La Hermana Mónica María
por Wilson Francisco em STUM WORLDAtualizado em 25/08/2006 11:40:58
Traducción de Teresa - [email protected]
Conocí a la hermana Mónica a través de carta, cuando formábamos parte del Círculo de Misivistas Amigos, organizado por mi amigo Denir Lopes en Volta Redonda – RJ, con una subsede en Sao Paulo, que yo coordinaba. Ella vivía en Maringá, en el Paraná, y había fundado allí un orfelinato con más o menos 50 críos. Toda su vida ha sido dedicada a los niños y al CMA, donde escribía con el corazón cartas a los enfermos y presidiarios.
El CMA tenía como principio establecer contacto con presos y enfermos en hospitales solamente por correspondencia, sin embargo la hermana Mónica sobrepasaba el propio programa del grupo, e iba a visitar a las personas allá donde estuviesen.
Un día ella me contó un episodio que se repetía en sus viajes para visitar enfermos o presos. Cuando llegaba a una ciudad, si surgía alguna dificultad, buscaba una plaza y permanecía allí sentada, orando, pidiendo a Dios un camino o una orientación. Pasaban algunos minutos y alguien aparecía, no se sabe de dónde, para sentarse a su lado y entablar conversación. Y de la conversación surgía la solución para el problema que la estuviese afectando, ya fuese de dinero u otro cualquiera.
En una carta ella me confidenció, tras saber que yo era espírita, que la mayoría de las personas que atendían a la llamada de Dios eran espíritas.
Ella decía bromeando: “Ellos viven persiguiéndome, pero no van a hacerme cambiar de chaqueta”. Su fe y fidelidad al Catolicismo siempre fueron murallas que mantenían su inmunidad y coraje.
Ante alguna dificultad que Denir o yo le trasladábamos, ella en seguida hacía una convocatoria: “Vamos a rezar, pues sólo la oración hará que el “pincelito de Dios” alcance a las almas que sufren. Era una monja de mente abierta y corazón disponible.
En la Penitenciaría del Estado, muchos reclusos y reclusas integraban este movimiento, recibiendo cartas de los misivistas amigos. Un muchacho que conocí allí dentro, pues en aquella época yo formaba parte de un grupo de visitantes espíritas, me dijo que la visita de la hermana Mónica había sido la presencia de Jesús en su corazón, de la que sacó fuerzas para recuperarse y realizar una vida con más calidad, en aquella época.
Y tanto él como los otros decían que la Hermana Mónica permanecía vigilando la vida de cada uno, incluso a distancia, porque bastaba que alguno de ellos perpetrase cualquier disturbio o ilegalidad allí dentro del presidio, para que al día siguiente llegase una cartita suya, advirtiéndolos y siempre enseñándoles cómo enfrentar la adversidad sin cometer desatinos.
Un día recibí de ella una tarjeta de mensajes, que hasta hoy guardo con cariño. Leyendo y releyendo el billete resta cada vez más la certeza de que sus palabras representan para mí el sonido de la voz divina, aportando consuelo y coraje.
Decía ella: “Procura mantenerte siempre en ejercicio espiritual para progresar en tu vida cristiana. El ejercicio espiritual tiene valor para todo, porque su resultado es vida. No te descuides del don que tienes”.
Recibí de ella también un librito, editado por amigos y en él ella contaba casos de su vida. Había poesías y poemas escritos por su corazón. De entre tantos, selecciono este:
“En el recreo, asomada, he visto en los ojos del negrito una enorme tristeza.
Acaricié con ternura su cabecita rizada y le hice un guiño.
El pequeñín me miró, con una sonrisa dolida.
Vamos dentro, niño, voy a darte un pedazo de dulce.
No tengo hambre, hermana. Quiero estar contigo.
Comprendí qué grande era la soledad de aquel corazón.
Dios mío, ¡cuándo comprenderemos que un gesto de bondad, que un acto de amor vale más que un sabroso pedazo de pan!”
(Hermana Mônica María)