¿Quieres ayudar a alguien hoy?
por WebMaster em STUM WORLDAtualizado em 28/04/2015 07:14:45
por Nathalie Favaron - [email protected]
Traducción de Teresa - [email protected]
Hoy quiero hablar de un asunto muy delicado.
El deseo de ayudar.
Fuimos criados creyendo que lo que está bien es siempre ayudar al otro.
Si es alguien cercano, entonces, es casi una obligación.
No obstante, cuando lo hacemos debemos preguntarnos ¿por quién estamos haciéndolo?
¿Cuál es tu ganancia?
¿Tu ayuda es sobre ti o sobre el otro?
¿Te parece que tú sabes lo que es mejor para la otra persona? Si quizá él o ella hiciese lo que tú estás seguro de que es lo bueno, ¿todo podría cambiar?
Cuando nos colocamos en esa posición para ante alguien, estamos en desigualdad. Aquel que sabe versus el que no sabe. Y sin que tengamos que decir nada nos posicionamos por encima del otro. Y en esta posición es más difícil que alguien acepte recibir ayuda.
Lo explico un poco más.
Tú ves a alguien de tu familia sufriendo para lidiar con una cuestión emocional.
Es súper adecuado ofrecer opciones, caminos, diferentes recursos, e incluso dar tu opinión.
Si sabemos y ya hemos probado algo que ha funcionado en una situación semejante, es de muy buen tono compartir alternativas.
Pero si asumes la dirección o el control para resolver la cuestión esto no ayuda al otro. Sólo le quita su fuerza.
Y lo peor es que te enreda en cuestiones que en principio no eran tuyas.
Y más todavía, impide que las enseñanzas asociadas a aquel tema sean aprendidas por quien aceptó vivenciarlas.
O sea, no sólo no ayudas sino que te enredas todo.
Y sin embargo esto lo hacemos sin cargo de conciencia. Por nosotros. Auto-centrados en la incapacidad de soportar el crecimiento ajeno.
Considerando que por ayudar al brote a romper el cascarón de la semilla lo dejaremos más libre.
Pero la verdad que actúa por detrás de esos movimientos es, ciertamente, bastante pesada.
Todos quedan débiles y frágiles.
Nos sentimos poco respetados por no haber sido escuchados, mientras que el otro se aleja en busca de espacio.
¿Cuál es la salida, entonces?
Aceptar. Decir sí. Permitir.
Dejar que el otro pueda elegir y enfrentar las consecuencias.
Y aún así mantenernos amorosos, abiertos y acogedores.
No me refiero aquí a niños y adolescentes, ya que éstos sí necesitan que sus padres los orienten y tomen las mejores decisiones hasta que sean maduros para decidir por sí mismos.
Entre tanto, cuando nos vemos ante otro adulto, que podamos mirar al frente y saber respetar el compás de la evolución del alma que tenemos delante.
Compasivamente.
Pacientemente.
Con amor.
Permitiendo que ese movimiento hacia la evolución pueda producirse naturalmente.
Y ¿cómo podemos ayudar?
Podemos ser el faro que ilumina el camino.
La luz que brilla donde la oscuridad impera.
Y confiar en que el alma siempre se moverá en la dirección acertada, para su mejor evolución.
Y así quedan todos fuertes y verdaderamente libres.
