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El Niño que Somos

por WebMaster em STUM WORLD
Atualizado em 04/07/2009 15:44:48


por Maria Cristina - [email protected]

Traducción de Teresa - [email protected]

Siempre me sorprendo pensando que el mundo sería muy triste si no hubiese niños a nuestro alrededor. Y es que ellos nos retratan la pureza y sencillez que existe en nosotros, muchas veces olvidadas y encubiertas por una montaña de pensamientos complicados, negativos, llenos de razón, de dudas, de temores, pero que no parten del corazón… Este niño que me deja hipnotizada cuando se acerca y me mira con tanta confianza y verdad, existe en nosotros, también. Es aquella parte nuestra que se entrega sin reservas, que confía en la vida y en las personas, que ama, que aprecia las cosas sencillas, que se ríe a carcajadas, que se suelta al sabor del viento, que corre, que sonríe ¡y que sabe ser feliz! Yo me acuerdo bien de la niña que fui y procuro siempre reportarme a ella, cuando me noto depresiva o demasiado triste. Ella me conforta y me deja serena y tranquila, me acaricia y me arrulla. Haciendo esta reflexión, más fácilmente encuentro mi punto de equilibrio interno y, como en un pase de magia, yo me vuelvo a levantar.

Así son los críos, divinas criaturas que nos rodean en todas partes. Lo más lindo en ellas, creo yo, es la mirada. Límpida, entregada, serena, incluso cuando es triste por alguna razón. Ellos viven el presente milagroso, aquel que verdaderamente existe, por cierto, aquel que es el tiempo único que puede ser vivido. Saben sacar provecho de cualquier situación: hacen aviones de una hoja de papel, construyen coches con cajas de cerillas, viajan en la imaginación y viven la belleza y pureza de alguna otra dimensión. Tienen amigos imaginarios, con quienes charlan y establecen lazos – seres reales, por lo menos para ellos. Confían en los adultos que andan por cerca, no se defienden tanto, pues aún no conocen el mal y no lo temen…

¡Por todo esto Jesús nos dijo que “si no fuésemos como los niños, no entraríamos en el reino de los cielos”! El cielo de la paz de espíritu, de la conciencia sin culpa, de la levedad, de la alegría, del encantamiento, de la pureza, de la entrega.

Observando con atención nuestros niños, mucho podemos aprender con ellos. Pero nuestra arrogancia y vanidad, muchas veces, solo nos llevan a querer modificarlos, todo el tiempo… El “no” es nuestra palabra de orden, cuando nos acercamos a ellos, llevándolos a que se vayan retrayendo, limitando, llegando a perder la naturalidad que nosotros ya hemos abandonado hace mucho… Ciertamente ellos necesitan de nuestros cuidados, de nuestra atención, pero ante todo, necesitan de nuestro amor y de mucho respeto. Como vivimos evolucionando siempre, en cada encarnación nuestros niños pueden estar obsequiándonos una visión nueva de vida… ¡es preciso dejarles expresarse! Nuestros hijos no son nuestros. Ya nos decía el sabio Gibran que ellos son hijos de la Vida... No es preciso que tengan ideas semejantes a las nuestras, pues pueden y son diferentes de nosotros. Cada uno que vive es una propuesta única de vida y no debe haber copias, pues éstas nunca tienen demasiado valor…

Mirando un retratito de cuando éramos críos, se hace más fácil el rescate de lo que éramos y todavía somos, en un lugar muy puro y feliz, dentro de nosotros.

Convivir con críos es una dádiva, un regalo, y la vida es tan sabia que nos hace abuelos y abuelas, para que, aunque en cuerpos más viejos y no tan ágiles, podamos traer a nuestras vidas la alegría de las cosas sencillas, la confianza en el otro, el amor sin reservas, incondicional y puro. Felices los ancianos que pueden rodearse de críos, en vez de vivir confinados en lugares donde solo conviven con viejos como ellos. Si bien muchas veces una situación así sea la única posible, me parece muy triste, pues como he dicho al principio, a un mundo sin críos le falta color y levedad, risa suelta y naturalidad…

Que nuestro crío interior jamás se enferme, jamás se contamine con todo cuanto ha sido obligado a soportar, a “aprender”, a presenciar y vivir. Pues cuando él está bien presente, ¡estamos en el cielo! Entregados al Dios amoroso, confiados y seguros.


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