Sexo, Amor, Erotismo y Pornografía - Parte 2
por Flávio Gikovate em STUM WORLDAtualizado em 28/05/2008 08:59:47
Traducción de Teresa - [email protected]
LA VIDA SOCIAL IMPONE LIMITES AL HOMBRE
Freud creía, diferentemente de lo que vengo defendiendo, que el amor era una manifestación sofisticada, más intelectualizada, del impulso sexual. Él llamaba a esos procesos sublimación, o sea, la transformación de un impulso más grosero en algo más sublime, más especial. Esa transformación era el efecto de nuestra razón sobre el fenómeno más físico, más animal, de la sexualidad. Acostumbro a decir que somos criaturas especiales, dotadas de características propias de los monos. No obstante, tenemos un “computador”, nuestra razón, que nos hace criaturas especiales y únicas. Los impulsos del “mono”, después de modificados por el “computador”, se vuelven más requintados; se transforman en productos sublimados.
La verdadera historia de la evolución de nuestra especie y el paso de un modo de vida primitivo, nómada, a las organizaciones sociales complejas en que vivimos hoy, están aún lejos de ser conocidos. La verdad es que ha sido una historia difícil, llena de sufrimientos internos y externos. Los sufrimientos externos se derivaron de que la Tierra no era un lugar tan apropiado para nuestra especie. Hemos tenido que aprender a defendernos de los otros animales, del frío riguroso, de la escasez de alimentos, etc. Si hoy tenemos casas confortables, alimentos preservados para el consumo durante el invierno y condiciones objetivas de combate a las enfermedades y a los dolores, estas son conquistas de las cuales podemos enorgullecernos. El planeta está mucho más adecuado a las necesidades humanas que la selva original que aquí hemos encontrado.
Para conseguir avanzar en la conquista del medio externo, hemos tenido que agruparnos en núcleos sociales cada vez más complejos y organizados. Esos grupos han impuesto severas limitaciones a la expresión de nuestra naturaleza instintiva, o sea, nuestra naturaleza más animal. Muchos de los deseos que surgieron y todavía surgen espontáneamente, gracias a nuestra biología, han tenido que ser prohibidos. La palabra que en psicología se emplea para esto es represión.
La represión, cuando es muy fuerte, quita incluso el deseo de nuestra conciencia y crea, así, una nueva parte de nuestra subjetividad, a la que se llama inconsciente. El inconsciente contiene los deseos que nuestra razón consciente no acepta. Y no los acepta debido a la represión, que inicialmente es externa – social – y después se transforma en interna – personal. Por ejemplo, si me enfado con mi padre y deseo matarlo, yo mismo me censuro por esto, y reprimo el deseo hacia el inconsciente.
Pasamos entonces a tener un mundo interior dividido: una parte de nuestros deseos la ocultamos de nosotros mismos, porque los consideramos inaceptables. Todo esto es fruto de una “domesticación” que el hombre hubo de imponerse a sí mismo para vivir en sociedades complejas. Los impulsos agresivos están entre los que más han tenido que ser reprimidos, de lo contrario la violencia daría lugar a la disgregación del grupo.
Sabemos, por experiencia propia, que el proceso de represión de la agresividad no es perfecto. Sabemos también que buena parte de nuestros deseos violentos son conscientes – o sea, los aceptamos, pero no los ejercemos, bien por miedo, o por no considerarlos adecuados. Y más: alguna que otra vez, ellos vencen las barreras internas y se ejercen bajo la forma de agresiones físicas o verbales. En algunas personas, el control agresivo se da de modo más eficaz; en otras, es bastante precario.
La verdadera historia de la evolución de nuestra especie y el paso de un modo de vida primitivo, nómada, a las organizaciones sociales complejas en que vivimos hoy, están aún lejos de ser conocidos.
