos que les acompañaban, se resistían, muy al modo de los críos pequeños, querían ver-oír-experimentar, saludar a todas esas cosas raras que de pronto saltan en la vida de uno y se quedan durante algunos pocos segundos colgadas de los hilos del misterio, apenas durante algunos instantes, pero que valdrían una vida, si por lo menos lográsemos prestarles atención…
Y desde que Margot llegó a mi mesa, indignada, no dejo de preguntarme: Y yo ¿me pararía pasmada ante lo Bello?
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