Ser antagónico: cuando el impulso de la agresividad puede generar fuerza interior
por Bel Cesar em STUM WORLDAtualizado em 03/04/2008 14:43:09
Traducción de Teresa - [email protected]
En general, cuando nos referimos a una huerta, surge en la mente la imagen de los planteles con hileras de lechuga, zanahoria, brócolis… Pero si visualizásemos una huerta según los principios de la Permacultura, tendremos que cambiar nuestra mente y ser capaces de imaginar todos esos planteles en uno solo: lechugas creciendo al lado de zanahorias, juntamente con brócolis y flores tales como cosmos, zinias, dalias y margaritas… Es precisamente la multiplicidad de los ecosistemas naturales lo que garantiza su equilibrio dinámico.
El término Permacultura surgió de la contracción de las palabras permanente y agricultura. En este sentido, la Permacultura tiene como objetivo crear ambientes auto-sostenibles, capaces de generar, con armonía, alimentación, energía y habitación para personas y animales.
Elaborada en Australia, en la década de 1970, por Bill Mollison y David Holmgren, la Permacultura implica la planificación, la implantación y el mantenimiento conscientes de ecosistemas productivos que gocen de la diversidad, la estabilidad y la resistencia de los ecosistemas naturales.
Por ello, al cultivar una huerta orgánica según los principios de la Permacultura, es fundamental seguir una planificación que considere la integración y la sucesión de las varias especies entre las plantas compañeras y las antagónicas, así como entre las perennes y las anuales.
La semana pasada hemos escrito sobre las plantas compañeras, aquellas que se ayudan y se complementan mutuamente. Hoy vamos a reflexionar sobre las plantas antagónicas.
Una planta es antagónica para otra cuando inhibe su potencial de crecimiento: libera en el suelo o en el aire sustancias capaces de invadir el espacio de otras plantas y limitar sus necesidades de luz y agua.
Por ejemplo, toda persona que tiene una huerta sabe lo difícil que es controlar el crecimiento de las hierbas dañinas, pues como crecen rápidamente, invaden los planteles sin dejar espacio para el crecimiento de las verduras. Nada de eso sería problema si nos agradase el sabor amargo, fuerte y salvaje de las hierbas dañinas… Pero preferimos la dulzura de la lechuga, una planta suave, delicada y mimada por los cuidados humanos. Curiosamente, las hierbas dañinas tienen mucho más nutrientes que las verduras… ¿Será que nos resistimos tanto a lidiar con las fuerzas agresivas, que hasta evitamos ingerirlas?
Las plantas antagónicas traducen personalidades agresivas, que exteriorizan sus intereses y conquistan sus necesidades. La agresividad no es, por sí misma, positiva o negativa, pero sí el instinto de la fuerza propulsora. Lo que define su naturaleza es la motivación que hay detrás de la acción. El que seamos directos y enérgicos puede generar conflictos o soluciones, según la intención de nuestros actos.
Por ejemplo: en general el amor-seco está considerado como planta antagónica debido a su rápido crecimiento. Sus raíces expansivas absorben el agua con gran eficiencia, impidiendo que las raíces de otras plantas reciban el agua que necesitan. Sin embargo, sus hojas son altamente nutritivas, ricas en fósforo. Si conocemos el momento adecuado para podar el amor-seco, podremos utilizar positivamente su potencial agresivo, haciendo que sus hojas muertas se vuelvan abono para las frágiles verduras. Así la naturaleza está enseñándonos que podemos usar creativamente la fuerza de la agresividad si sabemos como encaminarla.
Las plantas antagónicas pueden parecerse a las personas egoístas y narcisistas, cuya meta es únicamente seguir su propio impulso sin considerar los límites ajenos; pero al igual que las personas agresivas, también tienen sus limitaciones: cuando se las deja a la deriva, acaban por extinguirse.
Una persona agresiva sufre constantemente, pues no sabe cómo abrirse para recibir la solución de sus conflictos. Su constante actitud de ataque y rebelión la aísla incluso de sí misma.
Las personas agresivas reaccionan contra todo y contra todos. ¡No saben proceder de otro modo! El que reacciona con agresividad frente a los acontecimientos más insignificantes revela un complejo de inferioridad, pues su acto agresivo surge del hábito de defenderse incluso antes de ser atacado. Como ve el mundo externo como una amenaza constante a su fragilidad interna, se niega a entablar cualquier intercambio que pueda contrariar sus expectativas. En otras palabras ¡el agresivo ataca para no correr el menor riesgo de ser rechazado!
