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Celos, el infierno del pseudo-amor posesivo - Parte 1

por Luís Vasconcellos em STUM WORLD
Atualizado em 23/08/2013 12:29:14


Traducción de Teresa - [email protected]

Todo(a) celoso aleja, invalida y proyecta sobre el otro sus propias negatividades. A no mucho tardar, el otro empieza a pensar en librarse y en separarse y es el celoso quien con su manera de actuar acaba por anticipar o precipitar esto.
El (la) celoso(a) no es consciente ni parece comprender que precisamente aquello que él(ella) afirma ser su mayor miedo (el del abandono, el de ser sustituido por otra persona) constituye exactamente el resultado natural de sus propios actos sobre el otro.

El celoso típico suele atribuir al compañero su persistente sentimiento de pérdida, su permanente amenaza de rechazo; sin embargo, el celoso es mucho más un rechazador que un rechazado. Él se anticipa, actuando como rechazado antes de que el posible rechazo se produzca, de modo que si llega a producirse ya no le pille de sorpresa, pues está preparado para el rechazo (por su pensamiento y sentimiento negativos, por su sentido de amenaza que nunca descansa) ya que él espera por ello todo el tiempo, imagina el rechazo… No en vano el celoso cree que pone todo su esfuerzo para evitarlo.
El celoso tiene que darse cuenta y admitir que cuando ha entrado en un trance de celos ya no es dueño de sí, no controla su imaginación ni sus emociones y ya no es capaz de nada que se parezca a un actuar racional. El celoso se encuentra poseído por fuerzas inconscientes durante la crisis. Esto debe admitirlo antes de llegar a alcanzar cualquier otra posibilidad de conocimiento de sí mismo. Este es el punto de partida y el principal conocimiento que un celoso necesita: conocer el tenor y el sentido de sus crisis. Por lo regular, la ayuda especializada de un psicólogo es la única vía de salida.
Vamos a reflexionar juntos intentando ayudar: paradójicamente, el(la) celoso(a), durante sus trances, empuja al(la) compañero(a) lejos de sí, lo aleja, desconfía, invalida, desconsidera los argumentos del(la) compañero(a) cuando alguien le dice que está loco o que vive imaginando cosas…
Esto sucede porque, para el celoso, las “fantasías negativas de rechazo” son realidades aguardando la ratificación por los hechos consumados. O sea, él ya vive rechazado, aguardando que los acontecimientos confirmen esta realidad, en la cual vive. Se siente como un investigador policial en busca de hechos comprobatorios, pero se le escapa la parte emocional e inconsciente, que demuestra de modo claro y límpido el evidente prejuicio albergado en su interior.
Dominado por la torsión negativa inconsciente, él convierte en culpable a aquel a quien investiga, antes incluso de cualquier evidencia. Él sufre y hace que su compañero sufra, pero no logra ver que en sus actos, pensamientos, sentimientos y expectativas negativas, está la razón o motivo de su sufrimiento.
Esta inconsciencia de su realidad psicológica ha arrastrado al abismo a muchos celosos que, de otro modo, en sus relaciones podrían producir mejores resultados, haciendo fructificar dichas relaciones en lugar de convertirlas en estériles y negativas.
Un celoso típico trabaja para su propio fracaso mucho más de lo que él o ella es capaz de admitir, pero esto ni remotamente modifica los acontecimientos vividos. Para su propia desgracia, el aspecto destructivo existente en lo más íntimo del celoso se vuelve consciente y oscurecido por el hecho de que, para éste, el problema se encuentra EN EL OTRO, que no es digno de confianza:
Él (ella) dice: “¡Nadie es confiable, sólo los ingenuos se arriesgan a confiar en alguien!”
Lo cierto es que un celoso típico no conoce nada que merezca el nombre de “confianza”, sentimiento este que constituye una especie de apuesta del Ser, que la entrega al otro sin cualquier posibilidad de confirmación o certeza. Suelo decir que si alguien entrega “confianza”, el otro puede ser neutro, estorbar o ayudar, pero no depende del otro la energía que sostiene una “confianza”, que es positiva, vibrante y semejante al sentimiento de esperanza, de fe, que imagina lo mejor y desea lo mejor.

