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La diferencia entre mirar y ver

por Luís Vasconcellos em STUM WORLD
Atualizado em 09/02/2012 14:52:29


Traducción de Teresa - [email protected]

Para que exista una obra de arte, una escultura, por ejemplo, hacen falta el artista, la concepción del artista, una habilidad desarrollada por el artista, un material moldeable y herramientas apropiadas. ¿De qué serviría todo eso sin un observador congruente con la tarea de ver?

De la idea a la escultura (la obra terminada) hay que cumplir varias fases, y éstas no son evidentes en el trabajo realizado. Con todo, sin la materia inerte, la piedra o roca, sin la idea, sin el artista, sin las herramientas apropiadas, nada ocurriría y no tendríamos nada que admirar con nuestros ojos. Éstos son, al mismo tiempo, nuestro vehículo para mirar, pero solo ve realmente aquel que es capaz de percibir la idea del artista, su humanidad, personalidad, madurez, sensibilidad, la naturaleza peculiar de la roca (madera, o cualquier otro material) y, quién sabe, incluso los efectos, según sean unas u otras las herramientas empleadas. Mirar depende de los ojos, pero ver depende de la conciencia.

Lo que hubiese quedado solamente implícito le es revelado a quien cuenta con el contenido de la EXPERIENCIA INDIVIDUAL para componer la visión de totalidad de la obra, en lugar de sucumbir a las ilusiones imaginativas de una simple mirada.
Quien aún no extrae fruto de su experiencia para ver lo que mira no consigue componer un todo inteligible y comprensible, ni situar en una perspectiva más amplia aquello que está percibiendo.

Quien sucumbe únicamente al impacto sensorio y emocional de la obra, se queda sin ver los demás contenidos, en ella implícitos aunque susceptibles de ser vistos.
Mientras la conciencia se desarrolla en nosotros, el paso más importante es darse cuenta de que existe un foco y un punto de vista, siempre… Invariablemente. Y no hay salida para esto. La salida, si es que merece este nombre, es tomar conciencia de que introducimos un foco en todo lo que percibimos y esto de algún modo lo elegimos nosotros mismos. Esa es la subjetividad inherente a la percepción. No hay observador que no esté entrando con sus intereses, sus deseos, sus intenciones, su intencionalidad – y así sucesivamente – en todo lo que percibe.
Llamamos a esto intencionalidad y proyección.

Nada indica que estos dos (la existencia del foco y del punto de vista) vayan a cambiar, pero algo sí cambia cuando nos damos cuenta de sus características y usos. El foco de la visión es un problema terrible, pues cuando empleamos un foco, sea cual fuere, al mirar discriminamos todo lo que es pertinente al foco; y lo que no es pertinente es simplemente descartado, y queda fuera de la atención egoica. Podemos poner como ejemplo la presencia, en nuestra imaginación, de un hombre teóricamente maduro, que ante sí solo ve el trabajo (este es su foco), y no percibe ni da relevancia a la esposa, a los hijos, a su esparcimiento, a su reposo, a las otras personas en general… Para él solo existen el trabajo y el dinero, la búsqueda del poder, la competitividad y sus retos. Lo demás, todo aquello que no está en su foco, sencillamente no existe. Significa simplemente la escoria de su perspectiva bien enfocada y es eliminado sumariamente de sus consideraciones, pues no tiene la misma importancia ni está en el centro de su atención egoica…

Para efecto de compensación y complementación entre las polaridades femenina y masculina, veamos también en nuestra imaginación a una mujer para quien solo existe (en su foco) la relación con un hombre, su casa, su familia, sus hijos; y más allá de este foco queda todo lo demás, que es igualmente descartado: los maridos de otras, los hijos de otras, sus deseos más personales, su siempre aplazada independencia, su derecho a la libertad, su sueño de una carrera profesional, etc.
En ambos ejemplos aquí imaginados encontramos personas típicas, a menudo formando parejas que mutuamente se compensan, pero personas que están, por decirlo así, por la mitad, funcionando solo parcialmente y lejos de alcanzar la porción de totalidad que su conciencia les permitiría, si al menos intentasen procurar desarrollarla.

Quien ve, va más allá de lo que es percibido por la mirada. Sin embargo, muchos que creen estar VIENDO y no solo mirando, también sucumben a la inclinación al análisis y a la crítica, que finalmente llevan a un enjuiciamiento, dejando fuera el don de la comprensión y alejando la visión humanitaria a ella asociada. Sin estos componentes sensibles y de polaridad femenina la percepción es igualmente la de quien mira (aunque de modo algo más diferenciado y especializado), pero no la de quien ve. No es por casualidad que quien solo mira es selectivo, excluyente, discriminativo y judicativo.
Los desafíos para que la conciencia se instale en nosotros son siempre sorprendentes... El hombre consciente no sucumbe ante las ilusiones, ni siquiera ante las más evidentes, menos aún ante las más sutiles y camufladas por influencias del ego, intereses, deseos, preferencias, juicios anticipados, prejuicios, etc. La conciencia apunta hacia el ver, al igual que la percepción egoica apunta hacia el mirar.