En este sentido, la persona será más agresiva según su necesidad de atención o su carencia. Como ataca para compensar su falta de estructura emocional y de seguridad afectiva, crea un círculo vicioso de abandono y soledad.
Una persona agrede cuando quiere poner de manifiesto que no ha sido tratada tal como le hubiera gustado serlo. Agrede para llamar la atención de que algo le está faltando. La agresión es la forma que encuentra para protestar por aquello que le ha hecho sentirse víctima de injusticia. En otras palabras, agresivo es aquel que se siente débil por creer que lo que necesita está fuera de él, está en el otro, y como él no sabe ser receptivo para recibir lo que tanto desea, continúa inútilmente agrediendo para pregonar lo que le falta.
Para romper este círculo vicioso de carencia y agresión es preciso darse a sí mismo la posibilidad de ser diferente. Para ello tenemos en primer lugar que admitir que nos hemos acostumbrado a la disputa, es decir, que tendemos a atacar sin haber sido atacados. Paralelamente, tenemos que admitir ante nosotros mismos, que sentimos carencias y tenemos baja la autoestima. Cuando nos encaramos a nosotros mismos de manera abierta y honrada, dejamos de criticarnos con menosprecio. Cuando superamos el miedo de admitir nuestras debilidades, empezamos a reducir la arrogancia de nuestra expresión agresiva. Pues en cuanto sabemos cómo sostenernos frente a nuestra vulnerabilidad, ya no necesitamos del otro para proyectar nuestra propia disputa interna.
Es interesante saber que las plantas antagónicas más agresivas surgen para cubrir una falta, bien sea de nutrientes del suelo, o bien para llenar el espacio vacío de un suelo descampado. En este sentido, la hierba dañina tiene la función de equilibrar el suelo y no la de invadirlo. Por ejemplo, el amor-seco surge espontáneamente en una huerta cuando ésta está pobre en fósforo. De modo semejante, podemos reconocer que la agresividad surge en nuestro interior precisamente cuando nos falta coraje para reaccionar. Es una fuerza instintiva, que viene para ayudarnos a tomar un nuevo impulso, capaz de mover nuestras emociones paralizadas por la falta de coraje frente a las adversidades.En ese momento tenemos la posibilidad de aprender a lidiar con el lado positivo de la agresividad. Para ello tenemos que darnos a nosotros mismos la oportunidad de ser diferentes, es decir, de arriesgarnos a ser receptivos a nuestro propio dolor. En lugar de continuar lamentando nuestro dolor, atacándonos a nosotros mismos con autocrítica exagerada o agrediendo insistentemente a los que están a nuestro alrededor, podemos acoger el desafío de escuchar lo que nos falta.
Las plantas nos enseñan acerca del coraje de aceptar los desafíos. Rudiger Dahlke, en su libro “La Agresión como oportunidad” (Ed. Cultrix), resalta la importancia de que la persona esté dispuesta a lidiar con sus conflictos para tener buena salud física: “Cuando no dejamos espacio para una lucha conveniente o un conflicto en la conciencia, éste tiene que buscarse otro lugar cualquiera. El cuerpo se ofrece como escenario en el cual los temas no elaborados de manera consciente, pueden expresarse. De esto se sigue que cuantas menos luchas sucedan de forma consciente, tantas más situaciones de guerra el cuerpo tendrá que presentar.”
En este sentido, la persona que esté dispuesta a encarar de frente sus conflictos, es decir, a quitar sus máscaras y enfrentarse a ellas, estará estimulando su sistema inmunológico.
Cuando decidimos encarar de frente a nuestros opositores, despertamos un deseo auténtico de vivir, de recrearnos. Rudiger Dahlke resalta: “Quien se deja estimular por la vida, acepta los desafíos y emprende su lucha, voluntaria y conscientemente, tiene su sistema de defensa fortalecido y puede defender con éxito los límites de su cuerpo contra los enemigos externos.”
Huir de los conflictos es huir de la vida: ¡cuando no nos enfrentamos a ellos, hacemos vulnerable nuestro propio sistema inmunológico!