Una visión pacífica de la muerte
por Bel Cesar em STUM WORLDAtualizado em 04/02/2006 08:59:32
Traducido por Melissa Park - [email protected]
El último de los 12 Hilos de Inter-dependencia nos habla sobre la muerte. “Último” aquí no quiere decir que no hay nada más después de él, por el contrario. En una visión cíclica y holística, el último es el primero de una nueva serie...
En su última visita al Brasil, Lama Gangchen Rinpoche nos dijo: “Si usásemos la palabra renacimiento en lugar de muerte, gran parte de nuestros problemas en relación al proceso de morir ya estarían resueltos. No diríamos fulano murió hoy, si no fulano acaba de renacer...”
Transcribo un trecho de la introducción de mi libro Morir no se Improvisa (Editora Gaia):
“El budismo nos incentiva a superar cualquier preconcepto de pensar o hablar sobre la muerte.
Mientras no tengamos alguna experiencia directa con la muerte, nuestra idea al respecto será apenas intelectual, limitada por nuestra propia falta de experiencia. Podemos conocer la muerte de un punto de vista cultural, religioso, científico o histórico. Pero continuamos sin saber que más nos espera: cuando y como nuestra muerte ocurrirá. Cuando ese momento se aproxima es que nos damos cuenta de que deberíamos saber mucho más sobre ella. Al ser tocados por la idea de nuestra propia muerte como una realidad cierta, podemos suavizar ese impacto preparándonos desde ya para ese momento.
La muerte es un concepto que adquirimos de acuerdo con nuestra personalidad, ambiente social, cultural, religioso y educación familiar. Nuestra visión de la muerte está contaminada. Entonces, tenemos que reverla. Si nos concentramos en ella podremos percibir que muchas de nuestras ideas archivadas son contradictorias.
Si cerramos los ojos y repetimos la palabra “muerte” innumerables veces constataremos que, cada vez que decimos esa palabra surgirán pensamientos, imágenes y sentimientos diferentes. Y la mayoría de las veces ellas son antagónicas. Si continuamos esa experiencia de sumergirnos hasta donde lleva la palabra “muerte”, notaremos que algo en nuestro interior cambia positivamente. La experiencia directa es un antídoto potente para superar nuestras resistencias. Podemos trabajar con nuestros preconceptos; no estamos destinados a quedarnos presos a ellos.
El budismo explica la muerte como la separación de la mente y del cuerpo, después que el cuerpo se desintegra y la conciencia continúa para otra vida. La muerte no es, por lo tanto, una cesación, y sí, una transición, una transformación. Muchas veces preferimos decir “El momento de su pasaje”, en vez de hablar “el momento de su muerte”. Creo que esa delicadeza con la palabra “muerte” sea un mecanismo de defensa. Es una manera de no lidiar con el peso de la idea de muerte que traemos en nosotros. Pero el término “pasaje” es mucho más adecuado a esa idea de transición.
La seguridad de una continuidad después de la muerte nos ayuda a lidiar con el nihilismo de nuestra cultura materialista, donde lo abstracto y lo invisible no son reconocidos como verdaderos y posibles. En tanto, no debemos caer en el extremo de querer dejar a la muerte “suave” demás, buscando una visión poética en la cual también estaremos escondiendo nuestro miedo a encararla.
En mi experiencia clínica observé que la manera como una persona vivencia la perdida de uno de los padres o de alguien significativo, tiene una influencia enorme en la manera como ella da continuidad a su vida después de haberse enfrentado a la muerte de alguien. La mayoría de las veces, si ella presenció una muerte tranquila, su vida pasa a tomar un rumbo significativamente positivo: consigue definirse mejor profesionalmente, afectivamente y espiritualmente.
Acompañé pacientes que sólo encontraron un propósito claro de vida después de haber vivenciado la muerte de sus padres de manera positiva: se casaron, tuvieron hijos, buscaron una profesión más próxima a su naturaleza. Aún aquellos que vieron a los padres morir con mucho sufrimiento, pero que pudieron dar un significado positivo a esa experiencia, fueron después capaces de dar origen a una nueva fuerza que generalmente ayuda a transformar su vida.
Mientras que, la mayoría de nosotros trae consigo el testimonio de una muerte intranquila. Esa situación acostumbra generar, para aquellos que quedan, innumerables tareas inconclusas: lo que dejaron de escuchar y de decir a la persona que se fue, proyectos suspendidos frustrados, el apoyo que no fueron capaces de dar, la experiencia de impotencia frente al sufrimiento. La soledad de quien está muriendo y la falta de habilidad de aquellos que están a su alrededor para ayudar a los que enfrentan la muerte evidencian fallas profundas en nuestro sistema médico-hospitalario, cuya visión de nuestras necesidades humanas precisa ser urgentemente revista.
La vida puede parar y perder su sentido para aquellos que no elaboraron el dolor vivido al asistir una muerte. La ausencia de rituales de pasaje en nuestra cultura occidental aumenta la alienación de aquellos que sufren, tanto aquellos que enfrentan la muerte como los que están al lado de ellos. Esos rituales ayudan a aquellos que están muriendo a comprender que están frente a una “nueva oportunidad” y auxilia a aquellos que quedan a ver la vida de una nueva manera, sin la presencia de aquellos que se fueron.
Al disimular la muerte dejamos de elaborar la realidad de nuestra mortalidad. La muerte nos aterroriza. Como consecuencia, nos tornamos cada vez más violentos y auto-destructivos. Si nuestra sociedad integrase la muerte como una realidad posible de ser vivida positivamente habría menos recelo frente a ella. Sólo cuando nos abrimos para una idea pacífica de la muerte, nuestros sentimientos reprimidos son liberados. Gracias a una nueva postura de aceptación y refugio, podremos superar los tabúes que nos impiden vivir pacíficamente situaciones que envuelven la muerte”.