LAS HORMIGAS Y EL HOLOCAUSTO
por WebMaster em STUM WORLDAtualizado em 26/12/2016 10:32:42
Autor Priscila De Faria Gaspar
[email protected]
Traducción de Teresa
[email protected]
Hace unos dos años, en la cocina de mi casa, había una infestación de hormigas dulceras. Hileras extremadamente organizadas para invadir MI territorio y birlar a todas horas MI alimento.
La acción de esas pequeñas hermanitas, buscadoras de migajas y residuos, me causó un extraño malestar. A fin de cuentas, era ¡MI TERRITORIO! ¡Era MI dulce! Y ¿por qué me incomodaban tanto, ya que pillaban sólo unas pocas migajas y yo debería estar a régimen??
Después de estar algunos días conviviendo con el minúsculo ejército y con los sentimientos de ira que éste me causaba, decidí adoptar una actitud defensiva (¡yo creía tratarse de DEFENSA!). Fui a una tienda de variedades y utilidades domésticas en busca de un producto eficiente para combatirlas, del cual había oído hablar anteriormente.
En la tienda, la vendedora simpática me presentó otro producto, de diferente marca, tan eficiente o mejor que aquel que yo buscaba. Una señora que estaba allí haciendo compras, oyendo la conversación, se interesó por el asunto y se acercó para contar animadamente sus aventuras en el exterminio de insectos domésticos.
Cuando me di cuenta, estábamos las tres intercambiando experiencias y presumiendo de cuántas víctimas habíamos abatido, ¡comparándolas como trofeos! Había un placer morboso en aquellos relatos…
Volví para casa feliz con mi adquisición: ¡un arma mortífera contra mis enemigas! Apliqué el producto en las hileras de hormiguitas como lo haría un gigante perverso. El objetivo era atraerlas como cebo para que lo llevasen al hormiguero y lo repartiesen con las demás, diezmando toda la población, inclusive las larvas (bebecitos…).
Fui a acostarme y, como todas las noches, hice una reflexión antes de dormir. Recordé un episodio en mi adolescencia, cuando volvía de la escuela con una amiga y ésta casi pisa un hormiguero. Yo, con aires de superioridad, en la prepotencia de mis 14 años, le di lecciones de moral, haciéndola pensar cómo sería si un gigante llegase repentinamente con pies enormes y pisotease nuestra ciudad, destruyendo edificios y casas… Recordé asimismo lo que había dicho un compañero de la facultad, que la Tierra es un planeta muy atrasado en términos de evolución espiritual, dada la existencia de las cadenas alimentarias y la necesidad de matar para sobrevivir…
Al día siguiente… Ya no había hileras de hormigas… Me puse a imaginar lo que había sucedido, las hormiguitas llegando felices al hormiguero, cargadas con la preciada golosina y repartiéndola con las demás. Para, a continuación, agonizar por miles, víctimas de la giganta causadora del holocausto…
De inmediato me vino a la mente la enseñanza mosaica contenida en los diez mandamientos: “No matarás”. ¡Éste no es específico para seres humanos! De la misma forma, en el budismo se enseña que todas las formas de vida deben ser respetadas, según Buda: “Todos los seres vivos tiemblan ante la violencia. Todos temen a la muerte, todos aman la vida. Protege tú mismo a todas las criaturas. Entonces ¿a quién podrás herir? ¿Qué daños podrás hacer?” Entonces, como consecuencia kármica de mi falta de respeto a las leyes divinas, habiendo tomado conciencia de mi error, la noche siguiente no fui capaz de dormir. Sentía la impresión de picor por todo el cuerpo, tenía la percepción de patitas silenciosas de mis hermanitas recolectoras de residuos domésticos caminando por mí y por toda la casa… ¿Serían las patitas imaginarias o fantasmas? Lo que me dificultó conciliar el sueño, como es obvio, fue la conciencia pesada. Como dice mi orientador espiritual, Carlos, “Pecado es todo aquello que pesa en nuestra conciencia”.