¡Qué bellas somos, señoras!
por Adília Belotti em STUM WORLDAtualizado em 26/07/2009 12:12:01
Traducción de Teresa - [email protected]
Sé que él existe. Santiago Gamboa, escritor colombiano, es autor de varios libros, entre los que se incluyen “El Síndrome de Ulises”, traducido al portugués, y “Perder es cuestión de método”, que se ha vuelto película de Sergio Cabrera. Leí artículos suyos en el Babelia, suplemento literario del periódico español El País y sé que ha publicado un último libro, Hotel Pekín, en 2008. He visto su foto en el Website de la editora y he compartido innumerables elogios a su narrativa, ágil y cinematográfica…
Pero no sé si es suyo el texto que me llega por Outlook, “Las mujeres de mi generación”, de tanto que ha sido copiado y pegado en las pantallas de la Web. Es imposible llegar a aquella primera página, la que nos permitiría hablar con absoluta seguridad de las intenciones del autor. ¡Una pena!
Esa cuestión complicada de falta de créditos, en cambio, no invalida el que, de tantas cosas que caen en nuestro Outlook, ese artículo, hecho en un Día Internacional de la Mujer, ¡sea uno de mis favoritos! Y cada vez que lo leo, es como si me vistiese de esa mujer recontada, de contextos un poquito más hispánicos de la cuenta, pero en la cual, aún así, me reconozco… ¡y me siento, nuevamente, bella!
Por eso, ¡ahí van las buenas razones por las cuales el escritor (uno, al menos) nos encuentra tan bellas!
Es el único tema en que soy radical e intolerante, en el cual no atiendo a argumentaciones: las mujeres de mi generación son las mejores y punto.
Hoy tienen cuarenta y pocos, incluso cincuenta, y son bellas, muy bellas, pero además serenas, comprensivas, sensatas y sobre todo, diabólicamente seductoras, y ello pese a sus incipientes patas de gallo o a esa afectuosa celulitis que capitanea sus muslos, pero que las hacen tan humanas, tan reales. Hermosamente reales.
Casi todas, hoy, están casadas o divorciadas, o divorciadas y vueltas a casar, con la intención de no equivocarse en el segundo intento, que a veces es un modo de acercarse al tercero y al cuarto. ¿Qué importa?
Otras, aunque pocas, mantienen un pertinaz celibato y lo protegen como a una fortaleza sitiada que, de cualquier modo, de vez en cuando abre sus puertas a algún visitante.
¡Qué bellas son, por Dios, las mujeres de mi generación! Nacidas bajo la era de Acuario, con la influencia de la música de los Beatles, de Bob Dylan, de Lou Reed, del mejor cine de Kubrick y del comienzo del ‘boom’ latinoamericano, son seres excepcionales. Herederas de la revolución sexual de la década de los 60 y de las corrientes feministas, que pese a haber pasado por varios filtros, han sabido combinar libertad con coquetería, emancipación con pasión, reivindicación con seducción.
Jamás han visto en el hombre a un enemigo, a pesar de haberle cantado unas cuantas verdades, pues han comprendido que emanciparse era algo más que poner al hombre a fregar el cuarto de baño o a cambiar el rollo de papel higiénico cuando éste trágicamente se acaba, y han decidido pactar para vivir en pareja, esa forma de convivencia que tanto se critica, pero que con el tiempo resulta ser la única posible, o la mejor, por lo menos en este mundo y en esta vida.
Son maravillosas y tienen estilo, incluso cuando nos hacen sufrir, cuando nos engañan o nos dejan.
Llevaron faldas hindúes a los 18 años, se adornaron con collares andinos, se cubrieron con jerséis de lana y perdieron su semejanza con María, la Virgen, en una noche loca de viernes o de sábado, después de bailar “El ratón” de Cheo Feliciano, en el Teja Corrida o en el Quebracanto, con algún amigo que les hablaba de Kafka, de Gurdjieff y del cine de Bergman.
En el fondo de sus mochilas había envoltorios de Pielroja, libros de Simone de Beauvoir y cintas de Víctor Jara; y al dejarnos, cuando no había más remedio que dejarnos, nos dedicaban aquella canción de Héctor Lavoe, que es al mismo tiempo un clásico del periodismo y del despecho, llamada “Tu amor es un periódico de ayer”.
Han hablado con pasión de política y han querido cambiar el mundo, bebieron ron cubano y aprendieron de memoria canciones de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, conocieron los sitios arqueológicos, fueron con sus novios a las playas, durmiendo en tiendas de campaña y dejándose picar por los mosquitos, porque les chiflaba la libertad y, sobre todo, han jurado amarnos toda la vida, algo que sin duda han hecho y siguen haciendo hoy en su hermosa y seductora madurez.
Han sabido ser, pese a su belleza, reinas bien educadas, poco caprichosas o egoístas. Diosas con sangre humana.
El tipo de mujer que, cuando le abren la puerta del coche para que suba, se inclina sobre el asiento y, a su vez, abre la de su acompañante por dentro.
La que recibe a un amigo que sufre a las cuatro de la mañana, aunque sea su ex pareja, porque son maravillosas y tienen estilo, aún cuando nos hacen sufrir, cuando nos engañan o nos dejan, pues su sangre no es tan suficientemente helada como para no escucharnos en esa salvadora y última noche, en la cual están dispuestas a servirnos el octavo güisqui y a poner, por sexta vez, aquella melodía de Santana.
Por eso, para las que nacimos entre las décadas de los 40 y los 60, el día de la mujer es, verdaderamente, todos los días del año, cada uno de los días con sus noches y sus amaneceres, que son más bellos, como dice el bolero, cuando estás tú.
¡Qué bellas son, por Dios, las mujeres de mi generación!
La traducción está atribuida al periodista Luiz Augusto Michelazzo. ¿Quién puede comprobarlo? Hay un archivo en pdf con lo que parece ser el texto original de ‘Las mujeres de mi generación’, archivado por el Ceme, un centro de documentación chileno, bajo la rúbrica ‘movimientos femeninos’. Vete a saber…