La vida, para muchas personas, crea una interminable sucesión de problemas. La mayoría de nosotros tiene experiencias comunes, que son parte de la jornada existencial en el planeta.
Sin embargo, una situación que para algunos es relativamente fácil, para otros adquiere una dimensión gigantesca y se debaten desesperadamente en la tentativa de resolverla, la mayoría de las veces, sin éxito.
¿Qué los diferencia? Sin ninguna duda, la forma como encaran las circunstancias. Los primeros consiguen lidiar de forma objetiva con los acontecimientos, simplemente buscando dentro de si, en su dimensión divina, la respuesta para aquel momento.
Los otros pierden tiempo y energía intentando encontrar el porqué de estar viviendo aquello, y culpando a Dios, al destino o a algún otro ser humano, considerándolo una injusticia.
En el centro de todo está el ego. Él siempre buscará encontrar un culpado, al revés de focalizarse de una manera que le permita lidiar con el hecho y le traiga lo más rápido posible, el equilibrio y la paz.
Disolver el problema, al revés de resolverlo, es muy diferente.
Significa que dejará de ocupar obsesivamente nuestra mente y nuestras emociones, pues ya no nos identificamos más con él.
Simplemente nos ocuparemos en silenciar y relajar, en la certeza de que la Presencia nos indicará, inevitablemente, la solución adecuada.
“…Las personas piensan que el hombre iluminado precisa tener una respuesta para todo. La realidad es que él no tiene ninguna respuesta. No tiene preguntas. Sin preguntas, ¿cómo puede tener respuestas?.
…En realidad no hay ninguna pregunta y no hay ninguna respuesta, hay solamente un modo de vivir en confusión, en la mente. Y allí hay millones de preguntas y millones de respuestas y cada respuesta acarrea centenas de preguntas más y no hay fin en eso.
Pero hay otro modo de vida: vivir en la conciencia, y allí no hay respuesta y no hay pregunta”.
OSHO. (O caminho do Místico).