Cabellos blancos e historias de la Vieja
por Adília Belotti em STUM WORLDAtualizado em 10/02/2010 14:33:12
Traducción de Teresa - [email protected]
No es que haya sido una decisión fácil. No, no lo fue. Pero se iba volviendo una urgencia así, poquito a poco. Y entonces, un día 31 de diciembre se convirtió en mi más importante resolución del Año Nuevo: dejar los cabellos blancos.
Y los dejé. Me pareció que era una cosa mía, pero aquí y allí fui encontrando compañeras de osadía. Y percibí que, en el fondo, los cabellos blancos eran una provocación. Y lo son, hasta hoy.
Estuve segura de esto el otro día, cuando encontré en el peluquero a una “colega” que, más osada, había dejado crecer sus cabellos al estilo de Gisele Bündchen y me decía: “no hay lugar a donde vaya, en el cual las mujeres no discutan si yo debía o no haber dejado de pintar los cabellos, si yo parecía o no más envejecida, si estaba o no más guapa o más fea. Tiene gracia, hace a las personas reflejarse, como si estuviesen frente a un espejo, pero me encanta”, y reía balanceando sus melenas color perla.
¿Cómo ha sido que una cosa aparentemente tan simple como pintar los cabellos se ha vuelto tan complicada, tan llena de significados más o menos explícitos? La forma en cómo vemos nuestro cuerpo está impregnada de fantasías, de deseos, de sueños. Y el cuerpo de las mujeres, desde siempre, se ha vestido de tabúes y de prejuicios, quizá reflejando el misterio que se escenificaba en su interior. El caso es que hoy, quizá más que en cualquier otro momento, mujer es sinónimo de mujer joven, y punto. Estamos tan acostumbrados a rimar mujer con juventud que es casi imposible imaginar otras bellezas, otros estilos.
¿Qué será lo que asusta tanto en la imagen de la mujer vieja? La respuesta sería: el miedo a la muerte. Por detrás del cabello blanco, de las arrugas, de las marcas de la vida, se oculta el pavor al final. Parece lógico. Sin embargo, hombres de cabellos blancos – y si tienen barbas blancas aún mejor – evocan imágenes de sabios. ¿Qué imágenes están por detrás de la figura de la Anciana, de la Vieja?
Erase una vez una época en que las mujeres viejas eran poderosas. ¿Quieres oír esta historia? Entonces voy a coger el libro (Caminho para a iniciaçao feminina, Sylvia B. Pereira, Editora Pensamento - Hera, Monika von Koss, Massado Ohno Editor - Circle of Stones, woman´s journey to herself, Judith Duerk - Os mistérios da mulher, M. Esther Harding, Editora Pensamento. Y A Velha, mulher de sabedoria e poder, de Bárbara G. Walker, A Senhora Editores. Léase el artículo de la terapeuta Regina Amaral sobre el arte de hacer milagros con lo que la vida nos ofrece en cada etapa de nuestra andadura, en el Web link la Vieja(*) y contártela.
La Vieja era parte de una trinidad femenina que incluía a la Virgen, a la Madre y a la Anciana. O, en palabras de Bárbara Walker: la Creadora, la Preservadora y la Destructora. Para nuestros lejanos antepasados el universo era el retoño siempre renovado de una súper divinidad femenina primordial, la Gran-Madre, al mismo tiempo señora de la vida y de la muerte. Todas las intuiciones primitivas sobre el ser femenino estaban contenidas dentro de ella.
Con el tiempo, esas imágenes fueron adquiriendo autonomía, dividiéndose o desdoblándose. Las diosas Hebe, Hera y Hécate, de Grecia, por ejemplo, eran, probablemente, rostros distintos de una sola divinidad, que estalló, en algún momento de la historia de las mujeres, en miles de fragmentos. Hebe sería recordada como la personificación de la juventud y Hera permanecería para siempre como la esposa de Zeus y señora del Olimpo. Pero Hécate continuaría personificando lo desconocido, eternamente ligada al mundo de las sombras, tan poderosa que el propio Zeus no se metía con ella.
Tan antigua es la figura de Hécate que en otras versiones de su mito ella aparece asociada a Artemisa, la diosa-doncella que domestica las fuerzas salvajes de la naturaleza, y a Selene, la diosa-mujer de la Luna. Los hombres recurrían a Hécate para pedir gracias, como riquezas y victorias. Se decía que era ella la que hacía ser abundantes los peces o al ganado desmejorarse y morir. Hécate es la señora de las artes mágicas y aparece a los magos y hechiceras con una antorcha en la mano o como animal. Aún más interesante: su reino se sitúa en las encrucijadas, los lugares donde los mundos se encuentran y donde se abren los portales que permiten a los seres humanos pasar de un lado al otro. Hécate guarda en sí misma la antigua trinidad femenina y surge como una mujer con tres cabezas o tres cuerpos.
Quizá la Vieja sea una hija natural de Hécate, incrustada en nuestra memoria. Recuerdo de un tiempo en que vivíamos en mayor armonía con los ciclos de la Naturaleza y la muerte era una aventura, llena de misterios. La Anciana trae la muerte dentro de sí y es la reina absoluta de la oscuridad y del misterio. Es ella quien espera, al final del trayecto, para acoger todo lo que vive en su útero. Y en esa oscuridad húmeda, ella recicla sin descanso ni tristeza su Universo.
Según Bárbara Walker, la Vieja era el más temido aspecto de la trinidad femenina y el más poderoso. En las sociedades pre-cristianas las mujeres viejas estaban encargadas de los interminables rituales religiosos, eran parteras, médicas, curanderas y poseían el conocimiento acumulado que las hacía maestras en asuntos tan variados como el cuidado de los bebés y la forma correcta de preparar a los que iban a morir. De hecho, a lo largo de la historia, si la medicina era asunto de los hombres, el cuidado de los enfermos, de las mujeres que iban a dar a luz y de los niños, tradicionalmente era tarea femenina, más aún, tarea de “las mujeres más viejas”, cosa de abuelas.
Y es la Abuela quien nos toma de la mano y nos hace ver un lado distinto de la Vieja terrible, amiga de la muerte: la Vieja sabia y gran contadora de historias. Bárbara Walker cuenta que la palabra “saga”, que originalmente se refería a las canciones nórdicas que relataban asuntos legendarios, literalmente quiere decir “aquella que habla” o “la sabia”. Las sagas de Escandinavia eran historias sagradas que han sido preservadas porque las sagas o viejas sabias sabían escribir en runas. Los hombres nórdicos, aparentemente, estaban siempre tan ocupados con las guerras que, en general, eran analfabetos. Curiosamente, en latín, la palabra “saga” acabó volviéndose sinónimo de bruja o hechicera.
Creadora, destructora, sabia, bruja, las historias de la Vieja son incontables y, tú lo sabes, no es preciso que hayan ocurrido “de verdad” para que “sean verdad”. Como otros tantos símbolos, las imágenes así viven dentro de nosotros. Resta descubrirlas y, quién sabe, conversar con ellas de vez en cuando.