La verdad sobre nuestra niñez IV
por Rosemeire Zago em STUM WORLDAtualizado em 08/04/2020 11:35:11
Traducción de Teresa - [email protected]
He venido escribiendo mucho sobre la importancia de los acontecimientos de la niñez, pero ¿te has parado a pensar acerca de todo lo que has vivenciado y sentido en tus primeros años de vida? Muchos dicen que no se acuerdan. Está claro que esto sucede por pura defensa, pues cuando buscan un proceso de autoconocimiento, esos recuerdos, hasta entonces reprimidos, empiezan a ser recordados. Un ejemplo muy claro de cómo el sufrimiento vivido está registrado en nuestra psique es observar los sueños, enfermedades y/o síntomas. Éstos pueden decir mucho sobre nuestros primeros años. Sin embargo, solemos acallar nuestro sufrimiento y reprimimos nuestros sentimientos, como si esto fuese suficiente para liberarnos de nuestro dolor, físico o emocional, y nos llevase a la sanación. ¡Pura equivocación! Cuanto más negamos lo que realmente sentimos, más nos enfermamos.
¿Cuántos de nosotros aún arrastramos el sufrimiento de aquella criaturita pequeña e indefensa, que ni siquiera sabía hablar, que dependía totalmente de los adultos que cuidaban de ella y que fue dejada a solas con sus dolores que mal sabía expresar? Y ¿por qué hoy, adultos, continuamos haciendo caso omiso de nuestros dolores? ¡Por miedo! Miedo de enfrentarnos a la verdad. Miedo de no soportar lo que nos han hecho sentir. Miedo de contemplar la realidad y tener que abandonar la idealización que todavía hacemos de nuestros padres. Queremos aún preservar el amor de nuestros padres, como si un día lo hubiésemos recibido de veras. Muchos todavía están esperando que ellos les reconozcan su valor, y que les demuestren su amor. Así, vivenciamos una espera que no se acaba nunca. Y cuanto más esperamos, más daño nos hacemos. ¿Cuáles son las secuelas? Transferimos a otros adultos nuestra necesidad de reconocimiento, atención, cariño y amor. Y continuamos esperando. Luchamos desesperadamente por el reconocimiento que no se nos ha dado durante la niñez. Y ni siquiera percibimos su origen.
Incluso habiendo sido víctimas de abuso cuando eran niños, muchos adultos continúan agarrándose a la imagen del padre y/o de la madre, como si fuesen ídolos. Ídolos que a decir verdad han destruido su infancia, su salud, han comprometido sus elecciones y relaciones. Vivimos como si nunca hubiésemos sido golpeados, insultados, humillados, controlados, castigados, avergonzados, a pesar de que muchas veces atraemos a personas que nos tratan de la misma manera, o incluso, nosotros mismos continuamos tratándonos de tal modo y seguimos sin darnos cuenta de ello. Esperamos ser comprendidos, cuando nosotros mismos no nos comprendemos al no entrar en contacto con esos sentimientos reprimidos.
Esto lo hacemos porque desde pequeños hemos tenido que desarrollar una estrategia para sobrevivir y para protegernos del dolor de ser un niño no aceptado tal como era, que siempre necesitaba hacer lo que esperaban que hiciese, cuyo modo de proceder se consideraba equivocado, y nunca alcanzaba las expectativas en él depositadas. Poco a poco vamos alejándonos de quienes somos de verdad, continuamos ocultando nuestro verdadero yo; y cuando llegamos a adultos, no comprendemos por qué motivo sentimos vacío, tristeza, angustia, baja autoestima, insatisfacción.
Cuando alguien nos ayuda a identificar nuestro sufrimiento de la niñez y los antiguos patrones de conducta de nuestros padres a que estábamos sometidos, ya no nos sentimos compelidos a repetir esos patrones ciegamente en nosotros mismos, ni en nuestros hijos, ni en otras personas. Hoy, adultos, ya no somos impotentes como el crío de otrora, y podemos ofrecer protección, un oído atento a nuestro niño interior, para que él pueda expresarse y contar su historia. Para llevar a cabo este trabajo es importante el seguimiento de un profesional que pueda hacer el papel de testigo conocedor. ¿Quién puede ser el tuyo?
Continuaré en el próximo artículo.