¡Perdonar es Divino!
por WebMaster em STUM WORLDAtualizado em 26/08/2014 10:37:26
por Paulo Tavarez - [email protected]
Traducción de Teresa - [email protected]
¡Perdonar es divino! ¿Quién no habrá oído esa frase?
Parece increíble que el mantra del perdón se siga repitiendo como respuesta para todas las complicaciones de la relación humana. Por sentido común, ese recurso acabó transformado en solución para todo y cualquier conflicto de relación. Claro que no podemos discordar, pues el perdón debe ser ciertamente reverenciado, por ello se le trata como fórmula capaz de resolver cualquier ecuación. Aún se presenta como la principal profilaxis para los males del alma, aparte de ser extremadamente eficiente en mantener el equilibrio en este mundo conturbado que nos rodea.
Si la práctica del perdón estuviese bastante desarrollada entre los humanos, no tendríamos guerras, conflictos, muertes, miseria y todo un conjunto de problemas periféricos causados por el egoísmo. Si así fuese, viviríamos dentro de un mundo perfecto y armonioso.
No es demasiado decir que no existe solvente más poderoso que él, nada es más eficaz en la resolución de cualquier tensión, por eso el coro a su alrededor es tan efusivo.
Entre tanto, amigos míos, no podemos olvidar que el perdón es tan sólo una herramienta, evidentemente muy útil, pero aún una herramienta. En la antesala de cualquier problema, existe aquel que está problematizando: el propio ser humano. El hombre se presenta siempre como pívot de todo el desequilibrio, él es el actor que está interpretando la propia insensatez, pues es aquel que se orienta por un programa emocional destilado a lo largo de experiencias pretéritas y que obedece a la imposición de creencias y modelos estratificados en su interior.
Si necesitamos accionar esa arma divina para enfrentar las vicisitudes del día a día, hemos de considerar que mejor sería si no fuésemos tan vulnerables frente a ellas. Podríamos vivir mucho mejor si el norte de nuestra conducta fuese simplemente una condición de ecuanimidad y grandeza. Únicamente así podríamos abrir mano de la necesidad siempre tan apremiante de perdonar al agresor.
No existe agresor cuando nadie se siente agredido.
Está claro que no es nada fácil ofrecer la otra mejilla, principalmente ante nuestro nivel de identificación con esa realidad. Está demostrado que el mundo entero sucede en nuestra cabeza, es fenomenológico, por tanto la profunda identificación con aquello que nos envuelve sigue con su influencia irresistible y determina todo nuestro comportamiento.
Mientras interactuemos con los acontecimientos, nos peleemos con el mundo, mientras nos orienten los instintos y nos impulsen las emociones, estaremos sometidos al personaje que hemos creado. Seguiremos sufriendo los arañazos de ese encuentro constante entre cuerpos tan irregulares, que se disputan a sopapos el mismo espacio. Viviremos eternamente buscando notoriedad dentro de una falsa realidad.
El hombre no necesitaría perdonar a nadie si no se sintiese ofendido, si tuviese la capacidad de expandir la conciencia más allá del acontecimiento y percibir el todo, el sistema, el conjunto de factores que motivan a su agresor. Nos ofendemos porque estamos ofuscados, luchando en una batalla de Pirro, buscando tribus que se ajusten a nuestros conceptos vacíos, dando suelta a nuestros instintos gregarios básicos y alineándonos contra todo aquello que no se ajusta a nuestros mediocres paradigmas.
Ofrecer la otra mejilla sería mucho más fácil si no nos importase tanto el personaje que creamos, si tuviésemos idea de nuestra verdadera naturaleza y si el conocimiento de toda la dinámica que envuelve nuestra condición fuese manifestado.
Es de extrema relevancia considerar también, que mucho más importante que perdonar a quien quiera que fuese, es perdonarnos a nosotros mismos. Somos los mayores obstáculos para nuestro progreso, simplemente por no perdonarnos, por partir de premisas equivocadas a nuestro respecto y por grabar en nuestro programa interno (ego) directrices destructivas.
Nadie conseguirá amar al prójimo si no se ama a sí mismo, nadie será capaz de comprender al otro si no puede comprenderse, ninguna persona será capaz de aceptar a otra si no consigue siquiera al menos aceptarse. Para desarrollar nuestra capacidad de perdonar será preciso empezar por el auto-perdón.
Cuando el hombre aprenda a amarse, a respetarse y a perdonarse, todos los nudos psíquicos y emocionales serán desatados. No hay magia alguna que sea capaz de cambiar la naturaleza humana sin una acción de aquel que está sentado en el trono del propio ser (tú mismo), sin que la voluntad del Yo Mayor pueda decretar ese cambio.
Yo sé que hay discursos truculentos opuestos diametralmente a este razonamiento, pero mientras no trabajemos nuestra capacidad y comprendamos los acontecimientos dentro de un ámbito más ecológico, respetando las diferencias, siendo más tolerantes y resignados, seremos vulnerables a los instintos y arquetipos más primitivos de nuestra triste condición.
El amor aún es la respuesta para todo, no hay atajos para la plenitud que anhelamos, es preciso desarrollar la capacidad de amar; sólo así ya no será necesario hacer uso del perdón, simplemente porque ya no nos sentiremos ofendidos.