Vivir la vida sin miedos, sin crisis de pánico, ¿es posible?
por Silvia Malamud em STUM WORLDAtualizado em 10/10/2013 10:11:43
Traducción de Teresa - [email protected]
Innumerables veces, a lo largo de nuestras vidas, pasamos por situaciones disparadoras de miedos irracionales y otras veces, cuando deberíamos tener mucho miedo, actuamos de modo totalmente diferente de lo esperado…
¿Te ha pasado alguna vez en tu vida verte asolado por un miedo irracional, aquel que hace congelar y literalmente temblar las bases? Peor aún, ¿pasaste por alguna situación en ese orden de pavor, que incluso pueda asociarse al síndrome del pánico? Si la respuesta fue sí, ¿te has parado un momento a reflexionar qué pudo ser, además del hecho en sí, lo que ha causado esta tremenda y avasalladora reacción emocional? O sea, ¿qué circunstancias externas pueden asociarse a acontecimientos reales que dan lugar a estados inexorables de miedo que llegan incluso a paralizar? ¿Qué se podría hacer para salir de ese estado? Ejemplo ilustrativo:
María acudió a mi consulta por creer que podría estar empezando a desarrollar el conocido síndrome del pánico. Según su parecer, el motivo determinante sería que andaba muy estresada y siempre con innumerables quehaceres, advirtiendo que no podía dar cuenta de tantas cosas. Relata que en un determinado momento, mientras conducía su coche por un puente de acceso a la circunvalación de su ciudad, notó que poco a poco perdía la conexión con la línea recta del suelo… Al poco rato una sensación avasalladora la fue acometiendo, añadida al miedo de chocar con el coche o incluso de caer abruptamente del puente. La sensación iba gradual y rápidamente invadiéndola, hasta el punto de que, aterrada, sentía todo su cuerpo paralizarse.
A partir de esa terrible sensación, María ya no logró pensar en nada más, poseída por la inseguridad desmedida, que rápidamente convirtió el miedo en pavor absoluto; totalmente sin alternativas, se vio obligada a detener el vehículo en medio del puente, hasta la llegada de su hermana, avisada por el móvil.
Hasta el momento del rescate, María se encontraba paralizada sudando por todos los poros. Su boca estaba totalmente seca, y notaba que podía desmayarse en cualquier instante, tan grande era su pánico. Al llegar a casa, aún sin comprender lo que le había ocurrido, poco a poco fue tranquilizándose hasta ser invadida por un profundo cansancio y sueño sin igual. Al día siguiente, sin embargo, aparentemente todo parecía haber vuelto a la normalidad.
Otros dos días pasaron y esta vez María estaba en medio de un enorme tránsito, cuando de modo inesperado el malestar y el miedo nuevamente se le presentaron. Esta vez, consciente de a dónde podría llevarla esta sensación, intentó tranquilizarse respirando hondamente, y logró mantener el control hasta llegar a su destino. Después de esto, no quiso esperar a pasar por la misma sensación una tercera vez, y así fue como acudió a mí en busca de auxilio terapéutico.
Desarrollo y cura emocional de este caso: todos nosotros tenemos un mundo interior muy particular y único, que difiere del de todas las demás personas.
Explicándolo mejor, una comparación sería que, aunque toda la humanidad tiene dedos, ninguna huella dactilar es igual a otra. Así somos nosotros. Iguales en la forma, pero distintos y únicos en nuestros aspectos personales, en nuestros matices y especificidades.
María estaba de hecho empezando a desarrollar el conocido síndrome de pánico, con todas las características reconocidas por cuantos lo estudian a fondo. Uno de los factores disparadores de ese síndrome es el estrés emocional.
La formación particular de ese estrés y todo el significado personal es lo que hace a María ser única en su historia.
Esto sirve exactamente para cualquier persona que esté en la situación de enfermedad emocional en que sea posible clasificar la nomenclatura científica para determinado patrón de funcionamiento, aunque jamás será viable rotular un motivo interno y externo patrón como detonador de todo evento del mismo orden de enfermedad emocional.
En el caso específico de María, había dos acontecimientos muy importantes rondando su vida: luto reciente, ocasionado por la muerte repentina de su padre debida a un infarto fulminante, y un logro profesional nuevo, en que tendría que salir de lo corriente en su trabajo para administrar todo el equipo de que antes formaba parte.
Procesar el duelo de la muerte repentina de su padre no le estaba siendo una tarea fácil. El padre siempre había sido el verdadero jefe de la familia, pero contaba mucho con María para que le ayudase a administrar sus bienes y pagos en general. María siempre había sido buena en las cuentas y le enorgullecía poder ayudar a su padre más allá de la obligación que pudiera tener. Constantemente era requerida para ello cuando volvía del trabajo y lo hacía sin cuestionar su cansancio o lo que quiera que fuese. Eso ocurría incluso en las incontables veces en que se encontraba exhausta tras el intenso día de trabajo. El caso es que desde el fallecimiento se sintió obligada a atender a todo, incluso a tomar decisiones que antes correspondía únicamente a su padre. En esta ocasión contaba 28 años. Antes de su primera crisis, se sentía sobrecargada de quehaceres, triste por la muerte de su padre y al mismo tiempo con la ansiedad por la expectativa de desempeñarse bien en el nuevo cargo obtenido en su trabajo.
El primer disparador del pánico fue el paso por el puente… En su reprocesamiento, durante la terapia, comprendió qué sentido tenía para ella el simbolismo de atravesar el puente conduciendo su propio coche. En su interior la asaltó el pánico dudando de sí misma, considerando que no iba a dar cuenta de toda la demanda de la vida práctica y emocional por la cual estaba pasando. Silenciosamente, ya se daba cuenta y pensaba sobre ello, pero en momento alguno se había dado oídos ni frenado su velocidad, ni se detuvo a observar si podía estar sobrepasando sus límites de aguante, de miedos, ansiedad y agotamiento… Si se hubiese parado antes, muy probablemente no habría llegado al punto de dispararse la crisis de pánico.
En su proceso de rescate de sí misma, poco a poco fue entrando en contacto con sus inseguridades, con todo lo que se había auto-impuesto, sus límites, sus orígenes y el por qué de todo. Gradualmente fue legitimando sus innumerables recursos emocionales al mismo tiempo en que iba reprocesando factores perturbadores e impeditivos de que estos mismos recursos pudiesen ayudarle a mejorar su discernimiento sobre sí misma y sobre hasta dónde podría ir en aquel momento. María pudo rescatar todo lo positivo que ya tenía de estructura emocional, incluso para decir que no cuando fuese necesario, y también para entrar en contacto con sus valores sin culpa de ser lo que es. Hizo que sucediese dentro de sus reales posibilidades, que de verdad no eran pocas.Este proceso resultó en una verdadera alquimia generadora de un nuevo y exuberante equilibrio. Un nuevo modo de lidiar consigo misma y con la realidad se inauguró.
María se sorprendió al percibirse más segura, sintiéndose curada tras hacer varios tests de realidad en lugares antes disparadores de pánico. Estaba de alta terapéutica.
Al pasar seis meses, según habíamos concertado, María volvió para contar cómo estaba.
Se sentía plena y honrando sus propios límites, capacidades y deseos.