Vamos a ensayar una descripción resumida sobre el proceso que tiene lugar en lo más íntimo del celoso dominado por su temor a perder y desgastándose en la tentativa de controlar la vida del otro:
- El miedo a perder al compañero lo lleva al control y a la vigilancia y a las medidas de defensa contra la libertad del otro;
- La libertad del otro se convierte en la mayor amenaza para el éxito del control, siendo así, la libertad del otro tiene que ser suprimida;
- Suprimida la libertad del otro, queda la conclusión de que tan sólo la sumisión de éste garantizará el control;
- La sumisión del otro nunca es completa; entonces, queda la desconfianza de que siempre que le sea posible, escapará al control y la vigilancia;
- A partir de ahí, se realinean los propósitos iniciales y el control pasa a ser necesario sobre los mínimos actos y momentos del otro, de modo a conseguir la certeza del resultado: ¡el otro no se alejará, no lo habré perdido, no me abandonará, no me sustituirá por otra persona mejor que yo!!!

El celoso vive inconsciente del hecho de que él mismo aleja al otro, separa al otro, pues de hecho casi nunca ha sido capaz de real cercanía y amor, descontando claro está la fase inicial de la conquista. La resonancia, si ha existido en la fase inicial de la relación, creaba una atmósfera emocional y sentimental que, como energía, construía cierta “confianza” y aportaba alguna tranquilidad.
Con los primeros conflictos de opiniones o puntos de vista, con las primeras desavenencias y cuestionamientos, la pseudo-confianza va siendo poco a poco sustituida por la desconfianza que siempre ha existido, pero estaba durmiente, residual, aguardando una oportunidad para manifestarse.
Por lo regular, hubo alguna situación específica que hizo o hace despertar el sentimiento de desconfianza; pese a todo, nada le obligó u obliga a persistir, sin desaparecer nunca más. Cuando algo acaba convenciendo al celoso de la amenaza de perder al compañero, surge la necesidad del actuar frente al persistente peligro, lo cual le lleva al control y a veces a exigir la presencia del otro obligatoriamente a todo instante y, cuando esto no es posible, los mecanismos de control sobre la libertad del otro adquieren la forma de constantes llamadas de teléfono, investigaciones en el bolso o la cartera, lectura de mensajes almacenados en los teléfonos móviles, correos electrónicos y demás.
El celoso imagina que el otro no sabe que todo eso es un juego y que no representa una real preocupación amorosa por el compañero de relación, y sí un pesado fardo de desconfianza y control, siempre lleno de ansiedad y vacío.Naturalmente, el compañero acepta el juego, pues desequilibrar al celoso es querer que el infierno se instale en la relación. Cualquier persona inteligente, en ese momento, evitaría el infierno, pero así es como el celoso acaba instalando en el compañero un sensor de movimientos y de actividades personales: el celoso consigue esto mediante amenazas de entrar en crisis y hacer que la relación se vuelva infernal; ante esto el compañero reacciona reduciendo su libertad e intentando mostrarse confiable, con evitaciones y cuidados de los más variados tipos, intentando también controlar la crisis infernal de celos del otro y, entonces, se finge a sí mismo que ha conseguido una cierta paz, como si el infierno ya no estuviese sucediendo ante sus ojos… pudiendo mostrarse de nuevo en cualquier momento…

Mientras se evita la crisis de inseguridad del celoso, el problema permanece intocado; no obstante, desgraciadamente, de nada sirve que el compañero del celoso haga toda clase de esfuerzos y pague con su propia libertad, pues el problema del celoso (y su desconfianza) permanece exactamente el mismo, intocado, listo para repetirse, sus mecanismos de control, sus escenas de emociones negativas y todo lo demás que constituye lo que aquí denomino infierno del pseudo-amor posesivo.
El compañero del celoso le haría a éste un gran favor actuando de modo libre, sin preocuparse por lo que el otro piensa, ya que siempre piensa cosas negativas y no tiene el menor respecto por la alteridad y sinceridad del otro. No condescender con el celoso es, en verdad, la única posibilidad de ayudarlo.
Dar testimonio de sí mismo, hacer informes verificables sobre dónde estuvo y con quién estuvo sólo debería servir para el descubrimiento de que el celoso vive muy solo, pues el testimonio del otro nunca tiene valor, el otro no es escuchado y sus testimonio son siempre recibidos como actitudes y expresiones de alguien muy sospechoso, no importando si el compañero es o no merecedor de esto. Un celoso típico invalida el testimonio del otro insistentemente.

Cuando alguien acepta ser posesión de otra persona y abdica de sus derechos humanos y renuncia a la libertad de movimientos, de acción y de expresión, entonces, claro, todo estará en paz a partir de este punto. Lamento decir que las posibilidades de que esto funcione son del 0%.
Un celoso típico necesita ayuda especializada y alguien envuelto emocionalmente con él muy probablemente no servirá de ayuda o incluso puede dificultar aún más la situación, que ya es bastante confusa, según me he esforzado en describir aquí.


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luis
Luís Vasconcellos é Psicólogo e atende
em seu consultório em São Paulo.



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