UN CORAZÓN QUE OYE
por WebMaster em STUM WORLDAtualizado em 04/04/2010 09:39:54
por El Morya Luz da Consciência - [email protected]
Traducción de Teresa - [email protected]
¿Has pensado que solo por el simple hecho de oír a alguien, podemos ayudarlo a curarse? Oír, es uno de nuestros cinco sentidos, ¡SIMPLEMENTE OÍR! Colocarse a disposición del otro para escucharlo. Nos quedamos con situaciones o personas atragantadas en la garganta, oprimiendo y dificultando el fluir de la creatividad expresiva. O, cuando tragamos, baja raspando, y cae como una bomba en el estómago, causando ulceraciones inclusive físicas. Cuando podemos expresar, nos quedamos más leves, y aptos para enfrentar todos los obstáculos. Al rehusar oír al otro, creamos división, separación, y permanecemos en la dualidad, causando más dolor y sufrimiento. El arte de saber oír fue puesta de relieve en la historia del Rey Salomón.
La versión más conocida es que el joven Salomón pidió sabiduría a Dios y, por eso, adquirió fama universal en función de la gran virtud que le fue concedida. Sin embargo, los hechos no fueron exactamente esos. Salomón, en verdad, no pidió sabiduría. La palabra comprensivo, en hebraico, es “shama”, que significa oír, escuchar, obedecer. Shama no es sabiduría. “Salomón, implorando la protección divina, cuando tomó posesión siendo todavía un muchacho dijo: “Aún soy un niño y tengo que gobernar a un pueblo numeroso”, y recurrió al Señor para que lo orientase. Fue escuchado: “Ya que no has pedido grandezas, ni la muerte de tus enemigos, tendrás un corazón tan sabio que antes de ti, ni después de ti, nadie te igualará. Y tendrás riqueza y gloria como ningún otro rey ha tenido ni tendrá”. Y lo que Salomón pidió fue: ¡Un corazón que oye!
Es una característica rara hoy en día, entender lo que otros dicen y saber oír. Oír algo tal como se dice es la cosa más difícil, pues, la mayoría escucha lo que quiere y cuando quiere, no lo que el otro está intentando decir. Quién no tiene en la familia a alguien con una deficiencia auditiva, y sin embargo, cuando conversamos cerca de él(ella) de repente esa persona contesta, y nos admiramos: vaya... ¡pensaba que no oía!
Usamos nuestras vivencias, patrones y creencias como radares en la mente e interpretamos lo que el otro habla de acuerdo con ellos y ni siquiera percibimos las reacciones emocionales de aquel que está expresándose, lo cual podría marcar toda la diferencia en la comprensión de su comunicación. A veces el sufrimiento es tan grande que la persona dice una cosa y sus expresiones corporales indican otra. El simple hecho de lograr oír al otro, podría cambiar el destino muchas veces trazado por nuestra insana rigidez. Aprenderíamos con sus experiencias sin tener que pasar por ellas y quedaríamos colmados de generosidad, compasión, y gratitud por la oportunidad creada. Y, ¿cuánto sufrimiento podría ser evitado en nuestra propia vida, si diésemos esa oportunidad al prójimo y a nosotros mismos?
En las situaciones difíciles nos sentimos sin rumbo, sin salida, y con dificultad para comprender qué es lo que está creando el caos. Dentro de una situación caótica no es signo de debilidad el sentir miedo, inseguridad, desamparo, y, si podemos expresar todo el dolor, reconoceremos estos sentimientos, creando una oportunidad para transformarlos. Son momentos en que necesitamos del apoyo de aquellos que están con nosotros en el camino de la vida, y la mejor manera de hacer esto en el proceso de cura es ser un buen oyente.
¡Saber oír es una dádiva divina! La divinidad no desaprueba. No es intelectualmente orgullosa. Tiene la paciencia necesaria con aquel que está intentando expresarse, y que muchas veces no sabe hacerlo, porque no ha aprendido, no tuvo posibilidad. Pero para ello tenemos que ser humildes y ejercer el arte de la sensibilidad, de la captación correcta de aquello que el otro nos está diciendo, ¡comprendiendo que él se basa en la experiencia de vida que ha tenido! Y hay que tener mucha tolerancia, humildad y equilibrio emocional para entrar en la energía del otro, manteniendo nuestras fronteras psíquicas. Oír es la dádiva divina que nos permite manifestar amor, respeto, ternura, dedicación, afecto y amistad. Pero ¡sin la humildad juzgamos! Y todos quieren ser oídos y tienen derecho a expresarse. Solo pierde ese derecho aquel que lo hace para agredir, para lastimar, para herir, sin un propósito de auxilio, sino considerando que “él es de esa manera” y los demás se tienen que aguantar.
“En la Jerarquía de la Luz, el Maestro Confucio dice: Amigos míos, seguidamente os advertimos: debéis ser dioses en actividad – hombres puros con todas las fuerzas latentes... Aquí en vuestra vestimenta física podéis ser perfectos. Los pasos que os separan de esa meta son fáciles de superar si diéreis vuestras manos a las Manos de vuestros Amigos de la Luz. Todo vuestro conocimiento es suficiente para que alcancéis esa meta. El Plan Divino en vuestro corazón puede concretizarse. La Fuerza para ello está a vuestra disposición... El punto culminante en el Templo de la Precipitación es saber escuchar. Estáis disciplinados para mantener silencio, concentrándoos en Vuestro Plan Divino y para oír aquello que es necesario escuchar. Aquí, en los mundos internos, en la frecuencia de vibración más acelerada, esto es posible. Llevad tal ejercicio a la vida cotidiana...”
El arte de saber oír es el camino para el entendimiento, para el amor e inclusive para la tan anhelada prosperidad que todos quieren y necesitan. Sin embargo, ella depende de que nos paremos para oír al otro, y, ¿por qué? ¡Porque quien no oye a su semejante no oye tampoco a Dios! El Padre nunca se manifiesta de manera directa, pues quiere que aprendamos a reflexionar y a tomar decisiones solos, a fin de que asumamos la responsabilidad; entonces, la vida, Dios en acción, manda sus recados a través del otro, muchas veces un niño nos dice aquello que tenemos necesidad de oír. Por eso, perdemos enormes oportunidades no oyendo. Cuando no serenamos la mente para oír dejamos también a la intuición pasar desapercibida y, de esa manera, no entendemos los mensajes divinos. Ciertamente, quien no sabe oír pierde muchas oportunidades de crecer y evolucionar.
¡Llena tu corazón de luz, de amor y paciencia y conquista la dádiva de ser un corazón que oye, pues él estará muy cerca de Dios!
Vera Godoy