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​Depresión... El dolor de la vida no vivida

por WebMaster em STUM WORLD
Atualizado em 09/04/2014 11:37:40


​por Adriana Garibaldi - [email protected]

​Traducción de Teresa - [email protected]

La depresión es la enfermedad del siglo, que sin duda provoca extremo sufrimiento, a todas las edades, pero principalmente en la ancianidad.

Una terrible plaga del alma. Intenso dolor del corazón.

No soy psicóloga, pero sé, por experiencia propia, el significado de ese triste padecimiento llamado depresión.

Es necesario reflexionar, haciendo un autoanálisis, para intentar comprender y contornar un mal como este. Que sin una causa aparente se instala en el cuerpo y en la psiquis, llevándonos a una falta permanente de motivación y de entusiasmo. Una sensación de desvalimiento profundamente destructiva.

Depresión. El dolor de la vida no vivida. Esta es mi visión particular respecto de este drama de la mente humana.

Muchos sufrimientos, pérdidas, amores frustrados, y tantos otros, nos han llevado a rayar en la locura. Componen un amontonado de dolor y más dolor, poblando las estanterías polvorientas de nuestra historia personal.

La vida se basta a sí misma, cuando es vivida en la intensidad y en el tiempo debido.
Vivir la infancia, como la infancia debe ser vivida. Vivir la adolescencia, o la vida adulta en el diapasón correcto, intensamente. Representa aquello que nos puede garantizar una vejez sana, sin el fantasma de la depresión.

Aquello que no nos hemos permitido vivir ni ser, acaba transformándose en un fardo por demás pesado de arrastrar, y un sentimiento de urgencia por querer recuperar el tiempo perdido, que desgraciadamente ya no vuelve, nos perturba la mente.

A causa de eso vemos a muchas personas, frisando en los cincuenta o sesenta, tratando de parar el tiempo por medio de recursos artificiales, construyendo tan sólo una falsa perpetuación de juventud que más se asemeja a una máscara grotesca. Una imagen distorsionada de aquello que un día fueron.

Nada en contra de las operaciones de estética, cuando son necesarias y se llevan a cabo con criterio y responsabilidad.

Cuando uno no se permite vivir su existencia con alegría y en la intensidad debida, al llegar el tiempo de envejecer se lleva en el corazón la carga del peso muerto de un ciclo que no tuvo su conclusión natural. No podemos cerrar ese ciclo que ni siquiera ha sido abierto algún día.

Muchos, de la generación de los años cincuenta y cuarenta, se casaron pronto, probablemente con el primero o la primera novia, arrastrando de por vida un matrimonio sin diálogo, sin complicidad, en que las mentiras y las traiciones permanecieron ahogadas en la sordina de un hacer de cuenta agobiante.

Muchos de ellos están aquí y ahora sufriendo los dolores de aquello que podría haber sido, pero no fue, por mil y una razones, internas o sociales.

La llegada de la tercera edad podría ser, pese a todo, un tiempo de finalizaciones amenas.

El final de la vida está casi ahí, a la vuelta de la esquina, y la soledad representa una condición muy común, cuando los hijos se han ido para vivir sus propias historias, y si el cónyuge se ha mudado al otro plano.

Hora en que se hace imprescindible evaluar la propia historia; y en esa evaluación, muchos tropiezan en el dolor de constatar que no han vivido aquello que un día soñaron.
Una historia llena de… ¿y si…? O... Si hubiese procedido de forma diferente...
Aquellos sueños que han quedado perdidos en el tiempo no pueden ser recuperados, pero pueden, ciertamente, ser revisados.

Sería maravilloso si un día nos fuese posible convertirnos en dioses o diosas del tiempo, para resucitar nuestras historias y hacerlas de modo diferente esta vez.
Quién no sueña o soñó, vestir una capa roja, estilo “Súper hombre” y tener el poder de retroceder el tiempo. No horas, sino años. No días, sino décadas. Cuánta frustración podría ser revisada y transformada.

“Es preciso amar… a los demás, como si no hubiese un mañana…” Canta Legión Urbana.

Amar sí, amar con la intensidad necesaria, e incluso con la pasión debida… ¿Por qué no?
¿Quién ha rotulado la pasión como algo casi… digamos: Siniestro?
¡Vivir!!!
¡Ah!! Qué bello, qué apasionante, qué intenso.

¿Quién ha dicho que la vida puede ser vivida sin pasión?

