¡Recuerdos de un sexagenario!
por WebMaster em STUM WORLDAtualizado em 16/05/2016 09:51:59
Autor Paulo Salvio Antolini - [email protected]
Traducción de Teresa - [email protected]
Ya soy sexagenario y ello desde hace algunos años. Cuando era niño, todavía sin el confort de las modernidades, hacía mis propios juguetes. Construía ciudades con trozos de ladrillos y barro. Los patios eran de pura tierra, tenían canteros e incluso árboles frutales. Cuando mi madre me llamaba para el baño, éste empezaba aún en el patio, con la manguera. Era necesario sacar toda la lama que había en mí y en las ropas. Echaba agua en toda la ropa que yo llevaba y después yo la quitaba, entonces ella continuaba retirando placas de lama de mi cuerpo. Incluso ese inicio de baño era una diversión. Me acuerdo hasta hoy de mis risas al recibir aquel chorro de agua fría. Risas seguidas y sabrosas. Recuerdo también la mirada amorosa de mi madre, que al verme mirando para ella intentaba cambiarla para una expresión de severidad. Nunca lo lograba. Acababa por reírse también.
Sólo entonces estaba liberado para la ducha, agradable baño de agua caliente onde la única queja era cuando ella se empeñaba en restregarme. La esponja vegetal escocía. Pero nada quitaba el placer y la alegría de aquellos momentos.
Recuerdo una escopeta que hice. Tenía incluso aquel lugar para encajar la bala, como un rifle de verdad. Yo tenía entre seis y siete años, podía jugar con algunas herramientas de mi padre, y otras las tomaba sin su autorización, lo cual me valió varias reprimendas. Empuñando esa escopeta y montado en mi lindo y fogoso caballo, que para evitar posibles envidias de algún coleguilla siempre se presentaba disfrazado de palo de escoba, hice largos viajes y grandes cacerías por los prados de la imaginación.
El tiempo fue pasando. La vida fue mejorando. Nuestra casa ya tenía incluso timbre. Cada vez más las innovaciones fueron sustituyendo el arte del hacer. Se gira el botón y el fuego se enciende. Adiós, cerillas. Basta energía eléctrica y fogón actualizado. Algunos ya ni siquiera necesitan gas. Diccionario ¿para qué? Pregunta al Google y él te dará decenas de fuentes. En él encontrarás informaciones actualísimas, desde las imaginarias hasta la reales. Pero ¿qué más da? En los días de hoy a muchos les basta una respuesta. Si es o no verdadera, poco importa. ¿Cuentas “de cabeza”? Estás loco. Qué cosa más anticuada. Ponlo en la planilla y recoge los resultados. ¿Citar a la persona para hablar? Qué pérdida de tiempo. Déjale un mensaje en el contestador o pásale un WhatsApp. El mundo ha cambiado y yo he ido cambiando también. Encantado y embebecido con nuestros adelantos. Hemos incluso ganado vida extra, se llama longevidad.
Hace algunos años llegué a la oficina y en el interfono había un cartel: “Averiado”. Yo veía a mis compañeros a través de la ventana de la oficina. Ventana imponente para aquella época. Casa que llamaba la atención. Ellos estaban sentados en torno a la mesa de reuniones que había allí y nuestro director, de pie, gesticulaba moviendo la pluma como una batuta, tal como un maestro frente a su orquesta. Hice señas, di saltos, en fin, casi “hice el mono” para llamar la atención de los referidos. Y nada. Estaban absortos en el ritmo del “maestro”.
En determinado momento, el guarda de seguridad de la empresa llegó para el turno de noche y al verme me saludó efusivamente y tras hablarme de la saudade por el tiempo pasado sin vernos, remató: “Ve, Doctor. El interfono está averiado de nuevo”. Y sin más, se puso a batir palmas. ¡Y el portón se abrió! ¡Modernidad! Tuve que preguntarme dónde había ido a parar la simplicidad en mí. Recordé la frase atribuida a Albert Einstein: “¡Necesitamos ser lo más simples posible, pero no más simples que eso!”. ¡Cuidado, modernidad no es sinónimo de simplismo! ¡Lo simple nunca perdió su eficacia!