La Fascinación por lo Prohibido
por Flávio Gikovate em STUM WORLDAtualizado em 18/11/2009 19:21:13
Traducción de Teresa - [email protected]
En muchos aspectos, el ser humano es un animal parecido a sus parientes mamíferos.
Disponemos, sin embargo, de un cerebro excepcional, que aún comprendemos muy poco y del cual no sabemos aprovechar sino una pequeña parcela. La vida social, necesaria para la supervivencia de la especie, nos ha llevado a desarrollar el lenguaje y el pensamiento lógico.
Hemos creado reglas capaces de hacer que la vida en grupo sea menos tensa y más armoniosa. Sin embargo, muchas de esas reglas implicaron prohibiciones a las tendencias naturales del animal que somos. O sea, nuestra razón ha tenido que actuar en el sentido de domesticar al mamífero humano. ¡Somos a un tiempo el domador y el domado!
Parece bastante evidente que el proceso de domesticación no ha hecho desaparecer totalmente las tendencias que queremos suprimir. Éstas han quedado ahogadas, reprimidas. En cierta forma, han buscado un camino para poder ejercerse. Aparecieron las reglas, las prohibiciones. Y surgió inmediatamente el uso de la inteligencia en el sentido de buscar formas posibles de intentar transgredir las reglas que el propio grupo había construido.
Algunas personas son más dóciles y aceptan mejor los límites que se les imponen. Éstas quizá solo busquen realizar sus anhelos reprimidos por medio de sueños y devaneos. Otras intentan burlar las reglas en la práctica, toleran menos la frustración de deseos que no pueden realizarse. Se convierten en personas moralmente menos justas, especialmente cuando actúan de forma diferente al comportamiento que predican.
Es obvio que nuestra mayor frustración ligada a la vida social tiene que ver con el instinto sexual. Todo tipo de vida grupal organizada impone severos límites al ejercicio de ese fuerte deseo animal, intenso tanto en el hombre como en la mujer. Eso es algo absolutamente necesario para la estabilidad de la familia.
Los hombres, a quienes incumbía la tarea de traer a casa el alimento, debían tener garantías de paternidad – o sea, sus esposas solo podían tener vida sexual exclusivamente con ellos y ellos solo podían tener a otras mujeres si transgrediesen las reglas del grupo. Sabemos también que las transgresiones masculinas casi siempre han sido contempladas con más condescendencia que las femeninas.
En las mujeres se ha tratado de asociar el sexo al amor. Esto en una fase posterior de la vida social, en que esta emoción pasaba a tener importancia creciente. Se trata de un condicionamiento cultural y no de una característica de la biología femenina. El interés por experiencias sexuales indiscriminadas forma parte de la naturaleza de la hembra de nuestra especie. Pero muchas no llegan a experimentar tales deseos ni fantasías, tal fue la represión a que han estado sujetas.
A muchas ni siquiera les agrada adornarse mucho, pues eso despierta más el deseo de los hombres. Pero esto no es la regla. El placer erótico de exhibirse y despertar el deseo de muchos hombres suele ser el único tipo de excitación sexual que se permite la mayor parte de las mujeres – exceptuándose, claro está, la vida sexual con los compañeros con quienes están comprometidas en una relación socialmente aceptada.
La práctica sexual fuera del límite de una relación amorosa es un comportamiento inaceptable para la mayoría de las mujeres. La prohibición vence al deseo. En algunas desaparecen incluso las fantasías. En otras no queda más que la fantasía de experiencias eróticas más libres – o más promiscuas, como se suele decir. La idea de promiscuidad nos produce doble sensación: una de repulsa, en virtud de las normas que hemos aprendido, y otra de fascinación, en virtud del mamífero desreglado que existe dentro de nosotros.
Considero que pueda generalizarse la cuestión de la siguiente forma: todo lo que se ha prohibido representa una tendencia de nuestra naturaleza que ha tenido que ser reprimida en nombre de un objetivo mayor. Todo lo que está prohibido es, pues, fascinante y tentador. No hay fascinación por la prohibición en sí, sino por lo que no se puede ejercer. Nuestra parte domada nunca se ha rendido totalmente al domador.