Ahora que he vuelto a casa – Capítulo 11
por Angela Li Volsi em STUM WORLDAtualizado em 21/02/2007 10:55:12
Traducción de Teresa - [email protected]
Antes de retomar mi historia en el punto en que la he dejado, me gustaría deshacer, públicamente, un malestar que se ha creado con algunos lectores bahianos. No sé si hay otros, pero dos lectoras bahianas me han escrito protestando, con razón, por la expresión que he empleado, al hablar de mi ex – marido, que presentaba “un rasgo de indolencia bahiana”.
Reconozco que he sido infeliz al adjetivar el término “indolencia”. Al fin y al cabo, un rasgo de temperamento no tiene nacionalidad, cualquiera puede tenerlo. Es el peligro de las generalizaciones, que en seguida se transforman en prejuicios difíciles de despegar de quien ha sido así rotulado. Tal como la mayoría de las personas, yo también, en aquella época, me dejaba guiar por impresiones superficiales y por enjuiciamientos apresurados. Es verdad también que yo nada sabía acerca de Bahía y mucho menos de los bahianos. Sólo ha sido después de mucho tiempo, cuando hice un viaje a Salvador y percibí cuán distinta hubiera podido ser mi historia si hubiese tenido la oportunidad de familiarizarme con la esencia de aquel pueblo maravilloso antes de conocer a I.
Cuando tomé el partido de narrar toda mi trayectoria sin omitir nada de mis reales sentimientos y juicios de valor, sabía que estaba así exponiendo todas mis debilidades e ignorancias. Es obvio que, así como he cambiado radicalmente mi manera de verme y de ver a los demás, hago hincapié en declarar públicamente mi enorme admiración por Bahía y por su pueblo, que nada tienen que ver con mi malograda experiencia conyugal.
Corriendo el riesgo de parecer pedante, no resisto a la tentación de una última observación. El término “indolencia” procede del latín “indolentia” y significa “ausencia de dolor”. ¿No es curioso el camino recorrido por el significado de las palabras? ¿Si el significado original se hubiese mantenido, no debería ser motivo de orgullo ser tachado de indolente? ¡Quién me diera haber tenido, en mi vida, un poco más de “indolencia”!
Y ahora volvamos a incorporar a aquella Ángela recién – separada de I.
“Es demasiado bueno para ser verdad. No me lo creo todavía que finalmente he readquirido el derecho de respirar. El peligro no está completamente alejado, pero a todos los efectos he vuelto a ser una persona libre. Con los ahorros de los dos últimos años he conseguido dar una entrada para comprar un apartamento a una manzana de la casa de mi madre. Estoy trabajando en tres facultades particulares y acabo de ser invitada por mi antiguo profesor francés a formar parte de la Cátedra de Francés de la USP.
Mi ex – marido, que para mí todavía representa la figura del sacamantecas, no conoce mi dirección (ni la va a conocer, por lo que dependa de mí) y el teléfono es algo que todavía tardará en llegar.
Está muy bien que yo necesite servirme de todas mis energías para dar cuenta del trabajo y de los desplazamientos (todavía no tengo coche). Es bueno para que yo no tenga tiempo de evocar todos los fantasmas que todavía habitan dentro de mí. Por un lado siento un enorme alivio, por otro, la experiencia de vivir completamente sola, en la situación en que me encuentro, requiere mucho coraje. No puedo evitar sentir sobresaltos con cualquier ruido sospechoso. Mi corazón se dispara como si alguien pudiese invadir mi casa de un momento a otro.
He vuelto a mi grupo de yoga, me siento avergonzada porque puedo leer en la mirada de mis compañeros la perplejidad respecto de mí. Me siento deudora de mi gurú, que ha tenido un papel preponderante en el desenlace de mi aventura conyugal. Al mismo tiempo, todo cuanto he vivenciado en los últimos años me hace revisar todos mis conceptos acerca de todo, principalmente me hace desconfiar de las cosas que elijo, de las personas que frecuento. El distanciamiento de las personas que forman mi grupo se ha hecho todavía mayor. Los conocimientos esotéricos mal digeridos, o ciegamente obedecidos por miedo a las consecuencias, en vez de significar libertad, me hacen sentir más esclava. El rumbo que están tomando los trabajos del grupo, en lugar de tranquilizarme, me causan más desasosiego.
