Pasión no correspondida
por WebMaster em STUM WORLDAtualizado em 15/10/2013 10:32:21
por Flávio Bastos - [email protected]
Traducción de Teresa - [email protected]
“No hay diferencia entre un sabio y un necio cuando estamos enamorados”.
(Bernard Shaw)
Muchas tentativas de buscar el amor incondicional se pierden en la indiferencia o en el desinterés del otro, pues el amor real exige sintonía, reciprocidad de sentimientos y mutua entrega. ¿Cuántas experiencias frustradas en que el desengaño y la desesperación se hicieron verdugos de una mente desequilibrada y un corazón partido, no han terminado en drama o tragedia?
La vida no es una aventura a la cual se lanza el individuo como si estuviese programado para tener éxito en todas sus iniciativas. La vida exige del aprendiz una cierta cautela para que desarrolle su sentido de orientación vital y aprenda a caminar en terrenos cada vez más firmes y seguros. Pese a ello, los aprendizajes son distintos y sufrir por amor no correspondido, a través de experiencias secuenciales, indica que el individuo es dependiente de un vínculo emocional-obsesivo cuyo origen desconoce.
La pasión por otra persona es inherente a la naturaleza humana. Sentir la pasión amorosa conduce al individuo a una situación atípica en el sentido conductual, pero es una experiencia que debe proporcionar, sobre todo, aprendizajes. En caso contrario, mantiene el espíritu ligado al vínculo pasional por tiempo indeterminado, o sea, prisionero de su propia inmadurez emocional. Quien ama no acosa, no agobia y no mendiga amor. Permite que la energía amorosa fluya conforme al nivel de atracción, que definirá, con el paso del tiempo, si los individuos son o no compatibles para una relación afectiva de compromiso.
Bajo el prisma científico, pasión es un estado emotivo ampliado de aquello que llamamos amor. Siendo así, se trata de una patología en que el sujeto pierde gran parte de su individualidad debido al aspecto fascinante que el objeto de su pasión ejerce sobre él. Esa fascinación no es únicamente a nivel psicológico. Hay también aspectos bioquímicos. Según estudios, cuando sentimos la pasión amorosa, nuestro cuerpo produce sustancias como la feniletilamina, un tipo de anfetamina cuya acción es semejante a la de algunas drogas en nuestro cerebro. O sea, nuestro cerebro produce sustancias “adictivas” cuando nos enamoramos. Su producción, no obstante, disminuye con el tiempo. Las más recientes investigaciones dicen que, en media, esto sucede en dos años. Después, o el sentimiento evoluciona hacia un profundo amor o la persona se da cuenta de que todo era una proyección inexistente, lo cual redunda en el fin de la pasión.
En la versión filosófica, pese a estar considerada como cosa natural, la pasión no es más que una perspectiva proyectada de nuestras fantasías. Por ella ampliamos la imagen de una persona, haciéndola más importante de lo que realmente es. Y ese es el motivo de que la pasión siempre esté a nivel más bajo que el amor, porque en la pasión se trata de una fantasía, y en el amor se trata de una realidad. No obstante, la filosofía sugiere que el hombre necesita ir más allá del falso escenario existencial en que las cosas, o son de la pasión o son de la razón, pues de la danza pasión-razón brota la vida en su forma más plena y bien vivida.
Para el espiritualismo, hay cierta confusión entre amor y pasión. La pasión es un sentimiento fuerte, poderoso, que lleva a muchas personas al sufrimiento y al dolor.
Por lo regular, dura poco y deshace relaciones duraderas. Muchas relaciones amorosas concluyen una vez enfriada la pasión. Se pasa entonces a mirar a la persona amada con todos sus defectos e imperfecciones. En cambio, el amor es pasivo, tranquilo, no trae sufrimientos, solamente bienestar y alegrías. El verdadero amor no exige nada a cambio. Es un sentimiento puro de querer bien al prójimo como a uno mismo. Es un sentimiento abarcador, pues envuelve a todos los seres humanos.
Jean Jacques Rousseau, considerado como uno de los principales filósofos del iluminismo y precursor del romanticismo, definió con exactitud el amor pasional, al registrar que “todas nuestras pasiones son buenas cuando nos hacen señores, o malas cuando nos hacen esclavos”. Es decir, las “buenas” nos hacen personas más centradas, menos egocéntricas y con una visión más humilde de la propia existencia. Cuando percibimos que el mundo no gira a nuestro alrededor, maduramos emocionalmente y despertamos para el amor abarcador.
Por otra parte, las “malas” pasiones pueden llevar a la persona a sentirse triste, lo cual no está considerado como enfermedad, pero si son persistentes, la tristeza y el sentimiento de abandono pueden caracterizar patología. Esto ocurre cuando al individuo que está pasando por esta clase de alteraciones emocionales le parece que la vida se ha acabado tras sufrir el desengaño. Son los denominados “síntomas de decaimiento”, que se observan cuando el individuo entra en un proceso de autodestrucción: se aísla socialmente, come de forma exagerada o no se alimenta. Está depresivo y muestra abandono en la propia higiene.
Por tanto, un razonamiento conclusivo nos induce a creer que tanto las “buenas” como las “malas” pasiones sirven de aprendizaje en el sentido de que el individuo afina la percepción de amor a través del proceso de autoconocimiento. Son experiencias inherentes al espíritu en su jornada de descubrimiento de sí mismo inserto en el contexto vital. En el caso de pasión no correspondida, el aprendizaje sirve para alertar al individuo de que el apego excesivo y la dependencia emocional llevan a experiencias de sufrimiento y dolor. Resultado de la “ceguera existencial” en relación al verdadero significado del amor. En esta dirección, el proceso de conquista del otro está íntimamente vinculado al autoconocimiento, pues se hace más fácil conquistar a alguien cuando tenemos algo que ofrecer, incluso si nuestro ideal filosófico es la “danza pasión-razón que brota de la vida en su forma más plena y bien vivida”.