Im-perfección
por WebMaster em STUM WORLDAtualizado em 07/03/2017 08:39:29
Autor Andrea Pavlovitsch
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Traducción de Teresa
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Ayer asistí al Gran Hermano Brasil en vivo, en noche de expulsión. La persona expulsada tenía fama de plantar la discordia dentro de la casa, y parecía muy a gusto con su lado más perverso. A decir verdad, ella consideraba un premio el haber entrado, entonces, todo lo que viniese después sería ganancia, y jugó con esa arma que ha acabado por expulsarla de la casa.
En el discurso, Tiago Leifer habló sobre cualidades y defectos. Dijo que las personas dentro de la casa habían sido elegidas por esos dos factores, por ser personas apasionantes cada una a su manera. Que nadie estaba allí para fregar los cacharros y hacer las camas, y sí para jugar individualmente.
Aún dentro del reality, un día de estos oí una conversación entre dos participantes en el Gran Hermano (incluida esa que salió ayer). Ella preguntaba, después de mirar el libro que el colega leía, qué pecados ya él había cometido. Él se apresuró a decir que “ninguno”. “Gula quizá, un poco”.
Me parece interesante cómo queremos ser perfectos y cómo negamos nuestra humanidad en ese proceso. ¿El tío, de veras cree, de verdad, en el fondo de su corazón, que jamás fue avaricioso? ¿Tampoco cuando, a los ocho años, su hermano quería de su helado y él no le dio? ¿Siquiera, viendo a un tipo a quien le ha ido muy bien en la vida, no piensa “por qué él y no yo”? La gula, entonces, ni hablar, ¿verdad? Imposible no sentirla, todos los días (en mi caso). ¿La lujuria? ¡Dijo que nunca había cometido lujuria! ¿Eres virgen, amor, hasta hoy?
Los pecados fueron cosas inventadas por la Iglesia Católica, allá en los primeros tiempos (y esto nada tiene que ver con Jesucristo o con la historia real) para controlar los impulsos humanos. Para aproximarlos a una “perfección divina” que obviamente es inaccesible. Siendo imposible de alcanzar, genera una culpa inmensa, todo el tiempo. Si admitimos nuestra ira, nuestra envidia y nuestra lujuria, estaremos siendo pecadores y no vamos al reino de los cielos. Entonces, secretamente, hacemos todo eso, y nos escondemos en una negación inconsciente. ¿Recordáis el personaje de Perpetua, hermana de Tieta, en “Tieta do Agreste”? Ella era puritana, señalaba con el dedo a todo el mundo, pero tenía el pene embalsamado de su marido guardado en el ropero.
Eso es lo que nuestra sombra hace. Cuanto más la negamos, más ella se apodera de nosotros. Más la influencia del “mal” aparece. Y por mal no me refiero a los pecados, sino a todo el mal que nos podemos hacer a nosotros mismos, como el miedo y la culpa. Llenos de miedo y culpa, no somos peligrosos. No actuamos, no influenciamos a nadie y no crecemos, tampoco. Quien manda continuará mandando, quien obedece continuará obedeciendo. Y todo eso porque albergamos la callada pretensión de que somos perfectos. ¡Buenos cristianos! Intolerantes con los fallos y defectos de los demás. Cercenados dentro de nuestra verdad.
Sí, tú y yo cometemos errores. Y muchos. Y feos. Y el único medio de sanar los perjuicios, para nosotros y para los demás, es dejar de negarnos humanos. Entonar el mea culpa pero sin una condenación constante. Sin exigirnos excesivamente un carácter que siquiera estamos en condiciones de tener. Un día, quizá, mejore. Pero nunca hasta ser un avatar, ciertamente. Vamos a pensar menos en eso y a observarnos más. Existe un mundo fascinante dentro de ti, si dejas de negarlo y de excluirlo.