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Entre dos mundos - Capítulo 1

por WebMaster em STUM WORLD
Atualizado em 04/10/2010 08:36:08


por Márcio Lupion - [email protected]

Traducción de Teresa - [email protected]

Hoy empieza una historia, una novela verídica, la trayectoria de un ex monje.

Un ex monje que en cada segundo, en cada momento de vida percibió la presencia de una verdad que va más allá de nuestro cotidiano. Pero esto ocurrió poco a poco, ocurre con todas las personas que están a nuestro alrededor. Estoy aquí para dejar un testimonio a fin de que vosotros lo percibáis. Para que percibáis que estáis inmersos en un escenario, como si fuese un viaje, pero ese escenario es pasajero y, para comprender todo esto, aquí va una historia.

Cuando yo tenía de 22 para 23 años fui a ver una película de Franco Zeffirelli que contaba la historia de San Francisco de Asís. Y allá hacia las tantas, durante la película, el personaje, San Francisco, mira literalmente a la audiencia y dice así: si la vida en que vosotros vivís está llena de desamor, y en ella cada persona junto a la vida del otro es prácticamente un fantasma y nadie percibe a nadie, en ese universo absoluto de descaso del uno hacia el otro, para mí esa vida no interesa.
Lo que interesa es intentar volver a ver el mundo como los animales lo ven, como los seres sin posesiones lo ven. Porque parece que las posesiones nos poseen. Parece no que somos dueños de nuestro coche, sino que nuestro coche es nuestro dueño.
Nuestro trabajo es nuestro dueño. Nuestro nombre es nuestro dueño, dueño de nuestros deseos.

En aquel momento, la sensación de un pre adulto en relación a aquella reflexión fue algo que produjo una profunda angustia y un intenso sentimiento de que la vida y todas las personas que viven en torno a nosotros son un sueño. Un sueño. no voy a decir que se trate de una pesadilla, porque aún se tienen momentos de felicidad, pero es un sueño sin significado, sin sentido.

Marcio, un surfista que hasta entonces no tenía ninguna responsabilidad aparte de vivir su tiempo, andar en monopatín, bromear y disfrutar de la juventud, volvió dos veces seguidas al cine para intentar comprender qué era lo que estaba sucediendo. El tiempo se detuvo y él volvió por tercer día al cine y se sentó para al fin comprender lo que estaba sucediendo con él, aparte de lo que pasaba en la película. A la tercera vez, ya no había ninguna reflexión que hacer.

Fue cuando se produjo un impacto, un llanto compulsivo. Aquel día, al salir del cine, percibió en torno a todas las personas una especie de neblina azul luminosa, líquida. Esa neblina envolvía también a todos los animales, desde la menor hormiga hasta el perrito de la esquina. Y bajo el impacto de aquel trance espontáneo, de aquella situación desconocida, él se sentó en la acera y se quedó observando. y, a lo lejos, percibió una luminosidad como aquellas de las películas de ficción científica. Vio acercarse un hombre, un carrocero muy sucio, con una pobre carroza y dos perritos encima de ella, atados con cable de electricidad.

Sin embargo, ese hombre tenía una cualidad que los otros no poseían: una luminosidad que la mayoría estaba muy lejos de expresar, era una luz amarilla, brillante, dorada, absolutamente transparente y la refulgencia de esa luz llegaba a la altura de los edificios de diez pisos. Era una lámpara viva. De los ojos brotaba luz y de cada poro brotaba pureza. Y, como si hubiese reconocido que aquel joven se había dado cuenta, mirándolo fijamente, caminó en dirección a él. Sonrió, y en aquel instante el joven estuvo seguro de que él había cogido todo cuanto tenía en el bolsillo, el dinero que había juntado durante el día, un dinero sucio y sudado. todo cuanto quizá fuese el alimento para otras personas, o su propio sustento para aquella noche o para el día siguiente.

Miró al joven sentado en el suelo, preguntó si necesitaba algo, extendió la mano y le ofreció aquel dinero. En el momento de hacerlo, la luz de aquel hombre prácticamente duplicó su intensidad y el joven, que ya no conseguía llorar, lloró por última vez aquel día. Agradeció, el hombre sonrió. Como si fuese un sueño, pudo percibir que los animales sonreían también y el hombre se fue calle arriba y desapareció en la calle de al lado. Pero aún así se podía ver a lo lejos aquella luz, que acompañaba al hombre bajo el peso de aquella carroza.

Lo más impresionante fue que, a partir de aquel día, la presencia de algo divino nunca más salió de la mirada de ese muchacho, y treinta años más tarde, se creó la necesidad de compartir esto con vosotros, porque probablemente convivimos con seres de esa intensidad, de esa calidad, durante todo el tiempo, y no nos damos cuenta.

Me gustaría caminar algún tiempo con vosotros en este espacio que nos ha sido gentilmente cedido por el STUM para que podáis visitarlo de tiempos en tiempos, cuando así lo deseéis, y acompañar el devenir de esta historia. La historia de un ser humano como vosotros, con las mismas dudas y cuestionamientos, que por algún motivo ha encontrado una puerta. Y le gustaría llevaros por ese portal. Sed bienvenidos. Es con mucha gratitud, en nombre de toda la experiencia divina que va a envolver nuestro convivir, como me despido y espero encontraros la semana que viene.

Con afecto.


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