Dos modos de ser feliz
por Simone Arrojo em STUM WORLDAtualizado em 19/12/2014 09:56:45
Traducción de Teresa - [email protected]
Antiguamente, cuando los dioses aún parecían muy cercanos a los hombres, vivían en una pequeña ciudad dos cantantes que se llamaban Orfeo.
Uno de ellos era el grande. Había inventado la cítara, un tipo primitivo de guitarra.
Cuando tocaba el instrumento y cantaba, toda la naturaleza quedaba hechizada en torno a él. Animales feroces se tendían mansamente a sus pies, altos árboles se inclinaban hacia él: nada podía resistirse a sus cantos. Por el hecho de ser tan grande, él conquistó a la mujer más bella. Y ahí comenzó su declive.
Mientras todavía festejaba las bodas, murió la bella Eurídice, y la taza llena, que él alzaba en sus manos, se partió. Pese a todo, para el gran Orfeo la muerte aún no fue el final. Con ayuda de su arte requintada encontró la entrada al mundo subterráneo, bajó al reino de las sombras, atravesó el río del olvido, pasó por el perro que guarda la puerta de los infiernos, llegó vivo al trono del dios de la muerte y lo conmovió con su canto.
La muerte liberó a Eurídice, pero bajo una condición y Orfeo estaba tan feliz que no percibió lo que se ocultaba por detrás de ese favor. Orfeo emprendió el camino de vuelta, oyendo tras de sí los pasos de la mujer amada. Pasaron ilesos por el perro guardián del infierno, atravesaron el río del olvido, continuaron por el camino hacia la luz, que ya atisbaban a lo lejos. Entonces Orfeo oyó un grito – Eurídice había tropezado – horrorizado se volvió, aún pudo ver la sombra de ella cayendo en la noche, y se encontró solo. Aplastado por el dolor, cantó su canción de despedida: “¡Ay de mí, yo la perdí, toda mi felicidad se fue!”
Él mismo regresó a la luz. Entre tanto, en el reino de los muertos, empezaba a extrañar la vida. Cuando unas mujeres ebrias quisieron llevarlo a la fiesta del vino nuevo, él las rechazó, y ellas lo despedazaron vivo. Tan grande fue su desgracia, tan inútil fue su arte. Y sin embargo, todo el mundo lo conoce.
El otro Orfeo era pequeño. Era sólo un cantante de la calle, aparecía en pequeñas fiestas, tocaba para la gente humilde, alegraba un poco a todos y disfrutaba con ello. Como no conseguía vivir de su arte, aprendió un oficio corriente, se casó con una mujer corriente, tuvo hijos corrientes, pecó eventualmente, fue feliz de modo corriente, murió de viejo y satisfecho con la vida.
Y sin embargo, nadie lo conoce - ¡excepto yo!