EL SEÑUELO DEL EVEREST
por WebMaster em STUM WORLDAtualizado em 08/04/2020 11:34:29
Autor Xavier Andre - [email protected]
Traducción de Teresa
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Ayer vi una película espectacular basada en la dramática conquista del Monte Everest, el más alto del mundo, por un grupo de alpinistas de varios países, allá por 1996. A cierta altura, antes de emprender la subida, hablan sobre el motivo que les lleva a intentar tan extrema proeza. De partida, todos están de acuerdo en el gran sueño que para ellos supone conquistar el Monte Everest. Uno de ellos dice que tiene siempre una nube negra, de infelicidad, flotando sobre sí, incluso cuando está con la familia, y que sólo estando en la montaña, en la escalada, es cuando ella desaparece. Y otro más dice hacerlo también para inspirar a las personas, en especial a los niños de una escuela, de forma que él mismo se sienta útil de alguna manera, y con un propósito en la vida.
Estos testimonios sirven para ilustrar una disfunción que prácticamente todos los seres humanos sufrimos, y que está en el origen de todas nuestras guerras, proyectos desvariados y ególatras, y abusos que de ellos se derivan. Esa "negra nube" que paira sobre muchos de nosotros, y que sólo desaparece cuando estamos en la naturaleza, libres de la esclavitud material y mental que el mundo civilizado nos impone, es en realidad una discordia mental, un retumbar de pensamientos, frecuentemente negativos, que no somos capaces de parar (y a que Steve Taylor llama Humanía). Es verdad que el alpinista encuentra la paz y la felicidad en la escalada, porque al enfocarse en la propia e inmediata supervivencia, deja de escuchar su propia mente parlanchina, con todo el fluir de pensamientos negativos que tiene. La pura existencia queda limpia de la ilusión de los pensamientos, lo único que existe para el alpinista es el momento presente, manifestado en él mismo (no en sus pensamientos) y en la montaña.
No obstante, a menudo él acaba por sucumbir al embate de esa mente dominante (que es la que guía a todas las personas civilizadas, sin que se aperciban) y cavilar en una proeza que le dé un sentido de realización. En vez de contentarse con el momento presente, sea a la altura que fuese, la mente parlanchina disocia la eternidad del tiempo en un ahora insuficiente y un futuro ideal, siempre más alto. Y el momento presente desaparece con la actividad mental, que lo niega. No es posible vivir el momento presente pensando. Así, quedan solamente el pasado y el futuro, puros enredos mentales. Y esa misma Humanía es la que guía las vidas de nuestros líderes políticos, de los hombres de negocios y grandes ejecutivos y banqueros, en suma, la de los que gobiernan el mundo. Pero en realidad es su mente alocada, la mente parlanchina, la que gobierna el mundo.
Entonces, los efectos de la Humanía son, como se desprende de la película antes mencionada, una inclinación a intentar cosas extremas, a menudo del tipo de grandes hazañas, que nos den una sensación de poder o de realización. Y el resultado, como también se desprende de la película, es poner nuestras vidas, y las de otros, en gran peligro, aparte de perpetuar nuestra gran infelicidad. La cuestión aquí es la siguiente: ¿por qué el conquistar el Monte Everest se convierte en el objetivo final, mientras que el camino que nos lleva a él, con todas las experiencias, amistades y descubrimientos que nos ofrece, pierde ese privilegio final? Es preciso tener una mente enfermiza para hacer ese trueque, que todos tendemos a hacer de una u otra manera, pero son pocas las personas que se aperciben de esta locura colectiva.
El día en que consigamos parar ese fluir descontrolado de pensamientos, que nos aísla de nuestros semejantes y nos enclaustra en un ego individual y claramente marcado, el día en que nos apercibamos de que no tenemos por qué ser útiles a los demás sin antes aceptarnos tal como somos, y de que estamos en el mundo para caminar, lleguemos o no a la cumbre que fuese, dejaremos de ser unos locos: la humanidad habrá trascendido esa quimera mental que tanto insiste en perseguir: el futuro ideal.
