Soledad: Cuando llega, ¿qué hacer?
por WebMaster em STUM WORLDAtualizado em 23/01/2010 10:30:41
por Irineu Deliberalli - [email protected]
Traducción de Teresa - [email protected]
En 20 años dedicados al trabajo de Psicólogo Clínico, uno de los hechos más comunes es encontrar personas que se esconden de sí mismas, y, en llanto convulsivo y desesperado, asumen con gran emoción “que ya no soportan más el estar solos”. La queja es: “No sé lidiar con la soledad; ella me hace daño; soy muy triste, porque soy solitaria; ¿por qué Dios hace esto conmigo y no me manda a alguien para compartir la vida? ¿Qué hay de equivocado en mí, que no encuentro compañía? Hace tiempo que ando en busca de alguien íntegro, de carácter, honesto y verdadero y mira qué es lo que me surge... ¡el uno peor que el otro!, protestan los solitarios.
Algunos mezclan las quejas con profundas rebeliones e incluso actitudes agresivas para con la vida o incluso la Creación. El dolor de cada uno es muy grande. El sentimiento de inadecuación, baja estima y desesperación acompaña a la soledad, y se desborda en forma de actitudes, palabras, posturas y quejumbres.
Noto que, paralelamente, otras personas nunca se sienten solas. Están siempre acompañadas; tienen gran poder de atracción; acaban una relación, y, como máximo en una semana están con otra persona, aunque no sea más que sexualmente, pero solos, ¡nunca!!! Los discursos son: “Ah no, solo sí que no me quedo”; ‘no me quedo llorando por las esquinas como mis amigas, uno se ha ido, otro ocupa su sitio; hombres y mujeres es lo que sobra por ahí, ¿y yo iba a quedarme sola/o?; “no voy a pasar un fin de semana solo, sin un rico cuerpo que me abrigue; yo no vivo sin sexo”. Dos maneras diferentes de manifestar lo mismo: ¡SOLEDAD!
El segundo tipo de persona normalmente no soporta su soledad y entiende que el otro va a resolver su problema, va a restañar la sangre de su herida, y cuando alguien sale de su vida, su resaca afectiva puede persistir entre 24 y 72 horas, durante las cuales llora, patalea, insulta, etc., después es como si se diese un baño, se pusiese ropa limpia, y está listo para envolverse nuevamente, a fin de no tener oportunidad de entrar en contacto con su soledad. Solo cuando entro en contacto con el dolor que me trae la soledad, es cuando puedo curarla.
Ciertamente todos nosotros, en algún momento de nuestra vida, ya nos hemos sentido solitarios, con esa sensación de falta, y es probable que hayamos llorado echando de menos a alguien o a un amor que se ha ido; esto es normal, somos humanos, pero en este momento me refiero a “los solitarios de carrera” que pasan parte de su vida en amarguras, sufrimientos, tristezas, melancolías y profundos dolores emocionales. Han elegido la soledad como justificación de que su vida no se mueva o de no establecer vínculo con otras personas, permanecen presos a determinados archivos emocionales, y tienen en esta vida una estupenda oportunidad de cura si así lo desean.
De hecho, los seres humanos no han nacido para vivir solos. Somos seres gregarios, necesitamos la compañía, el cariño, la protección, la amistad, el compartir. Es en el intercambio, dentro de las relaciones o papeles que representamos, donde desarrollamos capacitación para interactuar con cada una de ellas, pues en la vida humana lo que nos distingue de nuestros hermanos los animales, son los procesos de aprendizaje establecidos en la relación con el semejante.
La Ley Universal ha establecido que necesitamos del otro como espejo para desarrollar algunas competencias básicas, entonces es natural que la falta de relaciones provoque estados emocionales, como hemos dicho.
Tengo plena convicción de que el universo quiere y nos da lo mejor. Él promueve las oportunidades para que yo llegue a una comprensión mayor y pueda encontrar la felicidad. No me ha creado para ser infeliz. Ser o estar infeliz es simplemente no haber comprendido los motivos que la vida dispone para que yo encuentre mi propio camino. Es además estar preso a determinados archivos, que utilicé en algún momento anterior para elegir mis opciones, y estas elecciones reverberan todavía en mi momento presente. Si han sido buenas, tengo una vida interior de calidad, si no han sido adecuadas, tengo una vida interior con dolores, confusiones e incluso sufrimiento, que he de aprender a curar o a liberarme de él.
Así, todos los solitarios que sufren por ese motivo, están cometiendo una enorme equivocación: “no observar su relación consigo mismo”. Están buscando fuera aquello que deberían buscar dentro. La experiencia humana nos da oportunidad, a través del apoyo del otro, para reconocerme, aprender a permanecer conmigo, acogerme, aceptarme, amarme, disfrutarme y tener una calidad de vida interior más saludable para relacionarme después de haber superado las necesidades primitivas de mi nacimiento y desarrollo, cuando sea un adulto que logra asumir su vida y su andadura.
Todos cuantos sufren por la soledad no han comprendido lo que la vida desea enseñarles: que aprendan a amarse, a nutrirse, y a apreciar su propia compañía. Nadie está ni estará solo, si está consigo mismo. La soledad no es más que sentir la falta de mí mismo. Quien asume estar consigo, puede incluso echar de menos a otra persona, pero alcanza calidad de vida a medida que se acepta, para después entrar en una relación afectiva listo para intercambiar.
Quien protesta por la soledad, puede estar seguro de que es el universo conspirando a su favor, dándole la ocasión de aprender a reconocerse, pues están acostumbradas a buscar fuera o en el otro la cobertura de sus necesidades; y tienen que comprender que pueden ser felices, en el momento en que se vuelvan hacia sí, y encuentren en el corazón la presencia de lo Sagrado.
Solitarios de turno, permitidme una indicación amorosa: La soledad no existe, ella es el abandono que practico conmigo mismo. Yo tengo en mí la dosis de amor correcta de todo aquello que necesito y si me doy este amor, si comprendo que yo soy quien cura mis relaciones y no la presencia del otro, del cual todavía me mantengo dependiente, en poco tiempo podré estar íntegro para vivir una placentera relación de amor con mi prójimo.