O Americano ferido
por WebMaster em AutoconhecimentoAtualizado em 14/09/2001 18:23:21
Ao ler o texto abaixo, lembrei-me da cena do filme "Nascido a Quatro de Julho", em que o perso-nagem principal acompanha aquela que era seu amor de adolescente ao um manifesto pela paz.
Ele saíra da pequena cidade em que morava como um grande herói que iria combater a "Ameaça Comunista" no Vietnã. Assim foram milhares de jovens, mas ele em especial, pois nascera a 4 de julho. Voltou, após longo sofrimento, em uma cadeira de rodas. Apesar daquilo que vivera ainda se considerava um herói, um americano acima da média, o verdadeiro patriota.
De repente ele se depara com alguém que fazia parte do mundo inocente que ele conhecera an-tes, a mulher amada. E é essa mesma mulher que abre a porta do mundo real para ele, ao levá-lo ao manifesto. De repente ele se dá conta da grande ferida aberta com aquela tão "gloriosa" guerra. Seus olhos e ouvidos acompanham cada movimento dos estudantes em protesto. Ele sofre um grande choque. Afinal, eles estavam contra sua amada pátria? Quem eram aquelas pessoas que pensavam daquela maneira? Como podia? Em minutos entra a força policial e arrasa com enorme truculência o grupo. E ele acaba só estirado no chão, no vazio.
Daquele momento de despertar em diante muitas coisas se modificam e por fim ele se tornou um pacifista, contrário às intervenções dos EUA em outras nações.
Eu, pessoalmente, também sofri um grande despertar ao assistir este filme. Até então acreditava que todos - absolutamente todos - os americanos adoravam a guerra, se achavam detentores do poder de vida e de morte sobre outros povos. Ao ver aquela cena do manifesto dos estudantes, fi-quei surpresa... Havia então movimento estudantil nos EUA? Havia discussões ideológicas con-sistentes pela paz? Alguém ali se preocupava se estava fazendo mal a outros povos, se havia ver-dadeiro respeito pela soberania das nações??? Descobri que pelo menos em alguma época houve e hoje creio que ainda possa haver.
Não nos deixemos levar pelo que a mídia insiste em divulgar, que 94% dos americanos desejam a guerra. Se é que realmente pessoas opinaram acredito que essa amostra se detenha àquelas pe-quenas cidades - como a do filme - que vivem em séculos passados, em que negros e hispânicos são considerados lixo humano.
Lá há cabeças pensantes, como o autor do texto em anexo. Esperemos que a tragédia de Ma-nhattan seja o "botão" de despertar de várias outras cabeças, que se encontram adormecidas pelo bombardeio de idéias ultranacionalistas que sofreram desde cedo.
Mentalizemos todos imagens de paz, desejemos todos esse despertar de consciência.
Que Deus nos ilumine a todos.
Ana Cristina Rosado CarneiroEl americano herido- por JOHN CARLIN
El americano medio es un ser optimista, religioso, poco dado a la ironía, nada intere-sado en el resto del mundo pero convencido de que su país es el más grande, el más civilizado, el más justo, el más democrático, el más poderoso y el más invulnerable en la historia de la humanidad.
Después del 'Armagedón', como decían en algunas cadenas de televisión de Nueva York, que aconteció ayer, cien veces más devastador para la psicología americana que Pearl Harbour, o que Vietnam, todo ha cambiado para siempre. La visión que han teni-do los americanos de ellos mismos, y de su relación con el resto del planeta -y hasta posiblemente con dios- ha sido permanentemente modificada. Ya no hay respuestas simples, claras para todo. Sólo hay preguntas. Tras frotarse los ojos ayer por la maña-na y dar fe de que lo que estaba viendo en televisión no era una delirante película de ciencia ficción, sino imágenes de algo que estaba realmente ocurriendo en Nueva York, la primera reacción del americano en Chicago, o Los Ángeles, o Dallas habrá sido una de profunda estupefacción. Enormes catástrofes de este tipo, si es que ocurren, ocur-rirán en otros países, habrá pensado. No aquí. A nosotros no nos pueden atacar así, matarnos como si fuéramos moscas.