No me siento acogida, integrada, me siento menoscabada y dependiente. No era eso lo que yo estaba buscando.
La vuelta al seno de mi familia aumenta en mí el deseo de reencontrar afectos familiares, de relacionarme con quien hable mi idioma, en todos los sentidos.
Es muy pronto todavía para pensar en una nueva relación. Por el momento estoy completamente realizada con mi éxito profesional y con la reconquistada independencia. Las clases en las facultades absorben todo mi tiempo y mis energías, y lo que se me devuelve es absolutamente fantástico.
Es un placer tan grande volver a ejercer mi creatividad en la sala de clases, contagiar a mis alumnos con mi pasión por la literatura, que poco a poco mis recientes traumas ceden lugar a una auto – confianza cada vez mayor. Mi dolencia está controlada con medicamentos, todavía no tengo ninguna secuela deformante, puedo continuar ejecutando todos los ejercicios de yoga, incluso los más difíciles.
También la convivencia con mis colegas es muy estimulante; acabo de conocer a uno particularmente brillante, B., de origen italiano, con el cual siento una enorme afinidad. Además de tener nuestras raíces en común, puedo hablar con él en mi idioma y, principalmente, beber de su fuente de conocimiento prácticamente inagotable. El único pero es que él es muy fiel a los preceptos de la iglesia católica y jamás podría admitir una relación con una mujer separada.
Yo estoy completamente deslumbrada con su sabiduría y su encanto, quién sabe si conseguiré también cautivarlo y hacerle revisar sus principios. Realmente sería demasiado bueno si eso pudiese llegar a ocurrir, pero evidentemente nada en esta vida se conquista sin esfuerzo. Tal como él es grandilocuente en el campo intelectual, cuando se trata de abordar asuntos personales se torna impenetrable. Crea una barrera infranqueable, y es imposible intentar hablar de las cosas del corazón. Es también muy temperamental y melindroso, necesito tener mucho cuidado con lo que hablo. Paciencia, de los males el menor, comparando con lo que he sufrido en mi casamiento, me siento en el paraíso.
Se instaura entre nosotros un sutil juego de seducción, nada es explícito, pero tampoco no hay un rechazo declarado. Me gustaría abrir el corazón, desahogar todo cuanto tengo reprimido desde la caída de mis ilusiones, pero no hay brecha alguna a la vista.
En un gesto temerario, decido escribirle una carta. Espero ansiosamente cualquier signo por su parte, pero nada sucede. Necesito saber si por lo menos la carta ha llegado a sus manos. Cuando reúno el valor para mencionar el hecho, recibo una gélida confirmación de que ha sido recibida, y nada más.
Es mejor procurar olvidar mis sentimientos, si quiero continuar disfrutando de su amistad.Desde mi separación, de vez en cuando el recuerdo de mi historia con M. me ha venido a la mente, revestida de los más variados ropajes. El más frecuente es aquel de un paraíso perdido, un bien que yo no he sabido mantener, que he dilapidado por culpa de mis sueños de independencia. Me vuelve a la memoria la escena de aquella noche, cuando ya salía con mi futuro marido, en que M. vino junto a mí y, por primera vez en la vida, se humilló, llegando a suplicarme que no le dejase, repitiéndome en llantos que solamente yo podría hacerlo feliz. Pero yo estaba tan segura de la elección que había hecho, que permanecí inflexible y fría como una piedra.
Ahora que me doy cuenta de la colosal equivocación que he cometido, me pongo a pensar en qué debe él estar sintiendo respecto de mí, después de enterarse, en un encuentro casual con mi padre, de que yo ya estaba casada. No me atrevo a imaginar qué me diría él si me encontrase.
Cuando estos pensamientos empiezan a tornarse obsesivos, me armo de valor y decido ir a buscarle.