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¿Por qué prolongar la vida?

por WebMaster em STUM WORLD
Atualizado em 10/04/2013 15:57:15


por Fernando Tibiriçá - [email protected]

Traducción de Teresa - [email protected]

Desde pequeño me acostumbré con la dinámica de mis padres. Siempre en acción, con los compromisos personales y profesionales. Parecía que ellos no tenían tiempo para los hijos.

Mi padre, entretenido en asuntos forenses, negocios empresariales, aproximaciones entre diplomáticos, con excelente convivencia entre políticos, militares y empresarios, aún tenía tiempo para nadar, jugar al tenis, caminar, en fin, cuidarse. Mi madre había sido cantante de éxito en los años 30, trabajó con papá en una escribanía, tuvo actividades forenses, construía casas, atendía a la suya y cuidaba a los hijos.
Ambos leían mucho, hacían crucigramas, cantaban en reuniones, bailaban en los salones, salían para divertirse, en fin, vivían bien. Con la salud al día fueron viviendo, viendo crecer los hijos, tuvieron nietos, biznietas y envejecieron…

En los últimos 8 años empezaron a presentar un cuadro de destemplanza o chochez impacientando a los familiares, que, no estando preparados, confundían un mal que estaba en sus inicios con arbitrariedades y mala voluntad por parte suya. En realidad, ellos estaban empezando el proceso de Alzheimer. Se negaban a ser consultados por un geriatra o neurólogo. Se enfadaban con nosotros al sugerirles que algo no andaba bien.

El 11 de julio de 2011 mi padre tuvo una isquemia mientras almorzaba en el club, donde aún es el consejero de más edad. Fui a la enfermería del club y allí se me aconsejó ingresar a mi padre en un hospital. Entré en la ambulancia y nos fuimos al Sirio Libanés y allí empezó una jornada de aprendizaje para mí y para toda la familia. Entre ataques repentinos y no reconocimiento de las cosas pasaron 48 horas. Durante este período recibimos unas lecciones por parte de los médicos sobre demencia, Alzheimer, atrofia del cerebro, vejez y las nuevas responsabilidades que tendríamos.

Supimos que las personas con cierta cultura y conocimiento logran “enmascarar” la demencia, haciéndola más difícil de percibir. A diferencia de una persona sin preparación cultural. Como si no bastase esa probación, se nos aconsejó atender a nuestra madre que presentaba los síntomas de la demencia. Tras estar 45 días hospitalizado, mi padre volvió para casa y mi madre, sin que se diese cuenta, fue visitada por un médico que recomendó hacerle pruebas, habiéndose constatado el Alzheimer.

A finales de agosto de 2011, yo tenía a mis padres con demencia, acompañados por cuidadores y enfermeros, tomando medicación, llevando pañales, mi madre padeciendo neumonía, diabetes e infección de orina.
Ambos, en su casa, piden volver para casa, mi padre quiere volver a São Paulo viviendo en São Paulo, ambos quieren visitar a sus padres o dicen recibir su visita, preguntan por personas que ya no están aquí y van demostrando actitudes típicas de la enfermedad.

Al pesquisar me enteré de personas que fueron “atrapadas” por el Alzheimer a los 40 años, vigente con 60 sin la menor reacción. Apartamentos y hoteles dejaron de funcionar dentro de sus propósitos para convertirse en clínicas o residencias para ancianos/enfermos. Es el florecer de un mercado (muchos médicos son socios de estos lugares o están creando clínicas) para cuidar de dementes o personas con el cerebro dañado o atrofiado, de los medicamentos para la prolongación de este cuadro y el sufrimiento de las familias.

Lo que he podido comprobar es que los cuidados son muchos con el cuerpo, el organismo, pero nada para impedir la atrofia del cerebro. La demencia está en todas las clases sociales. La demencia está en la calle y en los locales públicos. La demencia provocada por el alcohol y las drogas es ignorada y no tratada.

Hace décadas, la muerte llegaba con respeto, a los 50, 60 y 70 años, o a través de la fatalidad de un accidente o por medio de enfermedades incurables o ataques fulminantes. Con la aparición de nuevos medicamentos y alta tecnología de equipamientos, las enfermedades se han vuelto curables y la vida se ha visto prolongada.

He pasado por experiencias dolorosas causadas por accidente automovilístico, diverticulitis y hepatitis C. En la primera, la juventud fue una ayuda. En la segunda, los buenos médicos y la tecnología funcionaron y no me quedaron secuelas. En la última, me sometí a una experiencia como cobaya y quedé curado. En todas Dios me ha ayudado. En la segunda y tercera situaciones, hace 30 o 40 años, yo hubiese muerto.

Mis padres ya pasan de los 90 años. Han aprovechado bien la vida hasta los 80 anos. Él camina hacia los 96 y ella hacia los 93. Son casi 10 años de pérdida de identidad y realidad de vivir. Y todo porque la industria de la medicina tiene como misión obtener lucros inimaginables.

Se han abierto cursos para el mejoramiento de la memoria en varias ciudades de Brasil. El coste es de 1.800 reales por algunas sesiones. En una entrevista en la televisión, una mujer de 48 años decía que había asegurado su inscripción.
El neurólogo que cuidó a mi padre comentaba que el 98% de las personas que pasan de los 88/90 años tienen Alzheimer.

Si la tan anhelada calidad de vida no puede ser disfrutada en su totalidad y los científicos nada pueden hacer por el cerebro ¿por qué prolongar una vida que ya ha sido bien vivida?

Y no he logrado la explicación convincente de cómo una persona con Alzheimer nos ve. Y cómo Dios la ve…


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