Las flores que brotan en nuestro corazón
por Izabel Telles em STUM WORLDAtualizado em 11/09/2008 19:18:06
Traducción de Teresa - [email protected]
La ciudad está florida. Una sinfonía de colores, formas y equilibrio que sólo podría haber salido de las manos del Creador. Primaveras abriendo sus piquitos de color de rosa, malva o incluso blancos, abanicando hacia el mundo sus pistilos leves y plumados. Azucenas albas como sábanas de cambray ofrecen sus concavidades como senos hartos, listos para nutrir. Clavelinas rojas con sus orillos recortados a mano haciendo rebordes minúsculos que más parecen florecillas de papel crepé. Lirios blancos, amarillos, anaranjados, doblándose por los tallos tal es el peso de su corola. ¡Dios mío! ¡Dónde estaba yo cuando el Señor creó tantas maravillas! Por qué no me llamó para enseñarme cómo teñir los girasoles y justo en el centro de su meollo depositar sus miles de semillas milagrosas.
Yo sabría hoy transformar cualquier dolor en belleza. Por qué el Señor no me invitó para anillar las olas azules de los mares y en ellos hacer vivir centenas de especies que conviven entre si de forma pacífica y ecológica. Yo, ciertamente, sabría mantenerme justa y noble en mis relaciones viviendo sin juzgar, sin condenar, sin excluir, sin protestar, sin vociferar contra las agruras del vivir. Yo sería más feliz y haría más felices a las personas. Por qué, mi Padre, no me has convocado, Señor, para arar tus campos de tierras fértiles y productivas para en ellas esparcir, con justicia y sabiduría, el trigo, la cebada, el romero. ¡Ah, Padre! Yo sería seguramente una persona mejor si hubiese aprendido a ofrecer al mundo hartura, bondad, sencillez y por encima de todo humildad.
Sé que me has llamado, Padre. Sé que me has convocado tantas veces. Casi he oído tu Voz en los cánticos de los vientos. Casi he visto parpadear tus ojos entre el nacimiento y la puesta del sol.
Pero yo estaba dormida, anestesiada por la ilusión de esta vida, distraída mirando escaparates de ropas, que también son bellas, pero no tan bellas como las vestiduras que cubren tus campos de espliego.
Perdóname, Padre. Perdóname e inclúyeme nuevamente en Tu lista de favoritos. Llámame a gritos si no consigo escuchar Tu voz mansa, justa y dulce. Despiértame con una gran sacudida si no consigo sentir Tu soplo cálido y delicado. Juro que no voy a quejarme por los zarandeos. Sé que también se han hecho para despertarme, para quitarme de este entorpecimiento horrendo que el día-a-día nos impone. Ábreme bien los ojos para que yo vea cómo matan a mi hermano, cómo pasa hambre mi amigo, cómo mi vecino llora a solas su infinita soledad. Pon en mis manos las semillas de Tus margaritas para que yo sepa plantarlas en el corazón de mis semejantes.
Por favor, Dios, hazme mejor. Hazme más humana. Rescátame de esta multitud somnolienta que camina con los brazos sueltos a lo largo del cuerpo, sin expresión, sin gracia y sin belleza. Hazme bailarín destacado de Tu Comparsa y permíteme danzar al son de las magníficas sinfonías que sólo Tú, Señor, sabes componer.
Hazme más justa, más bondadosa, más compasiva. Imprime en mi rostro una eterna sonrisa de satisfacción. Tómame en brazos como todo padre sabe hacer y llévame por el camino donde todas las cosas forman sentido porque forman sentido.
Arranca de mi corazón mis deseos para que yo pueda salir al encuentro de la verdad en línea recta. Dame, Padre, un carro alado tirado por caballos blancos con alas de oro y crines de plata para que con él yo logre entrar en el mundo de la imaginación y, en este fabuloso mundo, consiga verte con Tus ojillos azules y brillantes de padre amoroso que acoge y anida y perdona y hace un meneo de hombros como quien dice:
- Bienvenida, hija. Yo te amo y nunca te he olvidado. Pienso en ti cada minuto. He sido Yo quién ha apartado aquel arma apuntada a tu oído. He sido Yo quien ha rescatado a tu hijo de la agonía de la muerte, Yo quién ha lavado tus cabellos cuando sangraban de dolor. He sido Yo quién ha puesto aquella fruta al lado de tu cama cuando te parecía que no había nada más para comer.
¡Ah! Padrecito, acéptame nuevamente en tu casa y dame abrigo porque el mundo aquí fuera, a pesar de las flores y de los riachuelos, ¡no se ha puesto nada fácil!