Para hablar de la muerte, quiero hablar de la vida
por WebMaster em STUM WORLDAtualizado em 02/11/2014 10:57:52
por Adriana Garibaldi - [email protected]
Traducción de Teresa - [email protected]
Quiero hablar de la muerte, o mejor, de la continuidad de la vida que vence a la muerte y prosigue más allá, en un continuo despertar de experiencias renovadoras y eternas.
El Día de Difuntos es un momento propicio para la reflexión, porque de una forma o de otra todos estamos adentrándonos estos días en una energía que acaba poblando nuestro corazón de nostalgia y añoranza por aquellos que partieron.
Una fecha doblemente significativa para mí, porque un cuatro de noviembre, hace exactamente cuatro años, desencarnaba aquel que fue mi compañero durante gran parte de mi vida.
Este relato considero pueda ayudar a todos cuantos han pasado o están pasando por la experiencia de la muerte de aquellos a quienes aman.
Fueron varios y dolorosos años de lucha contra una dolencia terrible, devastadora, cruel. Los últimos días en el hospital parecían interminables y penosos.
Su médico deliberó que la única forma de acabar con aquel sufrimiento era ponerlo en coma inducido. Un recurso que, en el estado terminal en que se encontraba, era un procedimiento irreversible, a partir del cual tan sólo nos restaba esperar algunas horas o unos pocos días hasta que se produjese la desencarnación.
La espera fue tan sólo de una noche, una larga noche, en que, vencida por el cansancio, acabé adormeciendo a la vera de su lecho.
Eran las cinco de la mañana cuando fui sorprendida por una legión de médicos y enfermeras que entraron en el cuarto repentinamente. El monitor de la sala de enfermería había detectado la parada cardíaca y aquello que estaba previsto que ocurriese.
Tras registrar la hora exacta del óbito, todos se retiraron para permitir que me despidiese de él. El cuarto estaba en penumbra y me dirigí a la ventana para correr las cortinas.
El sol despuntaba en el horizonte iluminando de oro y rubí el paisaje que se avistaba desde el cuarto. Todo el recinto se inundó de un maravilloso color rojizo dorado anunciando el amanecer de un nuevo día, de una nueva jornada.
Me acerqué al lecho y mientras acariciaba su frente, murmuré:
- Mira, mi amor, qué bello amanecer, mira que luz maravillosa. Tú estás libre ahora, tu sufrimiento se ha terminado.
Una profunda tristeza se apoderó de mi corazón a pesar de saber que él estaría mejor a partir de ese momento, ya sin dolores.
Libre al fin.
Era un ciclo, una historia que se cerraba para dar inicio a otra, tanto para él como para mí.
Pero como dije al comienzo, no quiero hablar aquí de tristeza, ni tampoco de muerte, sino de la vida que prosigue, dejando mi testimonio de fe, con la esperanza de transmitir la certeza en la vida futura a todos los que están leyendo este relato.
Seis meses habían pasado desde la desencarnación y una amiga me invitó a visitar la casa de una señora que poseía un poderoso don mediúmnico. Una casa sencilla donde funcionaba un pequeño centro.
La señora me recibió cordialmente y preguntó qué necesitaba.
Tras hablar respecto de algunos problemas de orden económico que tenía para resolver, le conté que mi esposo había fallecido seis meses atrás.
- Él está de pie aquí a tu lado – dijo mientras indicaba el lugar exacto donde lo veía.
Me quedé quieta entre perpleja y recelosa, porque pese a que siempre había creído en la continuidad de la vida, suelo ser desconfiada ante revelaciones que no puedan tener una clara comprobación.
Sin embargo, lo más sorprendente sucedió a continuación.
Tras describir la apariencia de mi esposo, exactamente tal como era en la vida física, dijo dos cosas que me dejaron profundamente emocionada.
- Él está preguntando si tú sigues leyendo el libro que leías para él. Me pide que te diga que le gustaba mucho oírte leer ese libro.
Durante todo el tiempo que pasó mi marido ingresado, yo siempre trataba de leerle algunas páginas del libro de la autora norteamericana Eileen Caddy “Dios habló conmigo”.
Un libro con mensajes excelentes que le infundían mucha fuerza y esperanza en Dios.
Quería transmitirle de todas las formas posibles la esperanza en la vida y la fe en el futuro, aun sabiendo que su vida se agotaba día tras día.
- Él está enseñándome una imagen, pero no entiendo su significado – continuó ella –. La imagen de un cuadro donde está retratado un campo de rosas rojas y el sol despuntando al fondo, de color rojizo. No sé de qué se trata. ¿Tú conoces ese cuadro?
- No, no sé de ningún cuadro con ese tema – respondí.
En ese instante viene a mi mente la imagen de la ventana del hospital y del sol dorado en el horizonte. Percibí que aquello a que ella se refería no era un cuadro, sino el paisaje iluminado por el sol de aquel amanecer de noviembre, y, lo que parecía la moldura de un cuadro, era en realidad el marco de la ventana.
Sin embargo, algo aún me intrigaba, el campo de rosas rojas.
Entonces recordé otra cosa, el ramillete de rosas rojas que yo había querido dejar sobre la tumba, como representando la energía del corazón, la energía del amor.
Percibí entonces la veracidad de todo aquello, de la presencia viva de alguien que suponía haber partido, pero que en realidad seguía siendo el mismo, y decía que la vida continúa, que había registrado las palabras que murmuré a su oído, y se acordaba todavía del libro de mensajes.
La médium desencarnó algunos meses más tarde, pero su increíble don fue sobremanera elocuente y verídico.
La consciencia de nuestra eternidad y de la vida que se descortina más allá del túmulo es capaz de consolarnos y fortalecernos en los momentos del dolor y de la pérdida. Sabiendo que la vida permanece para siempre, venciendo a la muerte.
Somos viajeros del tiempo, siempre a la espera en una estación, del tren que nos conducirá a nuestro próximo destino de nuevas y múltiples experiencias, en el ir y venir de la muerte y del renacimiento, en el ir y venir de las encarnaciones.
Aquí dejo un fragmento de una canción que me encanta:
“Encuentros y despedidas” de Milton Nascimento
El tren que llega
Es el mismo tren de la partida
La hora del encuentro y también despedida
La plataforma de esa estación
Es la vida…