Reflexionar sobre la propia muerte
por Bel Cesar em STUM WORLDAtualizado em 10/11/2007 12:46:11
Traducción de Teresa - [email protected]
Hace mil años, la Iglesia Católica instituyó oficialmente el Día de los Fieles Difuntos: un día para celebrar la vida eterna de los que ya han fallecido. El Día de Todos los Muertos celebra a todos los que han muerto y no son recordados en oración. De una manera u otra, rezar por aquellos que ya se han ido nos lleva también a tomar conciencia sobre nuestra propia mortalidad. Al fin y al cabo, ellos nos enseñan que la muerte existe de hecho. Sin embargo, en nuestra cultura raramente encaramos a la muerte de frente.
En general, evitamos tener contacto con los sentimientos que surgen cuando nos confrontamos con ella: “No, hoy no...” es lo que solemos decir ante la idea de morir. Por ello, no es de admirar que la mayoría de nosotros no haya visto un cadáver y mucho menos haya tenido la oportunidad de presenciar el momento de la muerte de un ser querido.
En nuestra cultura, la muerte nos impresiona, es considerada como algo que nos hace daño. Hay quien prefiere ni siquiera ver una persona fallecida: “Quiero recordarla con vida”, se suele decir. Estos son nuestras costumbres, somos así: se nos ha criado distanciados de las cuestiones que envuelven tanto el proceso de morir/muerte como el post-mortem.
¡La realidad es que nos hemos familiarizado con lo desconocido! Sin embargo para los practicantes budistas orientales, el acto de pensar en la propia muerte está visto como algo natural. Al fin y al cabo, entre ellos la muerte no se considera un punto final o un acontecimiento aislado, sino un cambio más en un interminable ciclo de cambios.
Esa noción cíclica de la muerte forma parte, desde hace milenios, de sus hábitos culturales. Para ellos, velar un cuerpo muerto no es un asunto extraño. Cuando la realidad de la muerte se hace inminente, la mayoría de nosotros siente falta de preparación y fragilidad. Por esta y por otras razones, desde hace años, durante los festivos de Difuntos llevo a cabo un taller de trabajo para pensar sobre la muerte.
El testimonio de aquellos que han participado de los cursos anteriores me incentiva a repetir esta rara experiencia de hablar con honradez y apertura acerca de nuestra propia muerte. Ellos comentan lo importante que ha sido haberse detenido al menos una vez para pensar sobre este delicado asunto, cuando han tenido al fin que enfrentarse a él de alguna manera. Al fin y al cabo, cuanto menos hacemos algo, más raro y precioso se vuelve. Este año reflexionaremos acerca de la muerte el día 3 de noviembre en el Sitio Vida de Clara Luz. Compartir sin recelos nuestros miedos y deseos frente a la muerte es por sí mismo un acto curador.
La manera en como encaramos nuestra muerte revela sutilezas de nuestra esencia: valores y significados de nuestra vida. Reflexionar con sinceridad acerca de la muerte intensifica el propósito de la vida, porque nos lleva a establecer nuestras prioridades con más claridad. Esta reflexión no puede ser tan sólo intelectual, sino que ha de ser movida por los sentimientos que surgen a partir de nuestro corazón.
Hablar y pensar con sentimiento es en sí mismo un acto transformador. Al fin y al cabo, para encontrar seguridad emocional frente a las cuestiones de la muerte, no basta comprenderla intelectualmente. Es preciso aceptarla emocionalmente. Para ello necesitamos aprender a comunicar nuestros miedos e inseguridades.
He aprendido que cuando somos verdaderamente sinceros ante este tema tan delicado, aumentamos las posibilidades de ser vistos, escuchados y aceptados simplemente por ser quienes somos, lo cual nos ayuda mucho a adquirir una nueva apertura, levedad y coraje frente a los desafíos que la muerte supone para nosotros.
El budismo tibetano es una filosofía que nos inspira a encarar de frente los acontecimientos de la vida con el propósito de cultivar el desarrollo interior. La vida es algo no permanente: no podemos controlar las modificaciones que llegan hasta nosotros, pero podemos elegir la manera de lidiar con ellas. Sus enseñanzas nos estimulan a responsabilizarnos, tanto por el rumbo de nuestra vida como de nuestra muerte. No obstante, no es preciso hacerse budista para practicar su filosofía. Al fin y al cabo, el dolor de la separación es universal: está más allá de dogmas e ideas preconcebidas, y compartirla nos vuelve más relajados y amorosos.