Y es normal que así piense, no sólo porque lo acontecido ayer en el noreste de los Es-tados Unidos rebasa las peores pesadillas del militar más paranoíco del Pentágono, sino también porque los Estados Unidos, en lo que a territorio geográfico se refiere, nunca ha sido un país víctima. Estados Unidos ha atacado a otros países, ha sido el agresor. (Aunque siempre, siempre a favor de una causa justa, piensa nuestro ameri-cano medio.) Estados Unidos lanzó las bombas sobre Hiroshima y Hanoi, pero jamás se hubiera imaginado que Hiroshima y Hanoi se repetirían en Washington y Nueva York.
¿Quién nos podría odiar tanto? ¿Por qué? ¿No somos no sólo el país más rico del mun-do sino también el más bueno? En un país en el que apenas el 10% de la población po-see pasaporte, en el que menos del 10% podría señalar España (ni hablar de Irak o Afganistán) en un mapamundi, en el que la liga nacional del deporte favorito de su pueblo, el béisbol, se llama 'la Serie Mundial', y el ganador 'el campeón del mundo', en el que -en fin- se considera en general que el planeta más allá de las fronteras de los Estados Unidos carece totalmente de importancia, no es de extrañar que la gente se sorprenda al descubrir que hay muchos seres humanos que detestan al país que algu-nos llaman el Gran Satanás.
Y no sólo en Oriente Próximo. Es curioso, por ejemplo, por no decir extraordinario que, con poquísmas excepciones, los americanos no tengan la más mínima conciencia del mal que hicieron en Centroamérica, y en Chile y en otros países de su hemisferio, du-rante los años ochenta. De las víctimas que cobró la política del presidente más queri-do en los Estados Unidos desde Kennedy, Ronald Reagan.
Pero la confusión que siente el americano medio hoy es más profunda. Más allá de la sorpresa que experimenta al descubrir el nivel de su ignorancia ante los problemas del mundo, siente como que los cimientos de su mundo se han venido abajo. El americano es una persona que cree en grandes verdades, 'verdades evidentes', como dice la De-claración de Independencia, y una de ellas es que Estados Unidos, el país al que en ca-si todos los casos huyeron sus antepasados en busca de una vida más segura y mejor, es una fortaleza contra los males que podrían existir en el mundo externo, desconoci-do. Fortress America, 'Fortaleza América', es la expresión que utilizan hace mucho ti-empo.
Pero de repente si aquellos dos magníficos símbolos del poderío económico y militar de los Estados Unidos ( 'la hiperpotencia', como dicen los franceses), como lo son el World Trade Centre y el Pentágono, son vulnerables, entonces todos somos vulnerables. Pen-sábamos que podíamos ir a la guerra sin que muriesen nuestros soldados. O, más bi-en, se lo exigíamos a nuestros políticos. Guerras de sangre ajena. Y resulta que ahora están muriendo miles y miles y miles de civiles. Y lo que es especialmente desconcer-tante, lo que marca una de las muchas diferencias de magnitud con Pearl Harbour, es que ni siquiera sabemos exactamente quién es el enemigo. Nos han atacado, pero nos han dejado ciegos, inacapaces de ver -por más CIA, FBI, por más satélites espías que podamos tener- quién fue nuestro agresor.
Todo lo cual significa que nos va a costar de ahora en adelante ser tan optimistas frente al universo, y el optimismo es, o ha sido, nuestra caraterística nacional. La que nos distingue de los europeos, gente irónica, cínica, que ha sufrido grandes desastres a lo largo de la historia en carne propia, que ha visto la pérdida de su invulnerabilidad, la caída de sus imperios.
La otra gran característica del americano es que ve el mundo en blanco y negro. El mundo, como predica el mismo presidente Bush, se divide entre malos y buenos. El cristianismo americano, el más ferviente del mundo occidental, es un cristianismo que da más énfasis al Antiguo que al Nuevo Testamento. Con Cristo existen matices. Para los profetas la vida era más simple. La justicia era cuestión de ojo por ojo. En los Esta-dos Unidos no hay debate sobre la pena de muerte. Es justa y necesaria y no se dis-cute más.
La venganza de los Estados Unidos, desde ya salvaje contra su propia gente, será bí-blica contra aquellos que provocaron el Armagedón, la pérdida definitiva de la inocen-cia americana.