El Poder de la Acogida
por Thais Accioly em STUM WORLDAtualizado em 13/07/2013 10:40:41
Traducción de Teresa - [email protected]
Siempre que pienso en el sentido de la palabra acoger, al instante me viene a la mente la imagen querida de un regazo de madre.
Allí corren todos los críos cuando se asustan, cuando enferman, cuando se rallan la rodilla, o al volver de la escuela.
A la mente le gusta pasearse por aquello que le hace bien, entonces, otras imágenes van apareciendo: el agradable abrazo al llegar, el hogar calentito en un día frío, la cama mullida, una manta en invierno, un buen trozo de chocolate, el café recién hecho con pan, sonrisas en la recepción.
Acoger está en lo opuesto de no importar, porque implica dar atención, recibir, escuchar verdaderamente.
En los diccionarios el verbo acoger tiene relación con dar cobijo, hospedar, atender, abrigar, amparar. Es una acción positiva, y para que se verifique necesita un compromiso del cuerpo, de la mente, de la emoción. No es posible fingir la acogida porque el cuerpo lo denuncia y el otro se percibe no acogido.
Abrir el pecho y la mente, al igual que crear espacio en nosotros y en nuestras vidas, es necesario para quienes quieren recibir, dar cobijo y protección, tanto a una idea, como a una persona, a un trabajo, o a un animalito.
El deseo de ser acogido se mantiene vivo en nosotros más allá de la niñez, a lo largo de la vida, lo mismo que la capacidad de acoger a los demás. Pese a ello, el mundo en que vivimos no ofrece tan fácilmente esa sensación del regazo materno.
Vemos en los periódicos, en la tele, en las calles: críos sin hogar, desnutridos, chiquillos abandonados, niños asesinados. Adolescentes matando. Animales maltratados. Ancianos sufriendo malos tratos. Deforestación. Sufrimos una atención fría e insensible en diversas Instituciones de Salud. La intolerancia va por el mundo adelante originando reyertas entre hinchadas de equipos de fútbol y guerras religiosas. Internet, las redes sociales, a todas horas narran historias de desapariciones, de asesinatos. Hay malos tratos por parte de los órganos públicos a sus ciudadanos. Atención deficiente, indiferente u ofensiva en los más diversos establecimientos comerciales. Hay un temor crónico en las calles a ser maltratados y, como consecuencia, una actitud defensiva-agresiva que en nada ayuda a mejorar las relaciones.
Nosotros también, muchas veces, dejamos de abrir nuestro corazón a los demás, manteniéndonos desconfiados, esquivos, ásperos.
Un sentimiento de deshumanización flota en el aire.
La psiquiatra Dra. Ana Beatriz Barbosa Silva, autora de diversos libros, entre los cuales “Mentes Peligrosas”, anuncia que a pesar de que únicamente un 3% de la sociedad es psicópata, hemos adoptado valores de la psicopatía, integrándolos a la rutina de las relaciones, haciéndolos naturales en nuestra forma de relacionarnos.
En otras palabras, a menudo la sociedad lleva a sus relaciones de convivencia la frialdad, la indiferencia, la cosificación del otro.
Ha tomado carta de naturaleza que el otro no importe.
Si los primeros pasos para la acogida son la empatía y la sensibilidad hacia el otro, la falta de interés y de sensibilidad hacia su existencia originan ese distanciamiento, ese enfriamiento de las relaciones.
La consecuencia de esto la conocemos bien.
El proceso de volver a interesarse, a sentir, para ser acogedor, simpático, amable, implica no temer al otro ni a uno mismo. Deshacerse de las capas de exceso de protección que nos revisten.
Se puede ir quitando capa por capa, o ir directamente al punto.
Todo es posible.
Lo que vale es volver a sentir afecto por aquellos que nos rodean, tanto en el metro como en el autobús, en la plaza, en el trabajo, la escuela, en el ascensor, donde fuere.
¿Por qué vale la pena? Porque acoger tiene el poder de modificar vidas para mejor.
Hay un poder en el afecto compartido que está poco descrito en nuestra sociedad. Pero es un hecho que donde él existe en calidad, los niños crecen más saludables y amorosos; los equipos de trabajo, menos tensos, ensanchan sus posibilidades y técnicas; las familias siguen fuertes, con independencia del momento incierto de la vida por el cual estén pasando.
Bajo el influjo de la acogida se reducen los niveles de estrés. Las tensiones desaparecen. Las angustias se esfuman. Los miedos menguan.
La bioquímica del cuerpo se altera generando bienestar.
Acogidos, distendidos, relajados, estamos aptos para crear vínculos de confianza y afecto verdaderos.
Si adviertes que hay todo un trabajo por hacer en busca del auto-conocimiento, en la administración de los miedos y ansiedades (que impiden permitir que otros se acerquen demasiado) o que hay heridas emocionales y afectivas que dificultan estar a gusto en presencia de otras personas y sentirse acogido y acogedor, acude al terapeuta floral más cercano para iniciar un seguimiento terapéutico.
Las esencias florales ofrecen, a través de su inmensa gama de posibilidades, la ampliación del espectro de nuestra sensibilidad, preparándonos para expresar nuestra belleza, amabilidad, afectuosidad, acogida, compasión y ternura, en la relación con el otro.