¿Para qué sirve el amor?
por Maria Guida em STUM WORLDAtualizado em 30/05/2007 14:58:39
Traducción de Teresa - teresa_0001@hotmail.
Vida es consciencia, en diferentes e infinitas gradaciones.
Todo ser existente es una porción individualizada de materia consciente, organizada de forma a expandirse a partir de un centro, buscando irradiar e intercambiar energías en esferas de influencia cada vez mayores.
Pero ¿de dónde proviene el poderoso impulso que hace que cada consciencia individualizada busque irradiar su propia esencia?
Del mismo punto del que todo emana. De la consciencia una que se expande a partir del centro del Universo, y en la cual toda existencia tiene su inicio, como rayos de un mismo y único sol.
Según los Maestros Ascendidos, todos los seres vivientes son Luz, destellos que se desprenden del Gran Sol Central para cumplir sus jornadas de individualización, y retornar a él, cuando finalmente hayan cumplido su misión.
En ese movimiento de individualizarse, todo ser viviente manifiesta atributos propios, creando, por decirlo así, tal como hizo el Increado Ser Supremo – por primera vez, al principio de los tiempos – su propio mundo.
Tal como el Gran Sol Central es el punto del que emana todo cuanto existe, y así como desde este punto él se expresa y comanda todo lo que sucede en el Universo, así todo ser viviente, incluyéndonos a nosotros los seres humanos, nos expresamos a partir de nuestro centro, y desde él comandamos todo lo que ocurre en nuestro mundo.
Y ese es el motivo de decir que hemos sido hechos a imagen y semejanza de Dios.
Dios es Luz, vibrando y afirmando Soy el que Soy.
Mientras emana, desde su centro hasta los confines del sí mismo, declarando que es el que es, la Luz Divina se descompone en miríadas de consciencias que pulsan en ondas, o vibraciones, cargadas con diferentes combinaciones de las divinas cualidades.
Esas consciencias pulsantes son las partículas y átomos que se combinan para formar todo lo que existe.
En ellas, las cualidades divinas están presentes y se manifiestan y son percibidas por nuestros ojos físicos como múltiples gradaciones y combinaciones de colores.
La más primitiva y simple manifestación de esta ley Universal es el fenómeno atmosférico conocido como arco-iris.
Los siete colores que vemos cuando un rayo de sol incide sobre un cristal o una cierta cantidad de agua, son la manifestación visible de las cualidades divinas existentes en aquel rayo de sol y en el agua sobre la cual ha incidido.
La primera cualidad divina es el poder de la voluntad, que vibra en azul profundo. La segunda, la búsqueda del conocimiento, en amarillo dorado. La tercera es el amor, en todas las variaciones de magenta o rosa; la cuarta, la purificación, blanca como la nieve; la quinta, el poder de precipitación, o abundancia, en todos los tonos de verde; la sexta es la devoción, en rojo-rubí, y la séptima, la transmutación, que vibra en el color violeta.
De todas esas cualidades, capacidades o vibraciones, ninguna es más importante que el amor. El amor es la más divina de todas las cualidades, ya que por ella todas las demás se tornan conscientes y manifiestas, en todo su esplendor.
Tal como el agua cualifica y encamina los colores del arco-iris, el amor cualifica y encamina las demás cualidades divinas, no sólo para que se manifiesten en la intensidad adecuada, sino también para que su acción esté integrada y de acuerdo con la de los demás seres vivientes, en perfecto equilibrio y comunión.
Voluntad y conocimiento permiten al ser consciente e individualizado afirmarse como “aquel que es”.
Purificación, devoción y transmutación garantizan su nutrición, continuidad y permanencia.
No obstante, sin el amor, ningún ser es capaz de mantenerse permanentemente vinculado a su origen cósmico.
Si prestamos bastante atención a nuestra respiración, percibiremos que entre espiración e inspiración hay una pausa.
Es en esa pausa cuando el amor entra en acción.
Mientras que en la inspiración atraemos hacia dentro de nosotros lo que necesitamos, en la espiración devolvemos al universo todo cuanto hemos tomado, transformado, o mejor, transmutado, por nuestra personal intervención.
El amor es el filtro que cualifica esa transmutación.
Si él no existe, entonces lo que hacemos es tan sólo tomar energía del universo, y corromperla, con nuestros sentimientos de separatismo y restricción.
Durante las pausas, estamos entregados a nosotros mismos, responsables por nuestra propia condición.
En las pausas es cuando decidimos a quién queremos servir.
Si permanecemos quietos durante algunos minutos, dedicados a un mediano ejercicio de sinceridad, reconociendo que somos consciencia materializada, pulsando la afirmación constante de que “Somos el que somos” y buscando irradiar esa energía para todas las demás consciencias que con nosotros comparten el Universo, experimentaremos, en el centro del pecho, a la altura del corazón, en cada pausa, una intensa, profunda emoción.
Es el chakra del corazón, expandiéndose en magnética irradiación de amor – y eligiendo, con cada inspiración y expiración, dar calidad a las cualidades recibidas para que se tornen cada vez más intensas y verdaderas, encaminándolas hacia el mantenimiento y expansión de la consciencia, no sólo nuestra, sino de todo cuanto existe.
Y aunque no sepamos exactamente por qué, nos sentiremos impelidos a colocar todo lo que hemos sido, lo que somos y lo que seremos, al servicio de la Luz, para que el plano divino se realice y para que todos los seres vivientes permanezcan expresándose indefinidamente en armonía, en todas las dimensiones y cuadrantes del Universo.
Y así es como el amor, la más divina entre las cualidades – renace en cada espiración, tornándonos cada vez más capaces de sentir y expresar que somos el que somos: señores de nuestro propio mundo y servidores de la totalidad.
Somos Todos Uno
