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Ahora que he vuelto a casa – Capítulo 3

por Angela Li Volsi em STUM WORLD
Atualizado em 08/02/2007 15:23:35


Traducción de Teresa - [email protected]

Vencido por mi insistencia, mi padre accedió a pagarme un curso de mecanografía y taquigrafía. Obtenido el diploma, pude ser admitida como auxiliar de secretaria en una empresa que estaba en la misma calle en que yo vivía (buenos tiempos aquellos, en que los empleos abundaban, hasta el punto de que se podía escoger).

Ese empleo, sin embargo, no duró mucho. Mi función consistía en tomar dictados de un alemán que hablaba con un acento horrible, para después transcribir a máquina mis anotaciones. No era una tarea de las más fáciles para una marinera de primer viaje.
Todas las nuevas dificultades contribuían para que me sintiese cada vez más como un pez fuera del agua.
Como era mi costumbre desde siempre, aprovechaba todos los momentos libres para escribir furiosamente, en un cuadernito, todos mis desahogos adolescentes.
Un día en medio de esa operación, oí a mi jefe gritar a plenos pulmones: “Señorrrrra, ¿está usted sentada sobrrrre las orrrrrrejas?” Es evidente que algún tiempo después fui sumariamente despedida.

El episodio representó verdaderamente un progreso en mi vida. Me hice con un trabajo en el centro, a donde podía ir en autobús, en una agencia de publicidad de dueños italianos, donde el trabajo era mucho más interesante y divertido.
Allí fue donde me enteré de la existencia de “Cursos de Madurez” en los cuales podría recuperar el tiempo perdido, logrando el diploma de bachiller en mucho menos tiempo.
Fue una fase de mi vida en que todo convergía para aumentar mi autoestima. En la agencia tenía la oportunidad de convivir con profesionales de mucho talento, que estimulaban ni necesidad de desafíos intelectuales. Me sentía valorada y motivada para aprender cada vez más. Al salir del trabajo iba directamente para el curso de madurez, donde la mayor parte de los alumnos estaba compuesta por muchachos que me demostraban su admiración de todas las maneras. Tenía, como se dice en italiano, “la belleza del asno”. (Como todas las expresiones que reflejan la sabiduría popular, esa tiene la genialidad de ilustrar, en dos simples palabras que sorprenden por la insólita asociación, un determinado momento de la vida de una persona. Es cuando no se necesita ningún artificio para atraer las atenciones, basta el frescor de la propia juventud). Otra gran aliada para mi éxito en el curso era mi formación escolar, que tornaba extremadamente fáciles todos los contenidos que se enseñaban. Hasta los profesores me demostraban claramente su aprecio, lo que hacía subir cada vez más mi cotización.
En aquella época, veía a M. muy esporádicamente. Como nuestros encuentros eran siempre muy rápidos, por no poder asumir abiertamente nuestros sentimientos, todo se resumía en abrazos y besos más o menos osados, sobrando muy poco tiempo para diálogos verdaderos sobre nuestras vidas. Él había llegado a proponerme un compromiso más serio, pero honradamente yo no me sentía tallada para encerrar tan deprisa mis horizontes dentro de cuatro paredes, pues estaba claro que todo lo que él quería era una buena esposa que cuidase muy bien de la casa y de los hijos, y nada más. Él nunca dejaba de repetirme, aparentemente en tono de broma, que una mujer no necesitaba estudiar tanto. Además de eso, la hostilidad de mis padres y la efervescencia del momento que estaba viviendo habían hecho diluir bastante mi interés por él. A partir de ahí nuestros caminos comenzaron a tomar rumbos diferentes, pero todas las veces que yo sentía la necesidad de acudir a él, él se las arreglaba para aparecer a la salida del cursillo para llevarme a casa. Lo que nunca había disminuido era la atracción física del uno por el otro.

Me encantaba mi trabajo en la agencia de publicidad así como el hecho de poder ir directamente para la escuela a la salida del trabajo, lo que aplazaba para más tarde mi regreso a casa, donde quería permanecer el menor tiempo posible. Superados con éxito los exámenes de madurez, descubrí otra manera de ocupar mis noches: podría cursar una facultad nocturna. Una primera opción habría sido la facultad de psicología, pero cuando vi que habría exámenes de matemáticas y estadística, perdí el interés. Pensé entonces en una facultad de letras, y me inscribí inmediatamente en el cursillo de la propia facultad, que en aquella época se llamaba “Facultad de Filosofía, Ciencias y Letras de la Universidad de Sao Paulo”.

Mientras tanto, otro cambio se daba en el campo del trabajo. Un muchacho que había conocido en una fiesta, me convenció para presentarme como candidata a una vacante de secretaria en el Banco donde él trabajaba. Yo no tenía mucho interés en cambiar de empleo, pero tanto me insistió que decidí aceptar el desafío.
Al presentarme, me enteré de que se trataba de ser la secretaria de un director italiano que acababa de llegar, y no conocía una palabra de portugués. La prueba a que fui sometida fue muy simpática, ese director me ayudaba en todas mis dificultades (principalmente de taquigrafía), mostrando un empeño especial en que fuese aprobada.
Aun habiendo sido aceptada, vacilé mucho antes de decidirme, porque no quería perder mi ambiente en la agencia. Pero la insistencia y la perspectiva de una paga mucho mayor acabaron por convencerme. Allá me fui a trabajar en una enorme sala, dentro de uno de los Bancos más importantes de Sao Paulo, donde sólo permanecían el director, el contable y yo. Estábamos fundando una Financiera que unía el Banco italiano y el brasileño en un tipo de sociedad inédita hasta entonces.

Al principio eché mucho de menos el movimiento y la animación de la agencia de publicidad, pero poco a poco la nueva situación fue revelando sus ventajas. El director italiano era un apasionado de la literatura y demostraba un verdadero interés por mis estudios. A esas alturas yo ya había entrado en la facultad, y muchas veces, cuando tenía terminado mi trabajo, incentivada por él, hacía mis deberes allí mismo. Frecuentemente él se ponía a recitar las poesías y los trechos literarios que todos nosotros, los italianos de cierta generación, sabíamos de carrerilla...

Continuará...


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clube Angela Li Volsi é colaboradora nesta seção porque sua história foi selecionada como um grande depoimento de um ser humano que descobriu os caminhos da medicina alternativa como forma de curar as feridas emocionais e físicas. Através de capítulos semanais você vai acompanhar a trajetória desta mulher que, como todos nós, está buscando...
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