El Reino Humano: la ilusoria búsqueda por posesiones y control
por Bel Cesar em STUM WORLDAtualizado em 24/07/2005 19:48:13
Traducido por Melissa Park - [email protected]
La semana pasada iniciamos un estudio budista sobre los seis reinos de la existencia, por medio de los cuales la realidad es vivida de acuerdo con una visión kármica específica. Al conocer cada reino podremos conocer como entramos y salimos de las tramas de nuestros conflictos internos.
Según el budismo, estos seis reinos existen como esferas de renacimiento, tanto como de padrones de actitudes emocionales que condicionan nuestro sufrimiento. Son hábitos mentales que definen nuestro ser y nuestra visión del mundo.
La iconografía budista tibetana Mahayana describe los seis reinos en la imagen de la Rueda de la Vida. Las ilustraciones de este diagrama, divididas en cuatro círculos, representan simbólicamente:
(a) los doce aros de la existencia interdependiente (la cadena de acción y reacción que determina nuestra actual situación existencial),
(b) los seis estados psicológicos que caracterizan la existencia samsárica,
(c) los dos caminos como causa y efecto de pensamientos y acciones positivas y negativas y
(d) los tres venenos-raíz de la mente (apego, rabia e ignorancia).
Esta secuencia de círculos es sustentada por la terrible figura mitológica Yama, o Señor de la Muerte. Su presencia simboliza la impermanencia, esto es, el hecho de que ningún ser vivo puede escapar de sus garras. Entre tanto, en el canto superior, del lado de afuera de la rueda, la figura de un Buda fluctuando en el cielo y apuntando para la luna llena indica que sus enseñanzas van a indicar el camino para la liberación del infinito ciclo de muerte y renacimientos involuntarios.
Por lo tanto, al conocer las enseñanzas contenidas en la Rueda de la Vida, vamos aprender a liberarnos de los esquemas inhibidores de la evolución espiritual, que nos mantienen presos a los padrones de sufrimiento. Como vimos en el texto anterior, “La visión Kármica”, cada reino está marcado por la contaminación de una fuerte emoción negativa que produce una percepción particular de la realidad.
El reino de los dioses está marcado por la pereza y por el orgullo; el reino de los semi-dioses, por la envidia y por los celos; el reino de los humanos, por el deseo de posesión; el reino de los animales está marcado por el miedo y por la ignorancia; el reino de los fantasmas hambrientos por la avidez y finalmente, el reino del infierno por la rabia e impaciencia.
Martin Lowenthal escribe, en su libro “El Corazón compasivo” (“O Coração compassivo”) (Ed. Pensamento): “La preocupación de cada esfera (reino) es una contracción emocional - un retroceder o fugar delante del cambio, y no una apertura para la vida y para la experiencia del ’ahora’.[...] A lo largo del día, podemos sentir emociones y preocupaciones de todas las esferas, desde la sensación de peligro característica de la esfera animal hasta el orgullo de la esfera del dios. Entre tanto, vivimos más en una determinada esfera, o conjunto particular de esferas, lo que nos atribuye un estilo especial de desequilibrio o fijación que constituye nuestra base domiciliar”.
Vamos a comenzar por analizar el Reino Humano. Antes de todo, vale la pena saber que este es el único reino donde el ser es capaz de evolucionar espiritualmente, pues el dolor vivido en esta esfera no es tan profundo como en los reinos inferiores o la auto-indulgencia no es tan alienadora como en los reino superiores. En tanto, no todo en el Reino Humano es oportuno...
El reino humano está marcado por el deseo de la conquista y dominio ilimitados: una tentativa constante de evitar el dolor de la pérdida. Como seres humanos, pretendemos tener la sensación de posesión y control absoluto. Mientras, el dolor del nacimiento, de la vejez, de la enfermedad y de la muerte es inevitable. No poder controlarla nos deja indignados y frustrados.
El dolor en el nacimiento es semejante al dolor de estar involuntariamente separados de quien amamos, mientras que el dolor de la vejez representa el dolor de estar junto a quien no se quiere. Ya el dolor de la enfermedad expresa el sufrimiento de no obtener lo que se desea; finalmente, el dolor de la muerte revela el sufrimiento por no conseguir mantener nuestras posesiones materiales, status y hasta aún nuestra auto-imagen.
Mientras que nuestros esfuerzos en vida estén volcados a la tentativa compulsiva de “saber quien somos” a partir de nuestras posesiones, estaremos constantemente buscando saber más, dando nombre a las cosas, desenvolviendo conceptos y atribuyéndoles significados con la esperanza ilusoria de conquistar seguridad y dominio sobre una realidad de naturaleza impermanente, por lo tanto incontrolable.
No hay nada de equivocado en buscar más conocimiento se éste nos ayuda a ampliar la visión de nuestro potencial espiritual. El problema es que nuestra propia búsqueda de conocimiento está contaminada por una ilusoria idea de poseer. Mientras queramos consumir la vida como un supermercado de posesiones materiales y emocionales, estaremos transformando a las personas y a las situaciones en datos, precios y oportunidades. En la ansiedad de evitar el dolor de la insatisfacción, caemos en nuestro vicio de controlar y poseer: tentativas ineficaces, por ende con promesas ilusoriamente convincentes.
