No reaccionar como forma de protección
por Bel Cesar em STUM WORLDAtualizado em 26/10/2008 12:24:45
Traducción de Teresa - [email protected]
Creo que la mayoría de nosotros ya hemos vivenciado cuando menos una situación de agresión en el tráfico de São Paulo: atracos, secuestros-relámpago, accidentes, maniobras de cierre y frenazos bruscos son experiencias desagradables, que marcan nuestra memoria con sustos y nos hacen andar cada día más tensos y en alerta.
El otro día, estaba en la franja izquierda de la Av. Dr. Arnaldo para hacer el rodeo en dirección al Pacaembú cuando el semáforo cerró y yo detuve el coche. Inesperadamente, el motociclista a mi derecha dio un puñetazo al cristal de delante y gritó: “¡Mira como conduces! ¡Casi te llevas mi pierna!” Asustada, le miré como quien de veras no estaba comprendiendo nada. Al fin y al cabo, no estaba conduciendo rápido, ni había frenado bruscamente y mucho menos noté haber tocado su moto... En fin, ¡a lo mejor le había dado un susto a él también! Pero en seguida he visto que no había manera de pedirle disculpas o intentar mejorar la situación: él situó su moto delante de mi coche, y con voz y mirada rabiosas, gritaba, invitándome a un duelo sin precedentes.
Vulnerable ante su amenaza, sentí acelerarse mi corazón. Entonces, instintivamente bajé los ojos y repetí interiormente innumerables veces la frase “Esta ira es tuya, quédate con ella...”. En una mezcla de nerviosismo y certidumbre, tuve la intención clara de enviarle un mensaje directo: yo no estaba dispuesta a pelear. El semáforo para los que seguían de frente se abrió y él, todavía insultándome, se marchó. Aliviada, sentí el efecto de la adrenalina en mi cuerpo mientras dejaba atrás aquella situación. Recordé un consejo de Lama Michel: “Cuando una persona está nerviosa, no intentes convencerla de nada; hablar sólo hará que se sienta más airada.”
El budismo nos enseña a responder a las situaciones en vez de reaccionar contra ellas, pues nos hace ser conscientes de que una reacción irracional y automática produce un efecto idéntico sobre aquel que la recibe, es decir, al ser agredidos, agredimos fácilmente. Entonces, es preciso entrenarnos para no caer en la trampa de la agresividad ajena, pues ella actúa como un catalizador de nuestra propia agresividad interna.
Ese día opté por no batirme en duelo, ni hacer acuerdos. Sentí que era preciso definitivamente distanciarme internamente de la ira ajena: no era apropiado procurar entender nada, tan sólo desconectarme. En aquel momento, no reaccionar fue la mejor forma de protegerme.