Pese a todo, a veces suponemos que es demasiado tarde y nos acostumbramos a sobrevivir arrastrándonos por el tiempo, como un zombi.
La vejez y la muerte nos pillan desprevenidos, en un abrir y cerrar de ojos. Ni siquiera recordamos cuando la primera arruga o el primer cabello plateado nos dieron un signo incontestable de que la rueda de la vida empezaba a imprimir un movimiento descendente.
Señales del cuerpo, como si gritasen en nuestro oído: ¡Despierta!!! ¡Vive!!! Mientras es tiempo, mientras es hora, de ser aquello que se desea.
De amarse, con la acuidad necesaria, para ser capaces de amar de la misma manera a quienes viajan a nuestro lado, en el convoy del ser y del existir.

La juventud es una dádiva. Lástima que solamente se percibe esto cuando ya el tiempo está a punto de concluir su historia, las más de las veces una larga historia de olvido de uno mismo.

Muchos llaman a la tercera edad: la mejor edad… Perdonad, pero parece un chiste.
Sin querer hacer apología de la juventud, considero que quien inventó esa frase debió ser algún joven desavisado.
¡Desavisado, sí!!! De los ismos del tiempo de la vejez…

Aquí otra frase brillante que me parece el colmo:
“Siempre hay una chinela vieja para un pie cansado”… ¡Patético!!
¿Quién es capaz de desear una chinela vieja?... Ni de forma objetiva, ni figurada tampoco…
Y eso de pie cansado… No existe eso de pie cansado.
¡Los pies se han hecho para la danza!!! ¡Para la celebración!!! (Como diría Maestro Osho).
Para estar en movimiento al compás de la vida.
¡¿Hablar de chinela vieja?!!! ¡Socorro!!! ¡Por piedad!!!
¡Prefiero un zapato de charol, como el que llevaban nuestros abuelos!!!
Poder bailar juntitos, con las mejillas pegadas, una danza para celebrar el hecho de estar vivos.
…¡Todavía vivos!!!
Sin duda, no es posible vivir en un cuerpo eternamente joven, sería absurdo imaginar semejante proeza de la Ingeniería genética. No siendo para algún Highlander del cine americano. Pero sí podemos aprender a celebrar la vida, en cualquier tiempo.

Nuestra alma no tiene edad, aunque desgraciadamente el cuerpo no sea capaz de estar de acuerdo con esa realidad esencial.
Pero… ¿¡pie cansado?! ¿Chinela vieja?... ¡Nadie se lo merece!!!

En esto aparece alguien, con buena intención, recomendándonos buscar un grupo de la tercera edad… para aprender a calcetar…
Sin duda para algunas personas eso puede ser benéfico e incluso interesante, pero ¿para otras? ¡La antesala del infierno!!!

Entonces ahí, llega el tiempo de la depresión. Del dolor de aquello que ya no puede ser vivido o de aquello que ni siquiera se ha vivido algún día.

Sin duda no podemos caer en la locura de intentar vivir a los sesenta aquello que solamente es posible a los veinte o treinta.
No obstante, no por ello hemos de conformarnos en vestir el personaje que otros imaginan adecuado para nosotros. Eso no sería sano, a ninguna edad.
Aquí podemos comprender por qué es tan corriente la depresión en esta fase de la vida.

Considero esta forma de depresión como un grito del alma, una petición de socorro por parte del corazón, que tiene sed de vivir con intensidad, amor, luz y alegría, el tiempo que le resta. Para que así, cuando las puertas de la vida vengan a cerrarse, les sea posible, sin temor, abandonar el vehículo carnal, que acabó de completar su ciclo.
Entrar en la muerte ha de ser un movimiento de liberación y expansión de una historia que tiene que ser cerrada con llave de oro. Y no arrastrando con nosotros, al otro plano, las amarguras y depresiones por todo aquello que no nos hemos permitido vivir, llevando a la otra vida las mismas miserias y frustraciones acumuladas en esta, o en existencias pasadas.

Limpiemos, mientras es tiempo, el estante polvoriento de recuerdos dolorosos, de amores no vividos, de sentimientos refrenados y emociones falseadas. Y si no nos fuese posible, por circunstancias obvias, vivir la vida con la intensidad que nos gustaría, vivamos, al menos, el tanto que nos es posible vivir y disfrutar de esa dádiva de existir, en un tiempo llamado ahora.

Nuestro cuerpo puede estar desgastado por el paso de los años, nuestro rostro sin la lozanía de los veinte años, pero nuestro corazón todavía es capaz de pulsar, con la misma intensidad de siempre…
Dancemos esta danza, viviendo intensamente, antes que las cortinas del escenario se cierren y debamos esperar a que vuelva a representarse un nuevo espectáculo, quién sabe cuando…


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