Los fenómenos amorosos sólo se han ido haciendo más fuertes y más importantes de algunos siglos a esta parte. Es probable que, en el pasado, las personas permaneciesen vinculadas a sus parientes – padres, hermanos, tíos, primos, etc. – de forma tan intensa que sentían poca necesidad de amparo por medio de vínculo con persona que no formase parte del grupo familiar. Ese vínculo también existía, pero era elegido por las familias, según las reglas de conveniencia de cada sociedad. O sea, las personas se casaban con criaturas que eran elegidas por otros, y es probable que, con el tiempo, se aficionasen a ellas e, incluso, pasasen a profesarles amor.
Cualquier tipo de encantamiento amoroso que surgiese fuera de las reglas de la vida social era violentamente reprimido. Esto sólo ha cambiado en las últimas décadas: ahora las personas pueden unirse al compañero que quieran, y separarse de aquel por quien ya no sienten interés.
Las historias de amores imposibles, en oposición a las reglas, pueblan nuestras bibliotecas, siendo la más famosa la de Romeo y Julieta, de Shakespeare. La lucha se entabla entre la emoción, que quiere imponerse, y la regla social que quiere prevalecer, yendo contra aquella unión que la contraría. Ese tipo de represión es hoy cosa del pasado, pese a que todavía existen algunos residuos en ciertos grupos sociales. Personas casadas que se enamoran de otros, por ejemplo, pueden divorciarse para realizar su deseo romántico; aún tropiezan, no obstante, con fuertes oposiciones, principalmente las de sus propios hijos, que no raramente se sienten perjudicados.
Ninguno de los impulsos humanos es más difícil de “domesticar” que el instinto sexual. El amor necesita de un objeto definido, y la “domesticación” consiste en que el individuo no se fije en un objeto prohibido; en cambio nuestra agresividad es siempre una relación, o sea, si la persona no es provocada, no tiende a proceder con violencia. Siendo así, las normas de la vida en sociedad, cuando son respetadas, generan cantidades pequeñas – y por tanto soportables – de provocación. ¡Pero el deseo sexual está presente en nosotros todo el tiempo! No tenemos, como los otros mamíferos, un período de celo y otro de reposo de ese instinto. Al menos en los hombres, el deseo se manifiesta principalmente en función del estímulo visual: mirar a chicas y mujeres de todas las edades provoca deseo en los hombres de todas las edades y en cualquier época del año. La represión, cuando es muy fuerte, quita el deseo de nuestra conciencia y crea, así, una nueva parte de nuestra subjetividad, a que se llama inconsciente.
Las chicas y las mujeres saben que provocan el deseo de los hombres y se excitan y envanecen con eso. Por ello quieren siempre pulir cada vez más su apariencia física. Consiguen alcanzar los objetivos con facilidad, pues provocan cada vez más el deseo de los hombres. Y obsérvese la complejidad de la cuestión: cuanto mayor es el grupo social, más los hombres están expuestos a más mujeres atrayentes para ellos. De esa forma, a medida que la civilización se sofistica y se expande, más veces por día hombres y mujeres se encuentran y hacer surgir la chispa del deseo.Ya hemos visto, también, que el sexo, en su origen, no tiene relación con una sola figura, especial y única, como ocurre con el amor. Así, somos estimulados sexualmente por prácticamente todas las personas del sexo opuesto. Y eso ocurre incluso cuando estamos sentimentalmente envueltos y satisfechos. La mujer enamorada no tiene intención de tener otros compañeros sexuales, aparte del amado. Sin embargo, le sigue gustando mucho provocar el deseo de otros hombres. De esa manera, es un poco hipócrita cuando dice que se viste y se arregla tanto sólo para agradar al hombre que ama. En el caso de los hombres, el deseo visual desborda muy claramente las fronteras del amor. Llegamos, pues, a la conclusión, de que la fidelidad, cuando existe, es fruto de una regla que la persona se ha impuesto, y no de la naturaleza de nuestra especie.
Entonces ¿a dónde va tanta energía que no puede expresarse, so pena de desorganizar toda la vida en sociedad?