¡Las apariencias engañan!
por WebMaster em STUM WORLDAtualizado em 10/02/2013 11:41:41
por Flávio Bastos - [email protected]
Traducción de Teresa - [email protected]
Desde tiempos remotos, por una cuestión de desequilibrio psíquico-espiritual, karma, abandono o libre albedrío, muchas personas eligen vivir en la pobreza y en el anonimato de los centros urbanos. Entre estos individuos, algunos provienen de la alta sociedad y de familias tradicionales, pero se han desvinculado de la riqueza material para vivir entre los pobres y los miserables.
Un pintor mendigo que deambula por las calles de la zona sur de Río de Janeiro, cargado con su carrito de lienzos acabados e inacabados, es una de estas personas de origen noble y de familia pudiente.
Español de nacimiento, pero descendiente de la aristocracia franco-belga, el pintor de la calle ha viajado por más de treinta países y por varios estados de Brasil hasta asentarse en Río de Janeiro, a donde arribó hace dos años.
Su historia de vida es larga y está marcada por acontecimientos que comienzan en la riqueza y acaban en el abandono y en la pobreza material, como me contó sentado en un banco de la plaza, tras llamarme la atención al decir que había tenido un perro de la raza yorkshire, semejante al que yo conducía por la brida.
A partir de ese momento el pintor sin-techo, de forma lúcida y objetiva, me relató algunos pasajes de su vida, empezando por su infancia en Europa y después el traslado de la familia a Venezuela, donde su padre, que era diplomático, asumió la embajada de su país en Caracas.
A propósito de su vivencia en Caracas cuando era todavía un niño, me contó una experiencia curiosa ocurrida con su familia, que paso a describir según sus palabras: “Cierta vez apareció por la embajada un joven argentino que se identificó como médico en busca de empleo. Su padre le ofreció una función en la secretaría de la embajada, que fue prontamente aceptada por el joven. Pasado algún tiempo, al intentar conseguir visado para entrar en los Estados Unidos, el argentino fue sorprendido por la súbita pasión de la embajadora norteamericana por él. Pese a ello, resistente a las seductoras embestidas de la diplomática, no retrocedió en su propósito y, aun sin el visado de la embajada viajó a los Estados Unidos, donde se le impidió continuar y fue obligado a regresar a Caracas, pues la embajadora había informado a las autoridades de su país que el joven médico era comunista. ¿Su nombre? Ernesto Guevara, más conocido mundialmente como Che Guevara”. Tras su regreso, el joven argentino desapareció y la familia del pintor ya no volvió a verlo. Pasados algunos años, el personaje del relato fue identificado y asociado a la revolución cubana.
Generalmente todo sin-techo comunicativo, intelectual, culto y con “aires aristocráticos” es visto como chiflado por la sociedad, por eso después de este contacto con el pintor mendigo fui a pesquisar en Internet en busca de informaciones que corroborasen algunos aspectos de su relato. No fue fácil, pero encontré una Web que, entre otras informaciones pertinentes al ámbito diplomático venezolano, informaba que en el año 1951 ingresaba en el cuerpo diplomático de la ciudad de Caracas el diplomático “Fulano de Tal” y su esposa, señora “Mengana de Tal”. Lo cual demuestra, al menos en parte, que la historia contada por el pintor es cierta, pues sus apellidos son los mismos del embajador y su esposa, que serían sus padres. En cuanto al paso de Ernesto Guevara por Caracas, no he encontrado registro alguno, si bien no he profundizado en la pesquisa virtual.
En el segundo contacto con el pintor sin-techo le compré un lienzo de su autoría, cuya imagen es intensa, de estilo impresionista. En esta ocasión él me contó otro episodio ocurrido recientemente en Ipanema, cuando le vendió unos lienzos a un cliente rico. Según sus palabras, este señor, al recibir los lienzos, simplemente le dijo: “Ahora esperaré a que usted se muera”. Aunque tal afirmación pueda parecer un tanto sórdida o chocante, lo cierto es que en torno al 97% de los pintores mundialmente famosos tuvieron sus obras reconocidas o valoradas sólo después de muertos.
Esta no ha sido mi primera experiencia de contacto ocasional con sin-techos cultos, lúcidos y con alma de artista. La enseñanza de estas experiencias me ha dado la certidumbre de que el culto a las apariencias es un milenario engaño de la civilización de los hombres, inserto en las sociedades por la cultura dominante.
En tal sentido, el culto a las apariencias viene en la estela del excesivo apego a los valores de la materia, que tiene en la riqueza material su referencia máxima, del mismo modo que la discriminación y el abandono social de los “débiles y pobres” es una consecuencia del poder y de la dominación de los “fuertes y adinerados”.
Por eso la paradoja del mendigoculto, inteligente y lúcido obliga al hombre moderno a replantearse sus conceptos acerca de sí mismo inserido en un contexto universal, cuyas apariencias no tienen la menor importancia o significado.
Jesucristo, que vivía entre los pobres, enfermos, víctimas de injusticia y fueras-de-la-ley, y era buscado también por los ricos en sus predicaciones, es un ejemplo que revela la existencia de esta paradoja creada por la visión distorsionada del propio hombre en relación a sí mismo, o sea, de que las apariencias pueden engañar al disimular la verdad encubierta.