La vida es para ser vivida como una oportunidad de evolución, y no como una mercadería que podemos comprar y vender conforme a los altos y bajos de nuestro humor emocional.
En el Reino Humano, poseemos la capacidad de usar el intelecto de forma positiva. Si supiéramos diferenciar los fenómenos autocurativos de los auto-destructivos, podremos romper la cadena kármica de muertes y renacimientos involuntarios. Para eso, será preciso renunciar al hábito de sufrir. Atención: no renunciamos a la vida, pero si a la visión kármica de mirarla como un medio de obtener posesiones. La vida es un medio de obtener la evolución espiritual.
Así como nos alerta Lama Ganchen Rinpoche en su libro “Auto-cura Tántrica III” (Ed. Gaia): “Las ilusiones y las emociones negativas tornan nuestra mente turbulenta y descontrolada. Precisamos verificar personalmente si eso es realmente verdad. Tenemos seis venenos-raíz (la ignorancia, la rabia, el orgullo, el apego, los puntos de vista equivocados y la duda) y veinte ilusiones secundarias que se desenvuelven en la mente como consecuencia de los registros negativos en nuestro disco de espacio interno. Esos venenos e ilusiones dan origen al ejército de ochenta y cuatro mil bacterias mentales negativas, o energías psico-físicas negativas.
Cuando nuestros sentidos encuentran un objeto, el programa de las ilusiones comienza a rodar. Cosas bonitas dan origen al apego, cosas feas hacen surgir la aversión y cosas neutras dan origen a la ignorancia. Además de eso, mezclarse con malas compañías y absorber informaciones negativas de libros, televisión, filmes, radio y periódicos también da origen a emociones negativas. Por ejemplo, asistir a filmes violentos hace que nuestra rabia y agresividad aumenten, y filmes eróticos aumentan nuestro deseo y apego.
Estamos profundamente habituados a esas respuestas emocionales negativas que, por ese motivo, surgen ya casi espontáneamente a partir de causas muy pequeñas. Desperdiciamos tiempo demás preocupándonos obsesivamente con nuestros problemas emocionales. Motivados por nuestras ilusiones mentales, cometemos varias acciones positivas y negativas, que más tarde servirán apenas como causas de más sufrimiento samsárico y oscuridad interna.
Precisamos desenvolver un profundo deseo de abandonar las ilusiones - nuestros verdaderos enemigos – y de curar las acciones contaminadas que son la causa de nuestra samsara personal. Precisamos ser determinantes y practicar el camino de la Auto-cura en dirección a la liberación”.
Una vez que decidimos renunciar al sufrimiento, precisamos empeñarnos en la intensa tarea de subyugarlo. Podemos comenzar por la práctica de parar y reflexionar y entonces, por medio de la atención clara y consciente, ajustar el propósito de estar vivos.
La capacidad de hacer una auto-observación es la llave para la interrupción de los padrones de pensamiento habituales en todas las esferas. Ella crea un espacio en el cual podemos contemplar y cuestionar aquello que estamos haciendo y las maneras por las cuales generamos sufrimiento. Una vez que nos convertimos en testimonio de nuestra propia evolución, desenvolveremos la sabiduría selectiva.
Martin Lowenthal escribe: “Cuando hacemos uso de la pausa, del sentido del humor y de la búsqueda para desenvolver la abertura, nos soltamos de las amarras del pensamiento y apenas vivimos el momento. Manteniéndonos presentes con esa experiencia directa, lo que desenvuelve nuestra presencia sin las distorsiones de nuestros conceptos y auto-imágenes.
En la esfera humana, buscamos afirmar y garantizar nuestra esperada presencia a través del tiempo - y continuamos mostrándonos. Con el miedo de que fuerzas más allá de nuestro control amenacen la perpetuidad de nuestra presencia, intentamos captar la experiencia y preservarla, congelándola en conceptos y recuerdos. El apego a esas construcciones mentales nos aparta de la experiencia directa de cada momento.
Cuando reivindicamos nuestra capacidad natural de estar atentos, experimentamos directamente cada momento. Percibimos que no estamos apenas presentes, pero si presenciamos cada instante. Cuando nos dejamos ser, apenas lo que somos, y experimentamos ese acto de presenciar, un nuevo tipo de comprensión se abre para nosotros, proveniente de la percepción antes que del pensamiento.
Sentimos la tranquilidad que buscábamos en la esfera humana, cuando, engañosamente, intentábamos apoderarnos de la experiencia. Nos sobreviene un sentimiento de integración, no a una cosa, lugar o grupo, mas puro y simplemente, a la vida”.
Cuando desistimos de controlar la vida, expiramos aliviados. Reconocemos que podemos soltarnos y relajarnos, pues es justamente la prisa en vivir la vida que nos impide vivirla!