La percepción puede estar libre de intereses y juicios egoicos, pero esto exige trabajo a quien percibe, especialmente para limpiar su percepción, tomando conciencia de sí mismo… Haciéndose preguntas del tipo de: ¿Por qué siempre elijo ciertos aspectos de la realidad para percibir? ¿Por qué siempre doy más importancia a lo negativo que a lo positivo? ¿Por qué insisto en querer percibir solo aquello que me interesa sin dar cuenta de percibir lo que interesa a los demás? ¿Por qué imagino siempre lo que los demás van a decir antes de oírles? ¿Por qué estoy siempre anticipando lo que va a suceder en función de lo que yo prefiero y deseo?
Aquel que teme ser atracado ve atracadores por todas partes todo el tiempo… Quien ve amenazas en todo vislumbra amenazas por todas partes todo el tiempo. Quien se ha quedado prendido a experiencias dolorosas del pasado (frustraciones, dolores, decepciones) está esperando vivir nuevamente todo lo que antes le ha dolido y ha sufrido. Nada de esto tiene que ver con la realidad. Son solo ejemplos de cuán sucia es nuestra percepción y cuán sujeto está nuestro enfoque a interferencias terribles de factores emocionales, en especial aquellos de los que ni siquiera tenemos conciencia.¿Qué decir del celoso e inseguro que advierte traiciones y mentiras en todo, todo el tiempo, siempre a la búsqueda de un motivo real para instalar su desconfianza y destruir la relación una vez más? Y ¿qué tanto de realidad puede existir en aquello que un celoso típico ve en el otro?
Todos nos servimos de varias clases de filtros que nos dan la visión de aquello que han filtrado… A lo que miramos – ya filtrado – le llamamos realidad…
Cualquier uno de nosotros puede haber tenido la experiencia de despertar de una especie de trance y notar que aquello que suponía ser la realidad era únicamente su deseo, su interés, su expectativa.

¿Quién puede creer que está teniendo una legítima intuición cuando está además manchando su percepción de la realidad con deseos, intereses, prejuicios de todo orden, intenciones no siempre laudables, expectativas personales de todo tipo?
¿Quién puede dar crédito a un presagio inconsciente si está siempre pensando, juzgando, condenando, anticipando, deseando e interfiriendo en todo y en todos, todo el siempre?

Quien lleva a cabo el trabajo de limpiar su percepción se da cuenta de cuánto interfiere – a partir de sus características personales – en aquello que percibe. Buena parte del trabajo terapéutico en consultorio consiste en hacer que la persona perciba cuánto ella misma interfiere en su realidad a través de sus personales puntos de vista, a través de su enfoque, a través de su arbitrariedad e intencionalidad. Darse cuenta de ello no va a eliminar el problema, pues nos proyectamos todo el tiempo en todo, pero una persona cambia mucho al descubrir qué componentes están en su filtro perceptor, qué tendencias tiene embutidas en el tipo y calidad de su foco, qué aspectos de la realidad elige para percibir y qué aspectos (de la realidad o de la vida), por el contrario, insiste en ignorar o evitar.

Marca mucho la diferencia en nuestra vida el que tomemos conciencia de nuestra subjetividad, pues la realidad está allá y cada uno de nosotros la ve de distinta manera.
La conciencia puede mucho y quienes saben relativizar sus puntos de vista, su perspectiva personal e individual acaban descubriendo un mundo entero de posibilidades y alternativas donde antes solo había rutina, repetición y una realidad correspondientemente plana. Esa expansión de la conciencia se alimenta de aspectos impersonales y femeninos en nuestro ser, como la capacidad de guardar silencio (en especial en nuestro interior), la flexibilidad, la apertura hacia lo inesperado y lo nuevo; la facilidad para adaptarse, cambiar y evolucionar, la capacidad de relativizar nuestros puntos de vista, valores y creencias individuales dudando un poco de lo que tenemos por cierto y abandonando las posturas rígidas.
La conciencia de nosotros mismos nos enseña también acerca de los demás y el mundo impersonal del no-yo, de lo desconocido, y quién sabe, hasta de lo inimaginable, abriendo un universo que el ego antes no imaginaba que existiese.

Una vez lo dije – en otro contexto – y ahora lo repito: ¡menos mal que soñamos lo impensable! Menos mal que el inconsciente es pasado, presente, pero también futuro…


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luis
Luís Vasconcellos é Psicólogo e atende
em seu consultório em São Paulo.



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