Paraíso ya!
por Maria Guida em STUM WORLDAtualizado em 15/03/2006 17:16:14
Traducción de Teresa - [email protected]
Todas las religiones prometen un paraíso.
Y sea cual fuere su tenor o consistencia, cualquier paraíso nos atrae y nos conforta. Simplemente porque, en el paraíso, no necesitaremos hacer nada para ser aceptados o amados, pues, finalmente, seremos para siempre aquello que el creador quiso que fuésemos desde el comienzo.
La idea del paraíso nos atrae por ser tradicionalmente el paraíso aquel lugar donde finalmente estaremos libres de las aflictivas confrontaciones inevitables en las relaciones, en las presiones, necesidades y deseos generados por el hecho de que estamos inmersos en la materia.
La idea del paraíso nos conforta porque pensamos que algún día seremos aceptados, amados y hasta recompensados por habernos convertido en lo que somos, el ser puro y perfecto que siempre hemos sido, manifestando al Dios que siempre estuvo dentro de nosotros.
Lo curioso es que raramente se nos ocurre que, desde siempre, somos amados por lo que somos, porque aquel que nos ha creado no lo hizo por ningún otro motivo, sino por amarnos incondicionalmente, y exactamente de la manera que somos, porque si así somos, es porque fue así que él nos hizo.
Bajo este aspecto el paraíso existe y está disponible, accesible desde siempre, para todos, incluso para aquellos que se juzgan impuros y pecadores. Todavía bajo ese aspecto, no es preciso morir para penetrar en él. Y mucho menos convertirse a cualquier religión.
Las puertas del paraíso están abiertas y no hay en ellas ningún ángel guardián con amenazadora espada de fuego para detenernos el paso. La condición para alcanzarlo es justamente vivir como si en él ya estuviésemos.
Si creemos, de verdad, que hemos sido creados por un ser infinitamente poderoso, que nos ama con intensidad infinita, no podemos admitir otra cosa sino que este amor divino no nos impone ninguna condición.
Reconocer el amor incondicional que él siente por nosotros, su total y completa disposición de compartir con nosotros todos los momentos, e incluso manifestarse al mundo a través de nosotros, es la puerta abierta para el paraíso, o más, es el propio paraíso en nosotros.
Vivir el paraíso aquí y ahora, como si nunca de él hubiésemos salido o sido expulsados, es algo que puede ser conseguido inmediatamente.
En un minuto estamos en el infierno, porque nos sentimos miserables, abandonados y solos, luchando arduamente por reconocimiento, felicidad, afecto. Y en el momento siguiente, cuando reconocemos que formamos parte del infinito y compasivo corazón de Dios, todo se transforma. No necesitamos luchar, no necesitamos contraponernos a nada, ni a nadie, volvemos al estado original donde somos lo que somos, exactamente como Dios nos concibió y creó.
La maravillosa sensación de aceptación y amor, nos coloca en aquello a que los cristianos llaman estado de gracia y los hinduistas denominan samadi.
Aun el más empedernido de los hombres puede llegar al paraíso, y, cuando eso sucede, ya no será capaz de cualquier acto de egoísmo o maldad.
Amados y aceptados, amamos y aceptamos al mundo entero, una vez que todo y todos en el mundo han salido de las mismas manos amorosas que nos han hecho como somos.
Cuando entramos en el estado de gracia, absolutamente ya no importa si hay una guerra inminente, si la economía del país va bien o va mal, si este o aquel gobierno saldrá bien o mal. La única certeza que tenemos, es que, estén como estuvieren, todos los seres humanos merecen nuestro amor.
Es fácil imaginar un mundo donde todos hayan conseguido acceder al paraíso dentro de sí.
Este sería un mundo sin enfrentamientos, sin chantajes, sin disputas, sin revanchas, sin agresividad o miedo. En un mundo así, no habría motivo para la propiedad, la especulación, los ejércitos y armamentos. En un mundo donde todos viviesen un paraíso personal, la naturaleza sería respetada como el más amoroso de los regalos divinos, los alimentos serían dádivas celestes, y todos los seres vivos dignos de afecto y atención.
Es fácil entender por qué la transformación interior puede ser un acto más revolucionario que la guerrilla armada, más promotor de justicia que una revolución, más apaciguador que un tratado. Es fácil vislumbrar por qué, hasta hoy, ninguna tentativa humana ha conseguido instaurar una paz duradera sobre la tierra.
Paz y armonía son aves del paraíso. Sus alas rozan la tierra durante breves momentos, pero sus nidos están en el cielo. Si queremos convivir con esos dulces pájaros, o construimos nuestras casas en las nubes, o hacemos un download del paraíso en nosotros, reconociendo que somos uno con todos y con las demás obras del creador.