La muerte nos hace pensar en la vida
por Bel Cesar em STUM WORLDAtualizado em 31/01/2005 12:56:33
Traducido por Melissa Park - [email protected]
Una vez estaba muy molesta con algo que había ocurrido y no sabía aún lo que hacer ni que actitud tomar. Sin saber por qué, abrí la puerta de la heladera como quien busca una solución. En aquel momento surgió en mi mente la siguiente pregunta: “Por que estoy desgastándome con eso? Eso no tiene importancia. Lo que realmente importa es cuidar de mi miedo a la muerte”. Ese pensamiento atenuó mi irritación y redimensionó mi problema. A pesar de aún no tener una solución, ya no tenía, por lo menos, la misma presión tan desagradable sobre mí.
La muerte nos hace pensar en la vida. Si diéramos un significado a nuestra muerte, encontraremos una nueva perspectiva para nuestra existencia. Aprendí eso en 1988, al partir de una intensa experiencia personal que me llevó a reflexionar profundamente sobre mi mortalidad. Ya había encontrado mi maestro budista Lama Gangchen Rinpoche hacia un año. En aquel momento, al experimentar una profunda soledad, tomé una decisión que dio un nuevo rumbo a mi vida: superar la resistencia de lidiar con mi propia mortalidad y a ayudar a los demás a sentirse menos solitarios frente a la muerte.
En julio de 1991, tres años después de aquel período de crisis y ya recibida de Psicóloga, participé de una gran ceremonia budista en California, donde conocí al maestro budista tibetano Lama Zopa. A pesar de que él no sabía sobre mis intenciones secretas de trabajar con pacientes que enfrentan a la muerte, cuando nos despedimos él me ofreció dos píldoras bendecidas, con las siguientes instrucciones: “Cuando usted esté al lado de alguien que recién falleció, coloque esas píldoras disueltas en una crema en la zona de la coronilla de la persona y de tres jalones de cabello. Así, ella tendrá un buen renacimiento”.
Me quedé muda. En aquel instante surgieron muchas preguntas en mi mente. Como en aquella época yo ni tenía idea de lo que ocurría en el momento de la muerte sobre la perspectiva budista, entendí apenas que ese procedimiento tal vez llevase a la mente de la persona a dejar el cuerpo de manera más auspiciosa. Regresé para el Brasil y les conté a mis amigos sobre esas píldoras. Pocas semanas después, el padre de una amiga falleció, y ella, recordando lo que yo le había contado, me llamó para colocar las píldoras sobre la cabeza de su padre.
Al colocarlas, recité algunos mantras. Sentí lo importante que era estar haciendo aquello y cuanto la familia quedó agradecida. Al año siguiente, comencé a acompañar pacientes que enfrentaban su fase final de vida. Más hoy reconozco que ese trabajo comenzó con la crisis de soledad y esas dos pequeñas píldoras.
Más allá del impacto de la idea que proyectamos de nuestra muerte en nosotros mismos, también el impacto de muertes que somos testigos tiene un gran efecto sobre nuestra vida. Fue el hecho de presenciar una muerte que llevó al Príncipe Siddharta, el Buddha histórico, a abandonar el palacio en el cual vivía, para dedicarse a la meditación en busca de una solución efectiva para que cese el sufrimiento humano.
Lo mismo sucede con aquellos que presenciaron el proceso de una muerte y que se dejaron tocar por los poderosos efectos de esa experiencia sobre su visión del mundo. Asistir a alguien muriendo nos torna concientes de nuestros límites humanos y nos lleva a ser más realistas y menos pretenciosos en cuanto a nuestras posibilidades. Aún así, no podemos olvidarnos de que aún encarando a la muerte de manera positiva, ella continúa fea y dura de mirar.
Dice Lama Gangchen Rimpoche: “Si usted estuviera en una situación negativa en el momento de su muerte, debe recordar que la negatividad no trae nada. Por eso, regrese su atención para su concentración interna y para su auto-confianza”. Creo que esa sea una tarea para una vida entera.
Extraído de la Introducción del libro "Morir no se improvisa" (“Morrer não se improvisa”) de Bel Cesar, (Ed.Gaia).