¡No te culpes por un error que no has cometido!
por Rosana Braga em STUM WORLDAtualizado em 23/02/2011 12:58:48
Traducción de Teresa - [email protected]
Soy la primera en defender la idea de que es preciso pedir disculpas y revisar nuestro comportamiento si hemos cometido un error, pero también rápidamente me levanto para defenderme de una acusación injusta. Y si es mera coincidencia o repetición de errores, no lo sé. Pero el caso es que he escuchado historias parecidas de personas que se sienten culpables por el final de una relación sin que, a decir verdad, tengan esa responsabilidad, ¡o al menos, no tan grande!
¡Observa! Toda relación está formada por dos personas, y esto es reconocido y aceptado por todos. Pero ¿por qué nos inclinamos a pensar que solo uno es responsable por lo que ha salido mal? ¿Por qué, en general, uno se pone en el lugar del acertado, del que todo lo sabe, y el otro acepta el puesto de culpable?
Me explico: en general, los listos hacen lo que quieren, salen con los amigos sin dar satisfacciones y sin tener en cuenta la opinión y los deseos del otro, cuentan mentiras con la cara más fresca del mundo, y siempre encuentran excusa para hacer valer cada uno de sus argumentos.
A su vez, el otro por lo regular se somete, hace lo que el “manipulador” quiere y cuando quiere y, al final, aún sale como culpable, responsable por los disgustos y desentendimientos. Su fama es la de ser intransigente, implacable, belicoso y, ante el menor desliz, la menor réplica, será acusado, juzgado y condenado sin oportunidad alguna de defensa.
Aunque la relación continúe, oirá ‘cada-santo-día’ cuánto merece ser castigado por aquel tal error que ha cometido, un fatídico día en que se cansó de los desplantes del otro. Pierde todo y cualquier derecho a expresar lo que siente, especialmente si su sentimiento es contrario a lo que el listillo quiere hacer.
Bien, la verdad sea dicha: ¡todo está mal! Tanto el que se aprovecha sin piedad, responsabilizando al otro de forma sutil y extremadamente eficiente por haber llevado la relación hasta ese punto; como el que se deja acusar, aceptando las torturas y puniciones día tras día, llevando el sambenito de culpable ¡y lamentándose todo el tiempo! En resumen: ¡se han juntado el hambre con las ganas de comer, y ha resultado esta exageración y descompás!
Ahora, mientras uno golpea y el otro lleva los golpes, nos queda descubrir quién se cansará antes de ese juego. Por lo regular, lo hace quien las está llevando, obviamente. Y la situación es más o menos esta: el de buena labia las hace: miente, traiciona, aparece y desaparece cuando quiere. Hoy, está como la seda, todo amable, cariñoso, lleno de promesas y declaraciones de amor. Mañana, sin motivo que lo justifique, es grosero, frío, no acepta preguntas y se hace el ofendido ante la menor desconfianza o solicitud de explicación por parte del otro. El culpable, a su vez, termina dejándose convencer de que realmente no debería haber dicho lo que dijo, que lo ha tomado mal y que ni siquiera tiene evidencias para tanta desconfianza o para atreverse a culpar al otro de lo que quiera que fuese.
Y lo peor es cuando el listillo termina la relación justificando que ya no soporta ser el blanco de tantas acusaciones, y que él sí, tiene motivos para desconfiar del otro… al fin y al cabo, tuvo aquel día aquel desliz, que considera fatal, que jamás podrá olvidar y mucho menos perdonar. ¡Y ya tenemos armada la cama de las torturas! ¡El culpable va a sufrir desesperadamente, creyendo que si todo ha terminado de esa manera es porque él ha sido ansioso, impaciente e injusto! Se lamentará día y noche por todo cuanto dijo y, ciertamente, también pedirá perdón por lo que hizo, por lo que no hizo, y por lo que jamás ha pensado hacer. Pedirá perdón por todo, sin haber hecho – en realidad – absolutamente nada que verdaderamente justificase el comportamiento del otro y el final de la relación.
Si estás pasando por esto, si te responsabilizan constantemente por el desgaste de la relación, por el enredo retorcido que ha venido teniendo o incluso porque ha llegado al fin, pon atención: quien ama, respeta, dialoga, se interesa por los sentimientos del otro, intenta llegar a un consenso y, sobre todo, tiene un mínimo de constancia en sus actitudes. Quien ama no termina sin antes intentarlo de otro modo, ceder un poco más, ponerse en el lugar del otro. ¡Quien ama no actúa con disimulo, siempre buscando la forma de dar la vuelta a la situación y hacer que el otro se sienta mal, culpable por lo que ha dicho!
Y, siendo así, si el avispado de tu vida terminó el noviazgo o el matrimonio y ahora solo quiere quedar contigo, argumentando que no es posible volver junto a ti porque no eres digna de confianza, pero tampoco te deja en paz, especialmente cuando te atreves con otra relación o cuando amenazas nunca más quedar con él, ¡abre los ojos! Ese tunante está intentando minar tu autoestima, acabar con tus convicciones y hacerte creer que realmente no eres una persona sensata.
Recuerda que la decisión sobre lo que va a ser de tu vida es, en última instancia, siempre tuya. ¡Por tanto, sal de esa cama de torturas y ve a la lucha, en busca de tu felicidad y, sobre todo, de un amor de verdad, porque ese es más falso que un CD pirata vendido en el top-manta del mercadillo callejero! Y puedes apostarlo: ¡si es amor de verdad, si ese pillo solo se ha hecho el bobo, ciertamente revisará su comportamiento, modificará su postura y te asumirá!