Alegría: un niño dentro de nosotros
por Maria Guida em STUM WORLDAtualizado em 05/02/2008 13:39:33
Traducción de Teresa - [email protected]
Cuando entré para la Fraternidad Blanca, Jacira, la mujer que me presentó a los Maestros Ascendidos, me habló mucho acerca de la existencia de los Elementales. Me dijo que las flores eran moradas de las hadas, que las Salamandras despiertan cuando encendemos el fuego, que la fertilidad del suelo la mantienen los Duendes, que el movimiento de las aguas es la danza de las Ondinas.
Después de nuestra charla, un extraño sentimiento se adueñó de mí. Era como si, por un pase de magia, yo hubiese retornado a mi más tierna infancia. Me acordé de los años que pasé en la casa de mi abuelo materno. Y de cómo el mundo se ponía diferente en los días de lluvia.
Nadie nunca ha comprendido muy bien por qué yo, una cría llorona y melancólica, saltaba tanto, sonreía y batía palmas cuando llovía. O por qué yo permanecía durante horas, quietecita, esperando ansiosa a que la lluvia empezase a caer. Las tempestades y las lluvias siempre han tenido, y aún tienen, un significado profundo y diferente para mí. Porque fue durante una tarde de lluvia cuando los ojos de mi don se abrieron espontáneamente por primera vez.
Y yo vi.
Los seres eran transparentes, con colores muy claros y brillantes. Ellos centelleaban.
Si en aquella época yo hubiese visto las películas de Disney, o los dibujos animados de la televisión, se podría decir que mi imaginación de niña estaba siendo influenciada por ellos. Pero esto ocurrió en los años cincuenta. Éramos muy pobres. No teníamos acceso al cine, ni a la televisión.
Yo veía minúsculos caballos blancos con alas, que bastante más tarde he sabido que se llamaban unicornios. Yo veía pequeñas mujeres, en lindos vestidos, con joyas y alas de libélula, revoloteando en medio de la lluvia. Corolas de flores coloridas y pequeñas tazas de cristal se formaban y se deshacían en el lugar donde las gotas caían en el suelo.
La lluvia era mi alegría. Y aún lo es.
Volviendo al día en que conocí la Fraternidad, después de escuchar lo que Jacira me dijo, volví para casa. Mientras me bañaba, una enorme alegría me invadió. Tal como cuando era una cría, yo saltaba, sonreía y batía palmas, bajo la ducha, diciendo en voz alta, a mí misma: ¡Todo era verdad! ¡Todo era verdad!
Me acordé de lo que sentía cuando – a los doce años – ante los ojos embobados de papá y mamá, decidí hacer planteles de frijoles y violetas en el huerto. Ellos eran mi alegría.
Cuando encontré a Jacira, y a la Fraternidad Blanca, esa alegría volvió a visitarme.
En la meditación, llamas de un anaranjado vivo comenzaron a surgir, danzando ante mis ojos abiertos. La mujer triste que era yo cuando entré en contacto con las enseñanzas de Saint Germain, de repente quería tejer y danzar.
Yo reía. Era una risa suelta y abierta, como solamente cuando era niña conseguía expresar.
Un día mi madre me envió una caja por correo. Dentro de la caja estaban mis boletines y otras cosas del colegio. Medallas y diplomas de buen comportamiento y mis fotos de bebé.
El contacto con todo aquello fue una bendición y un desafío. La bendición fue revelar cuánto de aquella criaturita pura, dulce y llena de curiosidad aún quedaba muy en el fondo de la mujer seria, dura, y exageradamente responsable en la cual me he convertido.
El desafío pasó a ser entrar en contacto con aquella cría, hacerla confiar en mí, y por fin hacer ver al mundo que ella aún estaba allí.
En un día triste de mayo, Isabel Telles, con sus Imágenes Mentales, me ha señalado el camino para comenzar.
Aún no he logrado todavía vencer completamente el desafío. Pocos perciben esta búsqueda, y son pocas las personas a quienes exhibo mi tesoro infantil.
El abandono y la risa de la niña que vive en mí solamente aparecen si estoy en contacto con gente amiga, aquellos a quienes amo y en los cuales confío.
Sin embargo, a cada vuelta y media, esa chavala surge, inesperadamente, en medio de la calle, o frente a gente a la que acabo de conocer.
Me gusta eso. Gusto de estar con mi mirada desarmada, de la certeza que siento, muchas veces, de que no necesito protegerme tanto, de que puedo transitar por la vida, y ser aceptada con todos mis atributos – cualidades y defectos – suelta como una cría que juega, como si el mundo fuese un parque, o un patio. Y que tampoco importa tanto si no soy aceptada.
Un hombre que conozco, un gran amigo, me dijo recientemente que después de los cincuenta se decide, nuevamente, como en el nacimiento, si se quiere vivir o morir.
La madurez nos obliga al ejercicio del renacimiento.
Estoy en el umbral de esa conquista. Una parte de mí agoniza, y con seguridad va a morir. No me importa. Ya he colocado en el equipaje de la María Guida que parte y se desprende de mí, todas las cosas que ya no necesito.
Pero la pequeña y dulce criatura, la que gusta de la lluvia y tiene ojos para ver lo invisible va a quedarse conmigo.
Quiero que ella viva, crezca, contemple el mundo a través de mis ojos miopes, con sus ojos brillantes y felices encantándose con todo lo que ve.
Quiero que ella crezca, que se adueñe de mi mundo, que se apropie de todo el conocimiento que he acumulado en estos cincuenta años, y que con él haga una fiesta, para mí y para todos aquellos que caminan conmigo en dirección a la Luz.
Y a vosotros, que pacientemente habéis venido acompañándome en parte de mi andadura, os pido que también busquéis vuestro niño interior. Buscadlo por las mejores memorias de la infancia, por el encantamiento de los pequeños descubrimientos, percibid el sonido de la risa que teníais, recordad la limpidez de vuestra mirada.
Esta criatura está allí, y siempre aparece cuando estamos felices. Sea cual fuere el nombre que ella tenga, olvidadlo, eso no es importante. Ella es una llama anaranjada y cálida, que hace sonrosar nuestras mejillas y nos pone los ojos brillantes.
Ella se llama alegría y es el resultado de la unión entre el rayo amarillo de la sabiduría y el rayo rubí de la devoción, dos de los siete grandes atributos de Dios.
No es preciso ser sabio o devoto para ser alegre, pero sin alegría ciertamente no es posible alcanzar sabiduría o devoción.
Nuestro crío interior sabe esto mejor que nosotros, y espera, pacientemente, en el fondo de nuestros ojos y de nuestro corazón, el permiso para reír y jugar.
Cuando uno de nosotros consigue hacer esto, todos los demás se sienten más animados a intentarlo.
Y me parece que ahora todos ya saben muy bien el por qué.
Al fin y al cabo, siempre, y de nuevo, porque Somos Todos UNO.
*Elementales: Fuerzas sutiles energéticas; formas de la Naturaleza que actúan en los planos de funcionamiento del Universo. Pertenecen a los 4 elementos de la Naturaleza: tierra, agua, fuego y aire.