Muchas son las profecías que anuncian el final de los tiempos. Los mayas, por ejemplo, ese pueblo misterioso que vivió en la península de Yucatán hace 1500 años y desapareció en torno a 830 d.C. dejó en su calendario profecías terroríficas sobre el fin de un ciclo cósmico, lo cual se verificaría en el año 2012. Las profecías bíblicas de Enoch, Isaías y Juan, los manuscritos de los esenios, las visiones de Edgar Cayce en el siglo XX, e incluso los nativos americanos, previeron cataclismos, guerras, hambre, muerte, terror, pestes e inundaciones para el comienzo de nuestra era.
Todo esto parece concretizarse en nuestros tiempos. Aun así, y contra toda evidencia, es preciso preguntar: ¿debemos tomar al pie de la letra lo que dicen las profecías? Hay algo extraño e incomprensible en la mayoría de ellas. Paralelamente al apocalipsis, todas esas profecías hacen referencia a un tiempo de paz, armonía y prosperidad a continuación de las terribles previsiones apocalípticas.
Siempre hemos oído que después de la tormenta viene la calma. O sea, primero el infierno de la destrucción, después el paraíso. ¿Pero será de veras ese el orden de las cosas en las profecías? Apocalipsis es una palabra de origen griego que significa ‘revelar’ o ‘manifestar’. ¿Estarían los profetas refiriéndose a una “manifestación” probable en caso de que aquellas condiciones iniciales no fuesen modificadas? ¿No estarían advirtiéndonos de la necesidad de un cambio de actitud y de valores? En tal caso no podemos hablar de un determinismo de las profecías, sino de una advertencia. Si tomamos el significado de la palabra, el apocalipsis sería la “manifestación” de una posible situación de calamidad basada en determinadas condiciones. Si esas condiciones se modificasen, el resultado también cambiaría.
Por ejemplo: vivimos actualmente la pesadilla del calentamiento global, causado por condiciones bastante conocidas de una economía que no respeta las leyes de la naturaleza. Si cambiasen tales condiciones, el calentamiento también podría ser controlado. En cambio, para que esas condiciones cambien es preciso cambiar primero las conciencias.
La ciencia moderna afirma que es imposible determinar el futuro. No existe el determinismo. Existen, sí, tendencias. La física quántica explica que cuando establecemos el movimiento de algo, perdemos su localización; si lo localizamos, perdemos su movimiento. O sea, no podemos prever absolutamente nada. Ese principio fue desarrollado por el físico Werner Heisenberg, y es conocido como ‘principio de la Incertidumbre’. Ha dado origen a la teoría según la cual todo lo que tenemos son ‘posibilidades’.
Lo que intento decir es que quizá debiésemos hacer una lectura distinta de esas profecías con la clave de la física quántica. En la antigüedad los profetas no tenían otro lenguaje para expresar el ‘factor’ posibilidad sino hablando de apocalipsis, cataclismos, destrucción. Ha sido preciso llegar al tercer milenio para que, con la ayuda de la física quántica, pudiésemos comprender que el futuro es un producto de la consciencia enfocada en el ahora.
Cuando, en 1946, se encontraron los manuscritos del Mar Muerto dentro de las cuevas de Qumran, tuvimos acceso a un conocimiento muy antiguo de un pueblo llamado “esenio”, que vivía en paz pastoreando sus rebaños por las montañas. En esos manuscritos había una referencia a los Ángeles, que significaban las fuerzas y las leyes naturales que hoy conocemos como electricidad, magnetismo, elementos. Para los esenios orar era conversar con los Ángeles. Ellos expresaban una visión holística y unificada entre la Tierra y el cuerpo humano. Y afirmaban una identidad entre todas las cosas existentes.
En su visión unificada había la comprensión de que, si el hilo común que liga nuestro cuerpo a la madre Tierra se rompe, habrá muerte, destrucción y desconexión con las fuerzas de la naturaleza. Mediante una especie de tecnología espiritual, ese pueblo de gran sabiduría tenía conciencia de que somos nosotros quienes creamos las condiciones que atraen las consecuencias futuras. Y para mantener esa conexión cósmica, practicaban una tecnología casi olvidada, que se llama ‘oración activa’ – la unión de pensamiento, emoción y sentimiento. Su oración era una cierta conexión con las fuerzas elementales y electromagnéticas (los Ángeles), especie de visualización intensamente dramática de aquello que deseaban ver realizado.
Bastante diferente de nuestras plegarias petitorias de hoy, en que clamamos que un poder superior y externo a nosotros acuda en nuestro auxilio, la oración de los esenios se basaba en otra perspectiva distinta. Primeramente era preciso crear la conexión con el Todo y la paz de espíritu. Para hacer esto es preciso envolverse activamente en la oración. Transformarse en ella.
El efecto de la oración activa no se deriva de las palabras que se dicen; su fuerza son los sentimientos que éstas evocan. El secreto de la oración activa está en la unión del pensamiento con la emoción, la verdadera energía que da vida a las palabras, para que de esta unión surja el sentimiento de paz. Esto solo ocurre cuando la plegaria se convierte en agradecimiento. La gratitud es el agradecimiento por un deseo ya realizado. Aquí está el gran misterio de la oración: ella provoca un cambio quántico. El futuro se hace presente. El deseo se mira realizado. El alma se pacifica porque está en el ahora, en la médula de las fuerzas angelicales de la creación.
La versión aramea original de la conocida frase “Pedid y recibiréis” es: “Todo cuanto pidáis recta y directamente (…) dentro de mi Nombre, lo obtendréis. Hasta ahora no lo habéis hecho. Pedid sin motivo oculto y seréis rodeados por la respuesta. Dejaos envolver por lo que deseáis, para que vuestra alegría sea completa (…)” (Neil Douglas-Klotz, Meditations on the Aramaic Words of Jesus). Aquí está claramente una exhortación a involucrarse, a la emoción, a la unión con el Todo en el presente.
Por tanto, la clave para una lectura de las profecías distinta está en el rescate de nuestro poder de crear la realidad que deseamos. Si la oración individual es tan poderosa, capaz de ‘mover montañas, ¿de qué sería capaz la oración colectiva? ¿Qué fuerzas se podrían movilizar si un gran número de personas descubriese el poder de la oración activa? Los pensamientos, emociones y sentimientos son vibraciones. Por eso actúan en la materia. Esta es la verdadera tecnología espiritual. Ese es el poder de la consciencia que puede cambiar las profecías.
Texto: colaboración de Mani Alvarez
Educadora e directora do Instituto Humanitatis – Campinas.
Autora del libro “Psicologia Transpessoal: a ponte entre espiritualidade e ciência”
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