El Poder del corazón
por Thais Accioly em STUM WORLDAtualizado em 20/09/2015 11:51:15
Traducción de Teresa - [email protected]
Aquel que se dedica a desarrollar las fuerzas de la expresión amorosa de su corazón encuentra caminos para promover en sí un fuerte sentido de vida y de dirección, frecuentemente actuando en la sociedad de forma a abrir caminos para muchos, beneficiando la vida a su alrededor con su vivencia, y afectando, de manera benéfica, incluso a personas que no forman parte de su grupo personal.
Thais Accioly
La inteligencia afectiva es el uso consciente de las múltiples inteligencias al servicio de la afectividad.
La afectividad aquí es mirada como la expresión de las fuerzas del corazón, especialmente la del amor, la gratitud, la compasión, la ternura, la bondad, la generosidad y el altruismo.
Al establecer que el mando central de nuestro Yo sea ejercido por las fuerzas o energías del corazón que mejor administrarán las demás inteligencias al servicio del bien, de lo bello y de lo bueno, se pasa a usar la inteligencia afectiva en busca de una mayor lucidez, de más madurez en el vivir, en busca de la humanización de las relaciones.
En cambio, las múltiples inteligencias pueden ser miradas aquí como capacidades de la mente y de la emoción, de adaptación, de aprendizaje, de comprensión, de raciocinio y de interacción consigo y con la vida, reaccionando y procediendo en el sentido de promover la sobrevivencia de la persona y de su grupo personal.
Aisladamente, vemos que la promoción de la inteligencia mental, en sus innumerables aspectos, sin el uso de los recursos de las demás inteligencias como la social y la emocional, bloquean el desarrollo de la estructura de la personalidad de forma que ésta no puede ampliarse satisfactoriamente.
Será como una persona que, habiendo desarrollado bien la inteligencia mental, si no ha desarrollado concomitantemente sus aspectos afectivos, mostrará dificultades en presentarse madura en su relación con la vida, especialmente con la vida social, actuando a menudo de forma no ética, infantil o egotista. Y si aún así hubiese una expansión del marco de las demás inteligencias, si no va acompasada con la afectividad, la capacidad de proporcionar bienestar a sí mismo y a la sociedad quedará truncada o imposibilitada.
Ejemplos de esto no nos faltan a observar en la sociedad: políticos corruptos o empresarios que se enriquecen generando miseria a su alrededor, o también científicos que crean tecnología de exterminio en masa, entre otros muchos, todos empleando su inteligencia para provecho personal o de un grupo específico en detrimento de otros. Pero también podemos observar, en la intimidad personal, los dramas que se desarrollan y que llevan a vivencias de estrés crónico, de ansiedad y de depresión, ocasionando sufrimiento inmenso.
Y para usar la inteligencia afectiva es preciso conocer, tener acceso, movilizar y desarrollar las fuerzas del corazón, rescatando el Poder del Corazón. Este no es un trabajo para la mente racional, pues el lenguaje del corazón no es la dialéctica, es la poesía, la belleza, el arte en general, es el silencio y la contemplación, pero también la amabilidad y la compasión; la acogida y el perdón. Las fuerzas del corazón pueden desarrollarse mejor en contacto con la naturaleza, y en las relaciones en general. Para ello es preciso que las relaciones se produzcan a partir del afecto verdadero y no de los rótulos, de los juicios de la mente, de la competición y de las disputas de poder.
Cuando las fuerzas del corazón están robustecidas, y las múltiples inteligencias están al servicio de la afectividad, los muros de la exclusión acaban por caer.
La Inteligencia Afectiva requiere una nueva pedagogía para su aprendizaje, una pedagogía no materialista que promueva la humanización y la esperanza.
Una cuestión inicial, para aquel que desea desarrollar las fuerzas del corazón, es: ¿Qué es el amor?
El amor es una fuerza inmanente y trascendente a la vida.
Su poder es sanador y regenerador.
Confundido a menudo con las emociones más instintivas del ser humano, acaba siendo, muchas veces, descrito como el ardor de una pasión, reducido a expresiones del apego, del dolor por una pérdida, de los celos, de la posesión, del egoísmo, de las debilidades de carácter, del orgullo, del desasosiego.
Las fuerzas del corazón, aquí citadas, no son las fuerzas instintivas del Ego y de la vida, como los deseos, la ira, la tristeza, la alegría, el miedo, el egoísmo, la sorpresa y la libido, que sirven para perpetuar la especie y darle condiciones de adaptación y sobrevivencia.
Estas emociones y la libido, cuando son bien o mal administradas en la reacción a situaciones de la vida, desencadenan sensaciones de placer o desazón, de tensiones y estrés, de ansiedad y depresión, comunes a los humanos y a los animales de forma general y que están más asociadas al instinto de sobrevivencia.
Y en la vivencia de estas fuertes emociones es común que la mente racional quede en desorden, como obnubilada, creando una inhibición aguda de la inteligencia mental.
Las fuerzas del corazón están menos alineadas con las fuerzas instintivas de pulsión de la vida, y con el instinto de sobrevivencia, y más alineadas con la madurez personal, la lucidez espiritual, y la capacidad de humanización de la vida. Pero cuando están robustecidas hacen aumentar el entusiasmo, el propósito de vida y los deseos de vivir.
Cuando empleamos las fuerzas del corazón estamos más alineados con las fuerzas del Self como gestor de la personalidad, lo cual también da vitalidad la inteligencia mental.
El amor es una fuerza de vida, y por dar poder a la personalidad, renueva las energías vitales de todos los sectores de expresión humana, del cuerpo al psiquismo, de las relaciones a lo espiritual, de lo racional a la creatividad.
El amor es un querer bien, generador de felicidad, enardece el pecho de quien lo siente, tranquiliza, serena y refrigera la mente, alegrando la vida.
El amor es causa de inmenso bienestar, y tiene sus síntomas: aparte del pecho enardecido, sensación de confianza y plenitud, bienestar, serenidad, contentamiento y gratitud.
Como es un querer bien a quien o a lo que se ama, se ocupa de crear espacio para la felicidad ajena ampliando la posibilidad del altruismo, de la generosidad, de la afabilidad, de la paciencia, de la mansedumbre, del perdón y de la tolerancia.
Amar es verbo transitivo directo y requiere acción primorosa al servicio de la vida.
El amor es el antídoto para el miedo, generador de inmenso coraje y requisito previo para las verdaderas acciones éticas.
El uso de la inteligencia afectiva produce esperanza personal y social.
Y para desarrollarlo, primero hay que ser sensible a la vida, no sólo a nuestra propia vida, sino a la vida de forma general, dejarse tocar por su belleza, para poder tener simpatía, empatía y por fin compasión y la verdadera conexión, colmando la vida de significado y de mejor salud.
Volveré al tema ampliándolo y aportando explicaciones prácticas para el bien vivir. ¡Aguardad!