El estigma de la timidez
por WebMaster em STUM WORLDAtualizado em 14/11/2013 11:31:39
por Flávio Bastos - [email protected]
Traducción de Teresa - [email protected]
“El silencio está tan repleto de sabiduría y de espíritu en potencia como el mármol no tallado es rico en escultura”. (Aldous Huxley)
Carl Gustav Jung descubrió que cada individuo puede ser caracterizado, en primer lugar, como orientado hacia su interior o al exterior, siendo que la energía del extrovertido está más enfocada hacia el mundo externo.
Entre tanto, nadie es totalmente introvertido o extrovertido. Algunas veces la introversión es lo más apropiado, en otras, la extroversión es más adecuada, si bien las dos actitudes se excluyen mutuamente, de forma que no se pueden mantener ambas al mismo tiempo. Jung también enfatizaba que ninguna de las dos es mejor que la otra, citando que el mundo necesita dos tipos de personas, o sea, lo ideal para el ser humano es ser flexible, operar en equilibrio entre las dos.
Paradójicamente a la conclusión de Jung, la cultura occidental, basada en una psicología de la dominación, idealiza en el “telón de fondo” de las relaciones humanas, un perfil de individuo adecuado a los patrones de consumo, o sea, un individuo que hable más y piense o reflexione menos. En este modelo social, generalmente, la persona tímida es estigmatizada porque no se “comunica” o interactúa con otras personas conforme al paradigma ideal de extroversión, como si el sentido de la comunicación a través del lenguaje significase salud, y lo contrario, patología.
Pese a todo, en la dirección opuesta a la idealización de la persona extrovertida como modelo incuestionable, surge el foco de la Nueva Era, que trae en su estela nuevos horizontes en relación al hombre y sus condicionamientos. Horizontes en que el ser inteligente percibe que la comunicación tiene un sentido ampliado de su propia naturaleza, que permanecía dormida en la inconsciencia debido a los patrones conductuales arraigados a la cultura materialista y de consumo.
A partir del tercer milenio, con la llegada de los índigos y cristales, la psicología y la educación entran en colapso, porque la referencia del modelo tradicional de educación sufre una considerable ruptura, a medida que esos niños diferenciados empiezan a cuestionar y a ejercitar la crítica de una forma precoz, nunca antes observada por la ciencia y por la sociedad.
Cae también por tierra el ideal de la extroversión representada por la verbalización sin contenido, pues estas nuevas inteligencias que llegan al planeta Tierra desarrollan nuevas herramientas de comunicación, y no sólo el mecanismo del habla.
Surge en este escenario de graduales y significativos cambios el individuo interiorizado: ni tímido, ni extrovertido, sino que de una forma equilibrada entre estos dos polos, observa, percibe, cuestiona, critica y actúa en beneficio del bien de la colectividad.
En esta dirección, las generaciones de individuos preparados y cualificados para la “ruptura” de paradigmas, empiezan a aparecer y a hacer historia por las cuatro esquinas del planeta, sintonizados y enfocados en sus misiones donde “ego y poder” ya no tienen cabida en el escenario de las transformaciones. El mismo escenario que muestra la crisis de valores que afecta a la educación y preocupa a la psicología.
La Era de la Sensibilidad expone, trasluce e ilumina lo que, hasta entonces, era hermético y sombrío. Trae a su paso la percepción que “horada” bloqueos y rompe paradigmas arcaicos asociados al comportamiento humano.
Índigos, y principalmente niños cristales, surgen con el amanecer de la Era de Cristal para revolucionar, tocar las heridas abiertas de la sociedad mundial, iluminar conciencias, revelar verdades ocultas y encaminar el futuro del hombre hacia la valoración de su esencia en comunión con el Uno.
Nos encontramos en el epílogo de conceptos arraigados a la percepción común de la dimensión física, y a camino de la percepción interdimensional de la existencia humana asociada a la dinámica cósmica donde todas las inteligencias están conectadas formando el Todo Indivisible.
Entramos en una era en la cual no necesitaremos de la introversión o de la extroversión como características personales para comunicar lo esencial, pues esta dinámica fluirá naturalmente a través del alma y de los nuevos valores que prevalecerán en las relaciones humanas.
Históricamente, el estigma de la timidez es una consecuencia de la tiranía de la extroversión como forma de imponer un estado de espíritu predominante sobre la base de “espontaneidad” y de “libertad” del lenguaje. Falacia que nos induce a creer que la verborragia asociada al consumo material y a la superficialidad en las relaciones personales pueda ser un modelo ideal de vida. Modelo que, prácticamente, inviabiliza la interiorización como una necesidad íntima de procesar el crecimiento integral del individuo.
En el mundo oriental, en países de cultura religiosa milenaria, la introspección es un hábito en el sentido de higienizar la mente y buscar contacto con la esencia a través de la meditación y de otras prácticas similares, en que el silencio es siempre muy bienvenido.
Por tanto, silenciar la mente para evitar el torbellino de ruidos y preocupaciones, que desequilibran al hombre occidental, es el reto del tercer milenio en el sentido de preparar a las nuevas generaciones para los cambios anunciados a partir del hombre despierto, donde los individuos triunfadores ya no existirán, pues el equilibrio entre las actitudes de introversión y extroversión frente a la vida será lo que determine el ideal de bien común en la construcción de una nueva sociedad mundial.
