Qué suerte la mía, tenerte aquí frente a mí.
Mientras tus ojos recorren estos renglones y palabras, yo consigo sentir los ruidos de tu alma y de tu cuerpo.
El corazón amenaza sangrar de tantos dolores que trae, pero tu alma ablanda este sufrimiento cuando oye la voz de Dios balbuciendo palabras de coraje y fe.
Este es un raro momento... evita mirar hacia los lados, trae tus pensamientos al presente. Quédate aquí, escucha lo que voy a decirte...
¡Tú eres un alma bella! Dios tejió los contornos de tu cuerpo con manos de luz...
Tu semblante fue esculpido en un singular momento de placer de dos personas que se amaron en aquel instante.
Has de saber que tú eres una fruta deliciosa que la vida guarda en el huerto de la tierra.
Y hay muchas criaturas y seres de la naturaleza que se deleitan con tu aroma y sabor.
Los que pasan por tu vida son como abejas que se posan en tu alma, sorbiendo lo que hay de mejor en tu ser...
¡No! En hipótesis alguna te sientas seca ni consumida.
Si algún día las lágrimas son tu único instrumento, derrámalas en el pecho y riega tu corazón para que en él nazcan nuevas semillas y flores.
Tú, en este momento, eres mi vereda. Camino por tu alma, cuerpo y pensamientos y voy recogiendo oportunidades de coraje para distribuirlas entre esas otras criaturas que están a la vera del camino.
Los pájaros del cielo, en este instante, hacen un revoloteo en tu vida. Escucha el gorjeo y siente la brisa fresca que producen sus alas en la atmósfera.
Qué suerte la mía tenerte aquí y ahora, prestando tus ojos y oídos a Dios.
Porque todo cuanto lees y sientes, en este minuto, estará siendo grabado en las estrellas, para que esa luz de tu corazón pueda iluminar y ofrecer oportunidades a alguien.
Quédate así. Siente el pulsar de tu corazón. Él representa miles de células que son seres inteligentes del universo, al servicio de tu alma.
Y él hace resonar un sonido divino en todo tu cuerpo, que irradia bienestar a todos tus órganos, glándulas, músculos y huesos.
Los propios científicos, hoy, dicen que nuestros músculos tienen memoria; hay en ti un 70% de agua y las partículas de ésta también la tienen.
Entonces, yo te invito ahora, ya, para que pongas en la memoria de tu cuerpo imágenes buenas y alegres.
Recuérdate a ti misma cobijada en el seno de tu madre o corriendo alrededor de tu casa, en pos de las mariposas coloridas.
Recuérdate sentada a la vera de un regato de agua cristalina, tocando el frescor de esas aguas con tus pies.
¡Ah!! Wilson, yo quiero... pero mi cerebro no responde... ¡mi corazón parecía desfallecer!
Entonces, amiga mía, junta tus manos y mira al cielo.
Dios observa y sondea tu alma.
Habla con Él, cuéntale tus dudas y deseos. Después, da las gracias por la vida, por la sangre que recorre tu cuerpo, y sigue adelante.
Pronto, pronto Dios te dará respuestas. Puedes creerlo.
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