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Prosperidad y Pobreza

por Maria Guida em STUM WORLD
Atualizado em 23/08/2007 10:46:49


Traducción de Teresa - [email protected]

Si yo te dijese que San Francisco de Asís fue uno de los hombres más prósperos que el mundo ha conocido, ¿te lo creerías?

No era próspero por haber nacido hijo de un rico mercader de tejidos. Era próspero porque osó hacer, en su época, lo que muchos no hubieran sido capaces siquiera de imaginar: seguir, al pie de la letra, aquello que su Maestro predicaba.

Se le ocurrió a Francisco que, si el Creador deseaba de veras que él existiese, haría todo para mantenerlo vivo, saludable, abrigado y alimentado, por cuanto tiempo quisiese. Y que a él, Francisco, competía tan sólo vivir su vida de modo a cumplir todas las voluntades de su Divino Patrocinador.

Francisco quedó tan maravillado con esa percepción suya, que decidió ponerla a prueba, abandonando las comodidades de la casa paterna, y los lujos de una vida burguesa, la única que había conocido hasta entonces.

El día-a-día de Francisco en esa nueva etapa de su jornada no debe haber sido muy confortable. Y tampoco podía ser diferente. Que nadie imagine que los ángeles bajaban del cielo con túnicas de seda bordada y le servían banquetes.

Como un mendigo, él debe haber vagado por los alrededores de Asís, su ciudad natal, durmiendo al relente, comiendo los frutos de los árboles cercanos y aceptando lo que se le ofrecía.

¿De dónde sacó Francisco la convicción y el valor para emprender tan desconcertante jornada?

Tal vez de la simple observación de la naturaleza. Y de una más que ingenua interpretación de los evangelios.

Lo que impresiona es que le salió bien.

Los lirios del campo no hilan ni tejen. Desnudos, se cierran y se doblan para no sucumbir a la helada.

Los pájaros del cielo no siegan ni cosechan. No pierden el tiempo eligiendo manjares en un menú. Aceptan humildemente todo alimento que la naturaleza coloca en su camino.

Francisco no hizo diferente. Poniéndose en pie de igualdad con todos los seres de la naturaleza, reivindicó el derecho de ser, al igual que ellos, amparado en sus dificultades y suplido en sus necesidades.

Ese es el primer paso para obtener la prosperidad.

Teóricamente, cualquiera de nosotros puede hacer lo mismo. ¿Quién de nosotros no se juzga tan bueno como cualquier ave, o flor?

La dificultad real es que, quien – ante Dios – reivindica los derechos de un lirio o de un pájaro, debe, como cualquiera de ellos, estar dispuesto a vivir una vida sencilla.

Una vida sencilla no es una vida miserable. Es una vida desprovista de superfluos. Una vida en la que cada cosa que tenemos corresponde a una real necesidad. Una vida que no desperdicia los recursos ni los cuidados que hemos recibido de Dios.

Ese es el segundo paso para obtener prosperidad.

Observando que los pájaros juntan ramitas y con ellas hacen sus nidos, Francisco amontonó piedras y con sus propias manos construyó un pequeño abrigo. Y después, una capilla.

La utilidad del abrigo no escapa a ninguno de nosotros. Pero ¿para qué perder tiempo en la construcción de una capilla, cuando podría haber levantado otra dependencia, una estufa, o quién sabe, un segundo piso?

Al construir la capilla, Francisco no estaba rehusando lo demás. Estaba tan sólo dando prioridad a su devoción. Estaba reconociendo y retribuyendo toda la atención que venía recibiendo de Dios.

Ese es el tercer paso para obtener prosperidad.

En seguida el abrigo se hizo pequeño. Muchos eran los pobres y enfermos que él acogía. Y aún estaban los seguidores. Amigos, que, pasado el choque de haberle visto ensandecer, fueron atraídos por el tenor revolucionario e innovador de su propuesta y de sus actitudes.

Francisco recibía a todos, aceptaba lo que tenían para ofrecer, compartía con ellos todo cuanto tenía, tal como los lirios comparten el mismo campo, o las aves, volando, comparten el mismo aire.

Y ese es el cuarto paso para la prosperidad.

Todos nosotros sabemos qué pensaba San Francisco de Asís respecto de la pobreza. Para él, era tan sólo uno más de los aspectos humanos, una de las ideas que pueblan nuestro mundo. Él la llamaba hermana, al igual que hermanos eran el sol, la luna, todos los animales, piedras y plantas, y aún todos los seres humanos.

Sentirse hermano de seres animados e inanimados, todavía es comprensible, pero ¿llamar hermana a una idea, algo que no se puede tocar? ¿Y además algo que la mayoría de nosotros estima que debe ser combatido? Parece un contrasentido. Pero no lo es.

Francisco consideraba que todo en el Universo debe cooperar. Que la cooperación disuelve la oposición, el enfrentamiento, el conflicto.
Cuando sentimos que algo o alguna cosa está tan indisolublemente ligada a nosotros como un hermano, porque proviene de un mismo origen, aunque ello nos ataque o tenga potencial para destruirnos, deberá ser comprendido, aceptado, perdonado, integrado.

Francisco se rehusaba a admitir algo, alguna cosa o alguien como adversario o enemigo. Para él, todas las cosas que existían en el mundo eran colaboradores en potencia.

Ese es el quinto paso para la prosperidad.

Para un hombre que comenzó desnudo su designio, Francisco ya podría ser considerado como un vencedor. Como sabemos todos, esta historia no termina ahí.

Francisco, con su resuelto abandono, su inamovible sencillez, su ardorosa devoción, su inagotable generosidad e infinito amor por todos los seres vivientes, atrajo a seguidores aún después de muerto, dando origen a una orden religiosa que ha realizado prodigios y es conocida en el mundo entero.

A pesar de no haber sido esas sus metas, prodigios realizados y reconocimiento internacional son vehículos muy eficientes para un simple mensaje. El de que los recursos de que disponemos no son nuestros.

El de que todo cuanto ven nuestros ojos y alcanzan nuestros dedos proviene de una única fuente, la Providencia Divina, que cuida de nosotros y nos sacia, con atención y bendiciones que nunca nos habrán de faltar.

Tan sólo porque, como los lirios, compartimos el mismo campo. Y como los pájaros, cruzamos el mismo aire.

Porque somos todos uno.


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