BAJO LAS SOMBRAS DE SUS ALAS
por WebMaster em STUM WORLDAtualizado em 30/09/2010 09:26:20
por Oliveira Fidelis Filho - [email protected]
Traducción de Teresa - [email protected]
"Agrádate del Señor, y Él satisfará los deseos de tu corazón". David
Cuando era niño, bastaba una mirada de mi padre para orientar mi comportamiento. No había espacio para berrinches, teatros, exigencias, falta de respeto. Mis límites estaban bien definidos, lo cual, si por una parte dejaba poca cancha para posibles negociaciones o reivindicaciones, por otra creaba en mí seguridad, ajustamiento y equilibrio.
Desde pequeño, trabajaba ayudando en las actividades de la alquería; en aquella época, trabajar no estaba prohibido. Tenía asignadas mis tareas que, guardando las debidas proporciones, eran las mismas de los adultos. Aún me quedaba tiempo para jugar, estudiar, leer buenos libros, si bien bajo la luz del quinqué.
En cuanto a mi padre, sabía que me era preciso agradarle, pues de lo contrario las consecuencias podrían ser dolorosas. Recuerdo, sin embargo, una única y bien merecida paliza que de él llevé. Recuerdo también que no me quedé traumatizado; por el contrario, me sentí aliviado, con la deuda pagada, todo conforme. En aquella época, no estaba prohibido dar unas palmadas. Lejos de traumatizar, la chinela era un excelente psicólogo. Agradarle, por tanto, era condición sine qua non para garantizar un "pompis" fresquito y feliz.
En cuanto a mis hijas, también se ganaron unas palmadas cuando eran crías y, contrariamente a lo que dicen algunos padres, no me dolieron a mí, sino que les dolieron a ellas mismas. Tampoco se quedaron traumatizadas y hoy son mujeres de éxito; ¡y están muy bien, muchas gracias! Y si algún día Dios me alegra con nietos, voy a sugerirles a mis hijas que mantengan una "terapeuta hawaiana" de guardia también. Como "madres suficientemente buenas", recordando al pediatra y psicoanalista Donald W. Winnicott, a ellas incumbirá educar a sus respectivos pimpollos y a mí, "perfecto abuelito", recordando a mí mismo, ''estropearlos''.
Pero volviendo a mi padre, ¡complacerlo era señal de cordura! Caso contrario, yo quedaría expuesto a la ira paterna; lo más sensato, por tanto, era buscar su aprobación. El sentimiento era de respeto, bordeando el miedo. Mi comportamiento se ajustaba a su voluntad, teniendo por objetivo no ser punido, y hasta, quién sabe, ser recompensado.
Con el paso de los años, la infancia dio lugar a la adolescencia, a la juventud, a la madurez. Con la venida de mis hijas aprendí a ser hijo y sé que con la venida de los nietos aprenderé a ser padre. En cuanto a mi padre, he ido percibiendo que más importante que agradarle a él era agradarme de él, amarlo por el placer y la alegría que este amor proporcionaba a mi corazón. Pasé a sentir placer en su presencia y añoranza en la ausencia, además de percibirlo deseable e imprescindible.
En cuanto a la relación que Dios espera establecer con sus hijos, el Rey y poeta David, en el libro de los Salmos, declara: "Agrádate del Señor (Dios), y Él satisfará los deseos de tu corazón". Aquí lo decisivo es atender a la diferencia entre agradar de Dios y agradar a Dios. La primera expresa madurez, confianza, espontaneidad, placer y amor, mientras que lo segundo se procesa en medio de sentimientos de culpa, miedo y constante búsqueda de absolución y aceptación.
Para David, la presencia divina, al convertirse en fuente de placer, crea en el alma tal espontánea dependencia de Dios que la libera de todo fardo o pesadumbre. Deja de ser un peso religioso, un tener que, desembocando en deseable deleite. El experimentar de tal magia mística llevó al rey poeta a escribir: "En Tu presencia hay plenitud de alegría, Tu diestra deleita perpetuamente".
Agradar a Dios puede incluso originar sensación de deber cumplido, de descargo de conciencia, de alivio por haber hecho la cosa que se consideraba acertada o esperada, ajustada a las exigencias religiosas; pero la satisfacción de los deseos más profundos del corazón - sueño de consumo del alma - solo se alcanza cuando Dios se hace agradable a la existencia. Para David, la satisfacción del corazón está directamente relacionada con el placer, que solo es posible en íntima comunión con Dios.
A Jesús, las cargas impuestas por la religión no le pasaron desapercibidas. Dirigiéndose a los líderes religiosos, dice: "atan fardos pesados y los ponen a cuestas de otros, pero ellos mismos no les ayudan, ni siquiera con un dedo, a cargar con esos fardos".
También observó que "los religiosos rodeaban la tierra y el mar para hacer un convertido; y, una vez hecho, lo hacían doblemente hijo del infierno". Como psicoanalista, verifico con frecuencia el "infierno", los estragos psíquicos y somáticos advenidos de las sobrecargas y falacias religiosas.
Hay personas que incluso admiten que la religión (iglesia) no salva a nadie, lo que todavía no perciben o no admiten es su capacidad de condenar.
Y es a la vista de tan castrante esclavitud religiosa cuando Jesús invita a todos al acogedor descanso, disponible a la sombra de la Vida Crística. Son del incomparable Maestro Jesús las maravillosas palabras: "Venid a mí, todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de mí, porque soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestra alma. Porque mi yugo es suave, y mi carga ligera".
Lamentablemente la religión, por lo regular, puebla la mente humana de temor al "Padre nuestro". Crea un Dios a imagen y semejanza del ego humano, transforma el Dios del Amor en un Dios de odio, punición y venganza. Echa mano de una de las formas más nefastas de dominio: el dominio por el temor. Tal concepción lleva a huir de Dios, de la divinidad que ha de ser complacida, cuya ira tiene que ser aplacada.
La religión, para mí, corresponde al tiempo en que, siendo aún niño y movido por el miedo, buscaba agradar a mi padre, mientras que la vida Crística, la Espiritualidad, corresponde a la madurez y a la conciencia expandida, que hizo a mi padre agradable a mi corazón. Pienso que São Paulo llegó también a esta conclusión. Iluminado por la Luz Crística, que le permitió romper con los tentáculos y ventosas de la religión, el apóstol declara: "cuando era niño, hablaba como niño, sentía como niño, pensaba como niño; cuando llegué a ser hombre, desistí de las cosas de niño".
Pablo dejó de ser niño cuando pasó a recorrer el camino "sobremodo excelente" y mágico del Amor. Amor que define al propio Dios, que hace al ser humano identificado como hijo de la Luz. Amor que no se deja encarcelar, que no necesita leyes, pues es la Ley que gobierna el Universo.Lo mismo que mi añorado padre, Dios se ha vuelto agradable para mí; y como David, puedo declarar: "bajo las sombras de Tus alas canto jubiloso" y asimismo "más alegría me has puesto en el corazón que la alegría de ellos".
La paternidad Divina en mucho difiere de la paternidad humana; el "Padre Nuestro" es Dios de Amor, es Luz y no hay en él sombra alguna.