La imagen mágica del mundo y sus consecuencias
por Simone Arrojo em STUM WORLDAtualizado em 08/04/2020 11:35:13
Traducción de Teresa - [email protected]
Por detrás de la necesidad de compensación, que hace enfermar, actúa una fantasía mágica, a saber, que yo puedo salvar a otra persona de la carga de su destino, siempre que yo tome también algo de esa carga para mí. Es el caso del niño que dice a su madre gravemente enferma: "Antes me ponga yo enfermo, y no tú. Antes me muera yo, y no tú". O también, cuando la madre quiere abandonar la vida, un hijo se suicida, para que la madre pueda seguir viva.
Un ejemplo de esto es el adelgazamiento compulsivo. El anoréxico se va haciendo cada vez más pequeño, desaparece, por decirlo así, hasta la muerte. En su alma, esa criatura dice a su padre o a su madre: "Antes desaparezca yo, y no tú". Aquí actúa un amor profundo. Pero cuando el niño muere ¿cuál es el efecto de ese amor? Éste es totalmente inútil.
Cuando trabajo con una persona que padece esa compulsión, le hago que mire a los ojos de su padre o de su madre y diga: "Antes desaparezca yo, y no tú". Cuando se encara con los ojos de ellos hasta el punto de verlos realmente, ya no es capaz de decir esa frase, porque percibe que el padre o la madre no van a aceptarle tal cosa. Y es que el amor mágico desconoce el hecho de que también la otra persona ama, y rehusaría aquello, independientemente de la inutilidad de tal amor.
Cuando la madre muere durante el nacimiento de un niño, es muy difícil para ese niño tomar su vida. Tendría necesidad de mirar a su madre a los ojos y decirle: "Mamá, aunque a ese precio tan alto, yo tomo esta vida y hago algo bueno con ella, en memoria tuya. Es preciso que sepas que no ha sido en vano". Esto es amor, a un nivel más elevado. Exige el abandono de la fantasía mágica de poder interferir en el destino de otra persona y cambiarlo. Exige el paso de un amor que hace enfermar, a un amor que sana.
La fantasía del amor mágico está asociada a una presunción, a un sentimiento de poder y superioridad. El niño realmente cree que, a través de su enfermedad y de su muerte, puede salvar de la muerte a otra persona. Renunciar a esa idea sólo es posible por la humildad.
Hasta aquí he hablado del orden del amor en la relación entre hijos y padres.
Aceptar todo lo demás que nuestros padres nos dan
La verdad es que los padres no dan a los hijos únicamente la vida. Ellos nos dan también otras cosas: nos alimentan, nos educan, cuidan de nosotros, y así sucesivamente. Conviene al niño tomar todo esto, tal como lo recibe. Cuando el niño lo acepta de buen grado, suele bastar. Hay excepciones, que todos conocemos, pero por lo regular es suficiente. Puede no ser siempre lo que deseamos, pero es lo bastante.
En ese particular, pertenece al orden que el hijo diga a sus padres: "He recibido mucho. Sé que es mucho, es lo bastante. Yo lo tomo con amor". Entonces se siente pleno y rico, sea cual fuere la situación. Entonces, añade: "lo que falta, lo haré yo mismo". Esto también es un bello pensamiento. Finalmente, el hijo puede asimismo decir a los padres: "Y ahora yo os dejo en paz". El efecto de estas frases va muy hondo: ahora el hijo tiene a sus padres y los padres tienen al hijo. Padres e hijo están simultáneamente separados y felices. Los padres han concluido su obra y el niño está libre para vivir su vida, con respeto por sus padres pero sin dependencia.
Imaginad ahora la situación contraria, cuando el hijo dice a los padres: "Lo que me habéis dado ha sido erróneo y ha sido muy poco. Todavía me debéis mucho". ¿Qué tiene ese hijo de sus padres? Nada. Y sus padres ¿qué tienen de él? Igualmente nada. Ese hijo no consigue soltarse de sus padres. Su censura y su reivindicación lo vinculan a ellos, pero de una forma tal que él no los tiene. Él se siente vacío, pequeño y débil.
Esta sería la segunda ley del amor entre hijos y padres.