Sexo, Amor, Erotismo y Pornografía - Parte 1
por Flávio Gikovate em STUM WORLDAtualizado em 22/05/2008 18:19:14
Traducción de Teresa - [email protected]
SEXO Y AMOR SON COSAS DIFERENTES
El hecho de que sexo y amor anden juntos en gran número de ocasiones no significa que sean una misma cosa. Tampoco significa que sean manifestaciones distintas de un mismo instinto – término usado para designar impulsos que nacen espontáneamente dentro de nosotros. Esta última idea fue defendida por Freud, el genial médico de Viena que, a comienzos del siglo XX lanzó las bases de una nueva ciencia, a la que denominó psicoanálisis.
La idea de que sexo y amor son una misma cosa causó gran confusión en la época en que fue lanzada, siendo responsable por gran parte de la oposición inicial que sufrió el psicoanálisis. Decir, por ejemplo, que un niño de 7 años siente deseo sexual por su madre pareció chocante y, al mismo tiempo, dudoso. Actualmente, nadie pone en duda que un niño de esa edad está extremadamente ligado sentimentalmente a su madre. Es bueno que se sepa, también, que la confusión estaba generalizada en la manera de pensar de las personas de aquella época; ejemplo de ello es la actitud que los padres tenían respecto de sus hijos del sexo masculino: no les besaban ni eran muy cariñosos con ellos por miedo a estar contaminándolos con deseos homosexuales. Esa actitud sólo empezó a cambiar desde hace unos treinta años a esta parte, cuando las personas han pasado a percibir que la ternura es bastante diferente de la rijosidad.
Acostumbro a hacer la siguiente comparación: sexo y amor son como arroz y fríjoles – andan juntos con frecuencia, se combinan muy bien, pero son cosas diferentes. El amor es un deseo fuerte que tenemos de cercanía protectora. El amor busca la sensación de paz y armonía que sentimos cuando estamos junto a una persona muy especial que “elegimos” como nuestro ser amado. En los primeros años de vida, el objeto de ese amor es la propia madre. Con el paso de los años, nos desligamos de ella y buscamos a otra persona para que sea nuestra pareja en la aventura romántica. Una vez elegido, sólo sirve aquel compañero. Sustituirle es posible, pero es lento y doloroso.
El sexo es un impulso que se manifiesta por primera vez al final del primer año de vida. Es el momento en que la criatura empieza a percibir con más claridad que no está “pegada” a su madre, que no es una parte de ella. Empieza a percibir su individualidad, y pasa a pesquisarse. Es el período en que el crío, al tocarse entero, percibe que las sensaciones varían según qué parte del cuerpo es la tocada. Percibe muy claramente que la región correspondiente a los órganos genitales provoca una sensación muy especial, una turbación agradable, a la que llamamos excitación sexual. Es muy importante notar que las primeras sensaciones de naturaleza sexual se dan cuando el crío, a solas, está pesquisando su cuerpo. Se trata, pues, de un fenómeno personal, individual, que ha sido denominado “auto-erótico” por ese motivo. Diferentemente del amor, que siempre envuelve a otra persona, el sexo es, en los primeros descubrimientos infantiles, una manifestación individual.
Acostumbro a hacer la siguiente comparación: sexo y amor son como arroz y fríjoles – andan juntos con frecuencia, se combinan muy bien, pero son cosas diferentes.
Podemos decir, por tanto, que hay dos grandes diferencias entre el fenómeno amoroso y el sexual. La primera diferencia es que el amor es paz y armonía, al paso que el sexo es excitación, tensión. La segunda diferencia es que la paz derivada del amor depende siempre de la existencia de otra persona, el objeto específico de nuestro sentimiento; a su vez, el sexo es un proceso personal, auto-erótico y, al menos en la infancia, totalmente independiente de un objeto específico.
En la vida adulta, el sexo y el amor con frecuencia andan juntos. Cuando esto ocurre, está claro que la persona objeto de nuestro amor tiende a transformarse en aquel ser con el cual queremos intercambiar caricias eróticas. La separación entre amor y sexo se hace difícil de observar, derivando de ahí las confusiones sufridas por los primeros estudiosos de los fenómenos psíquicos, tan esenciales para la comprensión de nosotros mismos.
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